1- Me volvían loco The Simpson. Sus primeros capítulos no recuerdo cuantas veces los vi. Me compré en dvd sus primeras temporadas. Llamé a Fox España porque no encontraba los subtítulos en castellano que prometían en la carátula. Me compré los cómics que editaron. Me compré los libros. Me compré un vinilo. Defendí Do the Bartman donde hiciera falta. Intentaba cuando escribía incluir alguna referencia a aquella pandilla de pieles amarillas. Y un día ¡plof!. Sin que ocurriera nada en concreto dejé de verlos. Aún así los defendía cuando se les criticaba un año flojo. El idilio seguía a distancia y cuando se anunció que ya no se editarían más temporadas en dvd lo lamenté. Si me cruzaba con algún capítulo me negaba a verlo porque no lo había visto desde el principio. Vi la película, jugué a algún videojuego, me compré otro disco en cd, pero ya no veía la serie. Ya no la he vuelto a ver.
2- Me volvía loco el fútbol. Pero solo fui socio del Valencia medio año cuando estuvo en Segunda. Ahora lo leo más que lo veo. Canal + lo empezó a cagar todo. Hay quien dice que con El Día Después y sus retransmisiones reiventaron el fútbol. Pero no. Se lo quitaron a la calle. Fue el primer paso para que dejara de ser gratis. Consiguieron que los amigos del instituto nos juntáramos algún que otro domingo en un bar cerca de la iglesia rara de Malilla a ver los partidos. No era quedar con amigos para ver el fútbol. Eso es otra cosa. Eso fueron las dos finales de Champions que perdimos y la primera Liga que ganamos con Benítez en Tulsa Café. Lo otro era como un impuesto que había que pagar para poder verlo. Cada vez nos quitaron más partidos y más competiciones. Había que pasar por caja. Pasé por caja. Tuve seis meses un canal de esos de 24 horas de fútbol. Apenas lo veía. Casi lo hacía por obligación. Me borré. El domingo de camino al Rastro pasé por Mestalla. En una parte de la fachada seis o siete jugadores de la plantilla actual hacían de reclamo en una foto. Reconocí a dos. El martes vi el Alavés-Valencia en un bar que no tenía ni una tapa apetecible. Me vine arriba y me dije a mí mismo que volvería. No lo haré.
3- Siempre he hablado mucho desde el teléfono fijo. Primero con mis amigos, después con mi novia. Cuando me fui de casa, con mi madre. Cuando mi madre se fue, con mi padre. Ahora con mi sobrina Sara. Aunque me llama poco. Desde el teléfono fijo hice entrevistas para un fanzine. Recuerdo una a Los Clavos. Hablé una vez con Kempes pensando que nunca respondería él al número que aparecía en el listín. También me acuerdo cuando Brad Branson fichó por el Pamesa. O yo llamé a Giusseppo o él me llamó a mí. Para eso servía el teléfono. Para contarnos cosas. El día antes de un exámen Fermín me tenía, siempre, más de una hora pegado al auricular. Llegaron los móviles, llegaron las videollamadas y cada vez hablaba menos por teléfono. Por el fijo y por el otro. El martes Raúl cumplía años. Por una broma privada le dije que le llamaría a las once de la noche para felicitarle. Me puse a leer y me olvidé. Seguramente consulté el whatsapp a esas horas entre página y página, pero no asocié el teléfono a la llamada pendiente. Es la primera vez que no le llamo para felicitarle. Me sentí como en aquel capítulo de Los Simpson en el que a Lisa le salía todo mal. O como en aquel partido de Europa League en el que el Sevilla nos eliminó por un gol de Mbia en el último minuto.