El microclima de Bombas Gens se agradece, todavía más, cuando la calle marca una de las temperaturas más altas del año. Dentro nos espera la exposición Sculpting Reality. El estilo documental en la Colección Per Amor a l’Art y una guía de excepción, Sandra Guimarães, directora artística del centro.
«Es una gran exposición», dice nada más accedemos al recinto. Sculpting Reality (hasta el 15 de mayo de 2022) es una muestra colectiva que incluye a Walker Evans, Helen Levitt, Robert Frank, Ricardo Rangel, Susan Meiselas, Gary Winogrand, Bleda y Rosa o Ian Wallace, entre otros, hasta un total de diecinueve miradas distintas desde detrás de la cámara.
La muestra es una golosina infinita para los sentidos y un imprescindible para cualquiera que tenga interés por la fotografía. «Yo la miro con distancia y me pregunto cómo es posible que, a partir de una colección privada, se pueda hacer una exposición que hace un recorrido de más de cien años, llegando hasta la actualidad, con obras históricas y con artistas internacionales y nacionales».
Sandra Guimarães que es, también, una de las comisarias de Sculpting Reality, junto a Julia Castelló y Vicent Todolí, explica que se podría decir que son tres exposiciones dentro de una. La primera la conformaría la sala que da la bienvenida al visitante. «Se trata de una serie de trabajos de Anthony Hernandez, muy fílmica y colorista, que retrata la vida en la calle en Rodeo Drive, en los años ochenta. Con ella quebramos lo que era nuestra idea inicial de hacer un recorrido histórico cronólogico, que luego sí se retoma en la sala siguiente».
A esa sala que menciona Guimarães, se accede girando a la izquierda y sería la segunda exposición dentro de la muestra a la que hacía referencia antes. «El inicio de la investigación fue a partir de esta serie, Double Elephant Portfolio, en la que Lee Friedlander y Burt Wolf hicieron una selección de quince obras de cuatro autores, siendo uno de ellos el propio Friedlander, que consideramos que hizo, de alguna manera, de comisario». Los otros tres son Walker Evans, Manuel Álvarez Bravo y Garry Winogrand. Todos presentes con obra propia, aunque la figura de Evans destaque sobre el resto. «Siempre me ha interesado el trabajo de Walker Evans. Fue una inspiración para muchos artistas, hay una dimensión muy humana en sus fotografías que traspasa los tiempos y las geografías, que nos habla directamente de seres humanos, y también una dimensión literaria, de influencias de autores franceses como Flaubert».
Evans fue, de alguna manera, quien estableció la diferencia entre fotografía documental y fotografía de estilo documental. Una, a simple vista, sutil distinción, pero muy importante. «Muchos de los artistas empezaron trabajando como fotoperiodistas y continuaron haciéndolo, pero al mismo tiempo desarrollaron después de Walker Evans, influidos por él, un trabajo más personal, más artístico, que no tenía una utilidad. Captaban un momento preciso, empleaban la serielidad, tenían una relación con la realidad, pero al mismo tiempo por la mirada de cada artista se daba un salto y ya no era fotografía documental. Sería más correcto hablar de fotografía de estilo documental».
Precisamente esa evolución es el eje temático de una muestra que nace del estudio de la Colección Per Amor a L’Art por parte de los comisarios. «No hemos adquirido nada para la exposición. Teníamos muchas obras en la colección, de hecho podríamos haber incluido más artistas y más fotografías, tuvimos que hacer una selección. Algunas obras ya habían sido expuestas en Bombas Gens y aquí ganan otra dimensión, otra lectura, otra historia, otro contexto».
La sala más grande de la exposición regala algunas imágenes imborrables como las vitalistas calles de Helen Levitt, la nocturnidad de Ricardo Rangel o las celebridades (Marilyn Monroe y su falda al vuelo, John F. Kennedy, el boxeador Muhammad Ali) captadas por Garry Winogrand. Sandra Guimarães hace escala en otros dos nombres. «Louis Faurer fue otro pionero, muy conocido por estas fotografías de Nueva York por la noche, con los anuncios, muy cinematográficas, algunas muy icónicas. Esta mirada es artística, no tiene un fin, no está documentando nada, está compartiendo, está contando una historia, contextualizando un momento muy particular, un poco efímero, poético».
El otro es Robert Frank, «me encanta, es una referencia después de Evans y Faurer. Él coincidió con Faurer y consideró que era uno de sus discípulos. Lo que es interesante es que a pesar de ser un artista suizo que vive en Nueva York pasó mucho tiempo en España, en València, y eso se refleja en la exposición. Me gusta mucho que en las selecciones de artistas a incorporar a la Colección se intente siempre encontrar esas relaciones con el lugar en el que estamos».
Nos detenemos ante el Nueva York de mediados de los sesenta que fotografió Tod Papageorge, «es la introducción del color, un trabajo muy interesante, con escenas cotidianas de la calle, muy significativas de cómo era el modo de vida y que me gusta pensar que dialogan con las que vimos al principio de Anthony Hernandez en Rodeo Drive, aunque sean de lugares y épocas diferentes». Y sí, esa sensación se produce, pero no solo con la conexión Papageorge-Hernandez, sino a lo largo de todo el recorrido. Obras de distintos autores, países, años y técnicas interactúan entre sí, algo que se intuye difícil, pero que Guimarães niega. «Esa es la propuesta, ese es nuestro trabajo, eso es lo que hace un comisario, un historiador del arte. Seleccionar artistas, elegir un listado de obras, darles sentido, pensarlas en el espacio, contar lo que es nuestra perspectiva sobre el estilo documental».
Reconoce que ayuda el hecho de que la Colección Per Amor a L’Art esté configurada de una manera orgánica e intuitiva. «La Colección es como una exposición gigante. Las últimas obras adquiridas después se relacionan con las próximas o la última va a dictar la próxima que se adquiere, todo como una tela de araña. Mirar esa colección tan rica provoca que no sea difícil trabajar con ella. Si fuera una colección más caótica sí sería más complicado».
La visita guiada nos lleva a Susan Meiselas y David Golblatt, «ambos empezaron como fotoperiodistas y en paralelo desarrollaron otro tipo de trabajo artístico». Meiselas está presente con las Carnival Strippers, «muy crudas algunas, como de tragedia humana, se entiende la dimensión humana de las personas retratadas, gracias a la mirada llena de generosidad y quizás de admiración». A Golblatt, fallecido hace tres años, lo admira mucho. «Estas obras son increíbles, poderosas, casi escultóricas, son fragmentos, partes de cuerpos, pero como si fueran retratos».
Le pregunto si el futuro de la fotografía de estilo documental tiene un lugar reservado a imágenes realizadas con teléfonos móviles, me contesta que la teconología empleada no es lo importante. «Las obras de arte tienen que ser pensadas, hechas, por un artista. Para que un día esas fotos realizadas con un móvil puedan formar parte de la Historia del Arte o consideradas obras de arte, quien las haga tiene que adoptar una posición artística desde el inicio. No es tanto la tecnología, el equipo, sino la mirada».
Entramos en lo que se conoce como fotografía conceptual «con Lewis Baltz, Edward Ruscha y Bernd & Hilla Becher que, diríamos, son maestros de estos. Se puede ver el recorrido de una manera muy orgánica. Se pasa de una influencia, de una referencia, a otra», aunque cada uno tenga su estilo y sus propias características como lo demuestra la distinta relación que, por ejemplo, establecen Ruscha y los Becher con las sombras, acentuada intencionadamente, al ser colocadas juntas sus obras.
Estamos cerca del final de la exposición y quiero saber su opinión sobre dos temas tangenciales sobre la misma. El primero es sobre el hecho de que ningún artista aparezca solo representado con una sola fotografía. «La Colección no tiene obras sueltas de artistas, la idea siempre ha sido crear colecciones dentro de la colección, un núcleo de obras de cada artista. Eso, además, es un apoyo fundamental para ellos, cuando están vivos, porque no solo se adquiere una obra, sino 4, 5, 6 y se hace un recorrido de su trayectoria. No es como una colección de sellos. Y eso después facilita mucho el trabajo y permite exposiciones como esta».
El segundo tema es, igual, demasiado genérico, la importancia del arte en nuestras vidas, pero Sandra Guimarães lo responde con la misma paciencia y pasión de las que ha hecho gala todo el rato. «El arte es una experiencia, es una apertura al mundo, una posibilidad de viajar, de ir a otros lugares, a otros tiempos, nos hace reflexionar, oxigenar el cerebro. Cada imagen puede proporcionar una historia. En este caso, además, son fotografías que son universales. Y eso para mí es el arte, es universal, no tiene tiempo y proporciona el encuentro con ideas, obras, personas».
A punto de concluir el recorrido, la exposición adopta cierto acento valenciano. Por un lado con las obras de Bleda y Rosa, «algunas de las cuales ya se pudieron ver en la exposición que les dedicó Bombas Gens, pero que las obras tengan ahora otra lectura es nuestro trabajo como comisarios. Es el misterio de las obras de arte, que puedes hacer varias lecturas y nunca se agotan. Eso es lo que es para mí una obra de arte». Y por otro, enfrente, con las de Ian Wallace, «figura importante de la escuela de fotografía de Vancouver, al que le gusta mucho València, viene prácticamente todos los años y le invitamos a escribir un texto en el catálogo. En sus fotografías de la piscina de Las Arenas destaca la relación con la pintura, con el color, son unas fotografías muy conceptuales».
Mientras contemplamos las imágenes de Xavier Ribas, con las que se pone fin a la muestra, le pregunto sobre a qué se parece comisariar una exposición. «Es como ser directora de cine, o la editora de un catálogo, como escribir un ensayo, la exposición en sí es contar una historia, hay una introducción, un recorrido, estableces relaciones, una hipótesis, una conclusión, es como escribir un texto o hacer una película».
Nota: Las fotografías han sido cedidas por Bombas Gens y no pertenecen al día en que se produjo la visita.