El pasado mes de abril se cumplieron diez años del nacimiento de Verlanga. El periodista y escritor Rafa Cervera (València, 1963) fue nuestro primer entrevistado. Para celebrar ambas cosas decidimos volver a charlar con él en el mismo lugar (Bar Congo), cambiando el interior por la terraza.
En esta década, Cervera ha publicado sus tres primeras novelas (Lejos de todo, 2017; Porque ya no queda tiempo, 2020; y Canción para hombre grandes, 2022).
Hace diez años no habías publicado aún ninguno de tus tres libros. ¿Qué más cosas han cambiado en este tiempo?
Han pasado muchísimas cosas. Han pasado todas las cosas que, digamos, pueden pasar en diez años, lo que pasa es que ahora da la sensación de que todo va mucho más rápido, no sé por qué, pero es así.
En aquel momento iba a cumplir 50 años y ahora ya he cumplido 60. Es un periodo muy concreto de la vida que me ha enseñado a disfrutar las cosas de otra manera, valorando lo que es real y lo que es irreemplazable e intentando no perder el tiempo con otras cosas.
Y luego el hecho de haber publicado tres novelas ha sido fundamental para mí. Me acuerdo que cuando hicimos la entrevista estaba con el regomello de que no salía la primera, de la que por cierto se publicó el primer capítulo en Verlanga. Tres años más tarde se editó. Ha sido un cambio muy importante. De las cosas más importantes que me han pasado en la vida porque certificó una cosa que yo sentía que era, y que seguramente lo era, pero es como que ya tienes el diploma, ya eres escritor. A partir de ahí, me he dado cuenta de que en el fondo lo que quería hacer era eso, o sea que soy periodista y crítico musical, pero un poco porque era la única manera que tenía de expresarme. Ahora mismo me interesa más escribir que informar.
Casi al final de Canción para hombres grandes se lee “Un escritor debe saber cuando hay que dejar de ponerse trabas para serlo”. ¿Tú tuviste que hacer frente a algunas?
El ser periodista, y además periodista sin formación académica como es mi caso, te constriñe mucho porque te acostumbras a armar las frases, a decir unas cosas una y otra vez y eso tira de ti muchísimo, deshacerse de eso cuesta trabajo. Y luego la seguridad. Porque hasta que no viene una editorial, Jekyll & Jill en este caso, no te sientes como legitimado. Eso sí, una vez se abre la espita del gas ya no se cierra. Supongo que las cosas pasan cuando tienen que pasar y había un punto de madurez que yo no había conseguido todavía.
Saber que lo que estás haciendo tiene un interés para alguien como yo, que soy una persona muy insegura, ha sido fundamental. No creo en la autoedición, no creo porque la edición significa que pasas por un filtro de calidad, la mirada de otra persona que sabe tanto o más que tú de cómo acabar un libro. Es muy fácil autoeditarse y satisfacer el ego, pero esa opción nunca la tuve en mente, si no me la publicaba una editorial que tuviera un mínimo de calidad no la publicaba porque eso significaba que lo que hacía no estaba bien. El hecho de que a Víctor Gomollón (editor de Jekyll & Jill) le interesase Lejos de todo y la quisiera sacar fue fundamental porque corroboró que lo escribía podía tener cierto interés y nivel.
Para mí es un privilegio estar en Jekyll & Jill, donde está Paco Inclán al que admiro mucho, u otros autores como Sergio Chejfec o Eduardo Halfon, he tenido mucha suerte.
¿Se retroalimentan tu yo periodista y tu yo escritor?
Ahora sí. Otra cosa importante que me ha pasado en estos años ha sido empezar a escribir para Cultur Plaza. Me dieron total libertad y el utilizar la primera persona me ayudó mucho a encontrar mi propia voz, me ayudó a darle forma a mi ficción. Ahora he llegado a un momento en el que, también un poco por el tipo de ficción que hago y por cómo escribo los artículos, que a veces va todo muy junto, dependiendo del medio. No puedo escribir un artículo para El País Semanal como los que escribo para Cultur Plaza, pero los que escribo para Cultur Plaza, muchas veces, han sido fuente de capítulos o de libros.
Decía Marta Sanz en un artículo que escribió en El Cultural que “los textos literarios no pueden escapar de la autobiografía (…) lo autobiográfico no consiste tanto en confesar “Me acosté con X” como en sugerir que, incluso desde la máscara, se escribe desde una determinada posición”. ¿Te sientes identificado?
Hay, aunque ahora parece que menos, mucha prevención a lo que se llama autoficción, como si fuera la muerte de la imaginación. Cada uno es muy libre de pensarlo y sobre todo de leer lo que le apetezca. Creo que la mayoría de la literatura es autoficción, viene de ahí. La autoficción es tan legítima como la ficción absoluta. Todos, aunque estemos mirando para fuera, estamos partiendo desde dentro. Yo, particularmente, que en las tres novelas hay mucho de mí, no siento ningún tipo de rubor, al contrario, es mi manera de proyectar mis ideas.
Por otro lado, también, es que con lo que cuesta escribir por qué no voy a hacer lo que me dé la gana. Además hay otra cuestión que es cómo interpretan los demás lo que es autoficción y lo que no. Como lector busco al autor en sus libros y más si lo conozco un poco. Ahora me he hecho muy amigo de Rafa Lahuerta y lo busco en Noruega. Me pasa también con la propia Marta Sanz o con Agustín Fernández Mallo, con los que también tengo una cierta amistad. Luego están o no están, y eso no le quita ningún mérito a su obra ni ningún interés.
En mi caso, como escribo en primera persona y utilizo temas que forman parte de mi vida, parece que estoy hablando de mí. La primera novela, Lejos de todo, transcurre en El Saler pero es una ficción de cabo a rabo. Todo inventado. La prueba de ello es que en la segunda, Porque ya no queda tiempo, que es una novela sobre el autor de ese anterior libro, sí que cuento cosas que son reales. Pero da igual, por más que lo expliques, siempre va a haber alguien que te va a decir que Lejos de todo era autobiográfica y tampoco lo voy a discutir (ríe). Pero yo que soy el padre de los libros te puedo decir que Lejos de todo es una fantasía melancólica-erótica y un homenaje a El Saler. Pero si es que yo mi adolescencia la pasé en la Pobla de Farnals que es lo opuesto a la Albufera. Y de adolescente David Bowie no me gustaba, me gustaba Lou Reed, pero bueno (ríe).
Porque ya no queda tiempo es una novela más declaradamente de autoficción pero no son ni mis memorias porque lo que hago es seleccionar una serie de capítulos de mi vida y los manipulo literariamente, en algunos casos, porque no tengo ningún interés en contarlos tal y como fueron, porque ya no me acuerdo (ríe). Hablo mucho de mi familia, pero esa no es la historia de mi familia, mi familia es otra cosa. Puse el objetivo en determinados momentos de la vida de determinadas personas que, para mí, son importantes y lo he dejado ahí y lo he intentado convertir en una especie de cuento poético. Trata sobre mí, pero no necesariamente es la historia de mi vida, porque yo no me he encontrado a Andy Warhol muerto en la playa. Hay gente que me dice que no es una novela…pues no es una novela, no discuto (ríe).
Y Canción para hombres grandes es la continuación, en cierto modo, de Porque ya no queda tiempo, pero el protagonista es otro personaje, aunque luego aparece otro que es el escritor que vive en El Saler que puedo ser yo perfectamente, pero que no lo soy porque, por ejemplo, vivo solo, no vivo con dos señores maduros. Ya ni sé lo que hay en esa historia de autoficción (ríe) pero tampoco es la historia de mi vida, ya quisiera yo (ríe).
¿Qué relación guardas con tus libros?
El verano pasado me leí los tres porque eran tres libros en cinco años y quería saber en este frenesí creativo qué coño había hecho. Y quedé bastante satisfecho, sobre todo me di cuenta de que son para mí importantísimos porque tienen mucho de mí y he aprendido mucho de ellos. He aprendido a entender y a articular mis relaciones homosexuales a partir de esos tres libros porque la homosexualidad está presente en diferentes grados en todos ellos. Forman parte de mí porque los tres están muy ligados entre sí, conforman una trilogía y son como una radiografía, un informe médico… no sé… pero los tres están llenos de información sobre mí y me han dado mucha información sobre mí a posteriori. Por ejemplo, Lejos de todo acababa con el narrador en las Torres de Serrano rememorando una relación con una mujer que había sido como el amor de su vida y que al final acaba de manera desastrosa. Y termina como intimidado por la velocidad de la vida, por cómo suceden las cosas, por todo lo que eso significa, por cómo lo que queremos se vuelve en nuestra contra, cómo nos cargamos lo que queremos, cómo cambiamos… bueno, todo eso que es vivir. Ese es el final de Lejos de todo y ese es el principio de Canción para hombres grandes. Son cosas que salen solas, no son buscadas, aunque luego hay otras que sí.
Estoy muy orgullosos de mis libros. Siempre han tenido buena acogida dentro de lo que se puede esperar cuando publicas un libro en una editorial independiente pequeña en un país como España en el que la avalancha de novedades es brutal. Tengo siempre esa sensación muy buena de que a la gente no solo les han gustado, sino que les sirven para algo, les aportan cosas.
Has hablado de los tres libros como de una trilogía. ¿Lo tenías pensado así antes de escribirlos?
Yo le llamo la trilogía de la soledad. En el fondo, aunque está poblado de muchos personajes, la soledad es el nexo que tienen las tres historias, la soledad buscada y la soledad impuesta. Y El Saler es otro nexo también, pero como El Saler también es soledad…
No ha sido conscientemente lo de la trilogía, ha salido así. Y, precisamente, porque ha salido así con esto se cierra una etapa, se cierra la etapa de El Saler se cierra la etapa de la autoficción o del yo y ahora, como le pasó a Almudena Grandes, después de escribir para adentro empezaré a escribir hacia fuera. Canción para hombres grandes está entre las dos orillas, es una novela desde dentro, pero hay un compromiso con el mundo exterior, con una serie de causas y con un colectivo en concreto, hay una intencionalidad política, un posicionamiento.
Con Canción para hombres grandes el salto dado respecto al libro anterior es mayor de lo que pudo pasar con el segundo respecto al primero. ¿Eras consciente mientras lo escribías?
Sí, sí, la intención era esa, hacerlo mejor todavía. La parte final de Canción para hombres grandes, lo que se podría llamar la segunda parte del libro, la reescribí no sé cuántas veces porque la máxima que tenía en la cabeza era que si no volvía a escribir nunca nada más que esto fuera mi cumbre, esta parte final, ni siquiera el resto del libro, que también está cuidado evidentemente. Además, la historia necesitaba de ese esfuerzo, porque es muy delicado contar todo eso, hay que contarlo con empatía, con realismo, sin miedo, con una lírica…
Hay un tema que subyace en tu tercer libro y que, también de alguna manera está presente en los anteriores, que es la libertad, pero entendida como siempre lo hemos hecho antes de que la derecha quisiera apropiársela desvirtuando su significado.
Sí, es algo intencionado, la libertad es muy importante a varios niveles en la novela, desde el planteamiento de cómo hacerla y de hacerla sin ningún tipo de cortapisa, hasta las libertades que plantea.
Esta novela la empecé a escribir a mano en la pandemia. Me acababa de leer Boulder, de Eva Baltasar y quería escribir una novela así (ríe), pero no soy Eva Baltasar. Empecé un poco por terapia a escribir a mano…como estábamos encerrados en casa, pues tenía tiempo, y fue como Las mil y una noches. Un momento en el que estaba completamente solo, un momento de miedo, de incertidumbre con tu trabajo, con tu salud, con el mundo, con todo, echaba de menos el contacto, pero no el contacto sexual que también, sino el de poder dar la mano a alguien. Fue como una especie de ejercicio de celebrar el poder del contacto humano, el intercambio carnal, una especie de fantasía erótica en un momento en el que ni siquiera podíamos ni salir de casa. Y en el que veías como, debido las circunstancias, iban ganando fuerza una visceralidad que poco a poco fue calando y ha derivado en la situación política actual, con muchas de los avances sociales logrados hasta ahora en jaque. Esa atmósfera envenenada, retrógrada, represiva empezó a cobrar fuerza entonces. Y el libro también fue una reacción a eso: Esa diversidad que tanto os molesta, aquí la tenéis en todo su esplendor, eso que tan indigno os parece, pues tomad, una historia de insumisión a todos los niveles.
Diez años después de aquella entrevista toca hablar de futuro. ¿Qué proyectos tienes entre manos?
De momento voy a escribir cosas pero solamente para ver hacia dónde quiero ir, es decir, escribir sin intención de publicar, escribir únicamente para mí, con absoluta libertad y sin pensar en nada más que en escribir. En cuanto al trabajo, hace poco comencé a colaborar en eldiario.es y cada tanto publico allí algún artículo o entrevista. De cara al otoño, y coincidiendo con el décimo aniversario de la muerte de Lou Reed estaré coordinando en La Rambleta un festival a modo de homenaje. Llevará por nombre Perfect Days y constará de charlas, proyecciones, conciertos, con los neoyorquinos Luna como cabezas de cartel.