Las Arenas. Foto: Paco Moltó.

Paco Moltó (València, 1939) ha hecho miles de fotografías, por todo el mundo, a lo largo de su vida. Cerca de setenta son las que se pueden ver en la exposición Real i Imaginat. Homenatge a Paco Moltó (Colegio Mayor Rector Peset, hasta el 16 de abril), comisariada por Pablo San Juan y Alberto Adsuara. Una muestra que recorre toda su trayectoria desde la escena urbana contemplativa elevada a arte hasta su lado más experimental ensoñando una València más presente de lo que se pueda creer, pasando por su habilidad innata para capturar y retratar almas humanas.

Moltó empezó a hacer fotos con 16 años. Los aviones norteamericanos F-86 que llegaban a la Base Aérea de Manises fueron su primer objetivo. Acompañado de tres amigos, y con la cámara de su padre, llegaban hasta la cabecera de pista y allí disparaba. Los pilotos, con aparatos en ocasiones marcados por agujeros de balas made in Corea, no podían evitar su asombro al verlos, sonreían, incluso saludaban, pero también avisaban a la central y en pocos segundos un jeep de la policía militar se presentaba. Tarde, porque la muchachada ya se había marchado corriendo.

Paco lo recuerda en el interior del bar La Orquídea, en Matías Perelló. Es miércoles por la mañana. Se pide un cortado. Anda algo enfuruñado por una gestión con el banco, pero enseguida se le olvida y hace gala de su retranca. Y de sus recuerdos.

Además de aviones, el Paco Moltó jovencito también fotografiaba barcos de guerra en el Puerto de València. «Venían muchos. Canadienses, franceses, alemanes, de la Sexta Flota… Era como un cronista de las flotas que venían a la ciudad (ríe). Eso sí, las fotografías eran horribles porque entonces no tenía equipo». No tuvo ninguna formación especializada en sus inicios, autodidacta con la ayuda de un libro. «Cuando vi que me interesaba el tema me compré un libro que tuvo cierto éxito en la época, era alemán, Toda la fotografía en un solo libro, creo que todavía existe».

Paco ha estado haciendo fotos hasta este mismo año, pero se cansó del tema digital («La fotografía digital se ha cargado la fotografía, es así de simple»). Eso sí, sigue teniendo a Robert Frank como gran referente («su libro Los americanos lo guardo como una joya») mientras que, aunque le marcó mucho en su día, ya no le interesa tanto, «desde que me enteré de que modificaba las fotos», el trabajo de Lee Friedlander.

Si se le pregunta qué es la fotografía para él, contesta que es «un fiel reflejo de la realidad. Aunque también puede engañar mucho porque depende del encuadre que tomes a la hora de hacerla». Si se le pregunta por la reciente exposición no tarda ni dos segundos en contestar: «Me parece increíble. Han sabido concretar lo mejor que he hecho». De esa muestra, hemos seleccionado tres fotografías, con la ayuda de Pablo San Juan, para que el propio Moltó nos cuente su intrahistoria.

Paco Moltó en la inauguración de la exposición.

Las Arenas

Empezamos con la que encabeza esta entrevista, que forma parte de su serie sobre la playa de Las Arenas.

«Todos los años, en agosto, mi mujer y yo nos íbamos de viaje. Pero ese año no fue así. Le propuse ir a la playa y elegimos Las Arenas tanto por proximidad como por la comodidad para aparcar. Yo no podía estar todo el rato tumbado al sol, así que me fui a pasear, y como llevaba la cámara, aproveché para hacer fotos.

Acababa de quedar tercero en un premio organizado por Nikon, en el que participaron más de 48.000 fotógrafos de todo el mundo. Gané una cámara bastante moderna, con autofocus y demás, pero sus prestabilidades ya las tenía cubiertas con mi equipo, pregunté si la podía cambiar por una acuática y fue lo que hice.

Así que con mi cámara nueva andaba por la orilla, me metía unos metros en al agua e iba haciendo fotos. En uno de esos paseos me encontré con este grupo de cinco mujeres. Me llamó la atención que estuvieran ahí hablando tranquilamente, unas con delantales y otras con bañadores, me gustó la escena y les hice la foto.

La gente no se percataba cuando les hacía una foto porque llevaba la Nikon colgando. Sabía hacerlo muy disimuladamente. Además, la cámara tenía la particularidad de que si apretabas el disparador y no lo soltabas quedaba retenido, no hacía el típico ruido de pasar el carrete después de un disparo. Yo hacía la foto, no soltaba el disparador, me alejaba, y entonces lo liberaba.

Cuando revelé las fotos en casa aluciné, ¡aquello era una mina!, así que decidí volver, premeditadamente esta vez sí, para hacer fotos todos los fines de semana de agosto, y parte de septiembre».

Arlés

Foto: Paco Moltó.

Con la segunda foto viajamos hasta 1988 a la localidad francesa de Arlés.

«Gané el prestigioso certamen La Abeja de Oro, organizado por la Agrupación Fotográfica de Guadalajara. El premio era hacer un curso en la Escuela Nacional de Fotografía de Arlés, en Francia. Se podía elegir entre más de cuarenta opciones, impartidas por diferentes profesionales. A mí me interesaba el reportaje fotográfico, y entre las tres posibilidades que había me decanté por Ferdinando Scianna como profesor. Le elegí por dos motivos. Uno, porque los cursos se hacían en francés y yo no tenía ni idea, y como Scianna era italiano pensé que sería más fácil entenderme con él y preguntarle cosas. Y dos, porque era un fotógrafo de la Agencia Magnum.

Éramos doce alumnos y a cada uno nos fue designando una tarea a partir de los trabajos previos que le fuimos enseñando que habíamos hecho. En  mi caso, al ver mis fotografías de Berlín (algunas de las cuales pueden verse en la exposición), me dijo que siguiera en esa línea, pero dando más protagonismo a la gente.

Fueron siete días haciendo fotos en la calle. La última jornada fue una salida con él. Yo no le quitaba ojo de todo lo que hacía, la verdad es que aprendí mucho ese día. Ferdinando trajo a una modelo e íbamos por sitios distintos viendo cómo interactuaba la gente al verla. Esta foto es de aquel día. Entramos en un bar, la modelo se sentó en la barra, y en cuanto la gente que había allí empezó a reaccionar ante su presencia nos pusimos a hacer fotos».

La València ensoñada

Foto: Paco Moltó.

La tercera de las fotos nos trae de vuelta a València. Es el Moltó más experimental. La ciudad ensoñada. La València infrarroja.

«Aquí innové porque la fotografía infrarroja casi todo el mundo la utiliza para paisajitos y escenas de él como hojas que cambian de color, pero yo quería hacer un trabajo como el que hago y me interesa, reportaje de calle en la ciudad, que era lo mío.

Fue un trabajo de muchos años, trece concretamente, en los que me recorrí València en mi moto. Esta toda la ciudad. De hecho, cuando se producía una novedad, como pudo ser la incorporación del tranvía o la inauguración de un mercado, iba y lo fotografiaba.

Esta foto en concreto está realizada en una de esas salidas. Es el Norte de la ciudad, aquí prácticamente se acaba València, a un lado queda el Bioparc. Y apareció este señor que no sé muy bien hacia dónde iba.

En estas fotografías infrarrojas nunca rectificaba o manipulaba la foto. También en este aprendizaje fui autodidacta y estropeé un carrete al principio. En aquel momento, Kodak tenía un carrete de fotografía infrarroja que tenía un revelador específico. Hice otro, me gustó el resultado y seguí durante trece años. Tuve que ajustar los tiempos porque no son los mismos que en la fotografía más tradicional. Tenía que utilizar un 35mm, porque con un 50 el enfoque era muy crítico, y para la fotografía que hago yo con el 35 quedaba todo dentro de foco. Cuando Kodak dejó de comercializarlo y el revelador me daba problemas, quise probar con otra marca, pero no me gustó y lo dejé».