Julio Balaguer.

El fotógrafo Julio Balaguer era un usuario asiduo de tres de las líneas circulares de la EMT (la 79, la 80 y la 81) que recorren València. Los autobuses son micromundos, con historias sorprendentes, además de ventanas a las diversas realidades que se filtran desde el exterior. Esa doble condición es demasiado atractiva para que cualquiera con inquietudes creativas la dejara pasar. Y así fue. Con su cámara, Balaguer fue retratando lo que veía dentro y fuera, retazos de historias que no necesitaban del relato completo para ser entendidas y disfrutadas. Juntarlas en un libro, 79·80·81. Vidas circulares, fue la siguiente parada.

¿Cómo surge la idea de hacer fotografías durante tus trayectos en autobús? 

Quería ir más allá de realizar fotos individuales y ver si era capaz de desarrollar una serie fotográfica en torno a un tema. Un día descubrí un video de Bernand Plossu haciendo fotografías sobre Marsella desde un autobús. Pensé que podía adaptar la idea a Valencia dando mi visión sobre la ciudad.

¿Las hacías sin ocultar la cámara?

Para tomar las fotos trato de pasar desapercibido, ser discreto, aunque no hago nada especial por ocultar la cámara, que también es discreta. Algunas fotos están tomadas sin mirar por el visor.

¿Cuánto tiempo abracan las fotos que recoge el libro?

Abarcan unos siete años, las primeras fotografías son del 2010 y el libro, editado a final de 2017 incluye algunas fotografías de ese mismo año.

¿Y la de trasladar todo ello a un libro?

El reto de desarrollar una serie iba acompañado de exponer las fotografías. La idea de libro no estuvo presente en el primer momento, vino tras varias exposiciones. Las exposiciones son efímeras. El libro permanece. En todo caso, el paso al libro no fue complicado. Todo el proceso de elección de fotografías, discurso fotográfico, etc, ya estaba muy madurado tras varias exposiciones. Las exposiciones estaban separadas temporalmente y cada una aportaba nuevas fotografías respecto a la anterior según avanzaba el proyecto. La edición del libro me ha proporcionado como nueva experiencia las colaboraciones. Por una parte Armand Llàcer, que conocí gracias a Juan Pedro Font de Mora (Librería Railowsky). Ha actuado como editor. Sus consejos y recomendaciones tienen mucho que ver con el resultado final del libro. También quería incluir textos en el libro, de ahí las aportaciones de Irene Gómez y Manuel Marzal, complementarias y potenciadoras de las fotografías. Todos ellos me han aportado una visión más amplia sobre mis propias fotografías. Y en paralelo los consejos y valoraciones de Victoria Zapater, mi mujer.

¿Por qué elegiste esas tres líneas de la EMT?

Confluyen varias circunstancias. Estas tres líneas eran las que más utilizaba durante esos años por mi lugar de residencia en València. Era muy práctico hacer fotografías aprovechando los trayectos en asuntos del día a día. También eran las que utilizaba en mi época de estudiante, cuando vivía en Cheste. Cogía el tren o el autobús hasta València, una vez allí me desplazaba con estas líneas hasta la Universidad Politécnica. Para el camino de vuelta, igual. Esta circunstancia les da (para mí) un carácter de cierta nostalgia a las fotografías del libro, sobre todo a las de paisaje urbano o lugares reconocibles. También estas tres líneas, todas ellas circulares, recorren una parte importante del centro histórico de València, lo que me daba opción a fotografiar lugares reconocibles de la ciudad y una parte importante de su vida diaria. Como dice Manuel Marzal, “Resulta curioso que los recorridos de estas tres líneas se circunscriban al centro de una ciudad que desde hace siglos ha crecido y se ha configurado en círculos concéntricos ; tal vez se trata de la metáfora de la circularidad de la vida urbana.”

¿Qué objetivo, desde el punto de vista creativo, perseguías con estas fotos?

Las fotografías desde o en los autobuses no son extrañas en fotografía: la famosa foto de Robert Frank que recogía en las ventanillas de un autobús toda la escala social de Estados Unidos de aquel entonces, o Diane Arbus con el retrato Lady on a bus o como he mencionado Bernard Plossu en Marsella. Yo he intentado transmitir mi visión de la ciudad. A partir de la segunda exposición colgaba un texto que trataba de recoger el espíritu de la serie: “Tres números de líneas de transporte urbano en Valencia y nexo de unión de las fotografías de esta exposición. Un viaje urbano, sin salir de la ciudad y sin otro ánimo que el interés por la gente, por la acción y el ritmo, por el día a día y la cotidianidad. También por lo fortuito y lo casual. Forman parte del viaje imágenes de lugares comunes y reconocibles. Paisaje urbano que envuelve el acontecer diario. Un viaje de recuerdos, vivencias y emociones”.

¿Qué dinámica seguías? ¿Varios disparos o esperabas la imagen que pretendías?

La mayoría de las fotografías no estaban premeditadas. Cuando veía algo interesante intentaba fotografiarlo de inmediato. Para ello es necesario ir con la cámara preparada para disparar. Si la escena lo permitía tomaba varias fotografías, pero también por lo general, la primera foto es la que acababa seleccionada.

Hay una fotografía, precisamente la que antecede a esta pregunta, que podría resumir a la perfección el contenido del libro, con ese paralelismo entre lo que ocurre dentro del bus y fuera. ¿Cómo la conseguiste? ¿Cuánto puede tener de casual una buena foto?

Esta fotografía es un claro ejemplo de que hay que ir observando el entorno y preparado para capturar la escena de forma inmediata. El personaje del interior por sí sólo no es suficientemente interesante, pero cuando vi que por la acera nos acercábamos a su “doble”, en un par de segundos preparé el encuadré y disparé. Tuve la suerte de estar en la posición adecuada en el autobús, el personaje del interior pendiente de bajar en la siguiente parada y el transeúnte haber elegido ese camino. Triple contingencia. Cualquier análisis lógico o racional hubiese descartado que esta foto fuese posible o que hubiese que invertir tiempo en conseguirla. En este tipo de fotografía, como en la vida, siempre está presente el azar.

El libro teje un relato de la ciudad a partir de lugares (como el garage de Ángel Guimerá, Aquarium, el Parterre, la Casa de los Caramelos,…) más populares y por tanto más reconocibles y cercanos para el ciudadano en su día a día. ¿Fue intencionado?

Sí, totalmente. Era el tema inicial de la serie. Me gusta mucho la fotografía de paisaje urbano. La visión de paisaje urbano desde un autobús era una forma poco explotada en fotografía. Pero según iba haciendo fotografías me fui encontrando con el paisaje humano.

¿Qué crees que aporta a la serie que configura el libro la borrosidad presente en algunas fotos?

La borrosidad es un recurso. Generalmente va asociada a la velocidad y al tiempo. Opté por utilizar velocidades de obturación lentas para que en las fotografías quedará recogido el hecho de que estaban tomadas en un autobús. Después viene la derivada hacia conceptos como paso del tiempo, su captura o el dinamismo en la vida urbana.

Esa ausencia de nitidez voluntaria en algunas fotos afecta directamente a las personas que aparecen en las mismas. Es como si necesitaras de ellas, pero prefieres que la mayoría de veces no se pudieran identificar con una persona individual concreta. ¿Qué papel juegan los seres humanos en tus composiciones?

La parte humana del proyecto fue ganando protagonismo con el tiempo, de hecho, acaba fusionándose con fuerza con la parte documental o de paisaje urbano. Es uno de los aspectos que aborda Irene Gómez en su texto en el prólogo. En el proyecto, el interés por la gente y su cotidianidad no necesita de identidades individuales, es más, creo que el comportamiento colectivo en el ámbito en el que se desarrolla el proyecto supera bastante al individual. La falta de definición en los rostros de algunas fotografías potencia esta idea.

¿Cuánto tiene el libro, más allá de cuestiones artísticas, de reivindicación de los espacios de la ciudad y del placer de disfrutarlo con los ojos abiertos?

Los trayectos en autobús son una excelente forma de disfrutar del paisaje urbano (también el humano) que ofrecen las ciudades. Solamente tienes que tener la precaución de no pasarte de parada (así lo comentaba Josep Merita al hilo de la presentación del libro en Railowsky). Sin embargo, no tengo la sensación de que sea una práctica habitual. El libro no está concebido como un elemento reivindicativo en sí, pero sí que creo que puede incitar a observar y disfrutar.

Manolo Marzal se hace varias preguntas en voz alta en el texto introductorio del libro. Me gustaría que contestaras a una de ellas: ¿Qué vale la mirada en la fotografía?

Todo. Sin mirada no hay fotografía. Después, desde mi punto de vista, como lenguaje visual que es la fotografía, debe haber un componente estético. Pero la base, el mensaje, nace de la mirada del fotógrafo.