1- Dije «rebaño» y quería decir «barreño». Y el fantasma recurrente de un futuro alzheimer tocó a la puerta. Es una preocupación gratuita, seguramente, pero la certeza de una memoria, cada vez peor, la estimula. Hay veces que soy capaz de rememorar la tontería más nimia de una comida de hace años y olvidar el final de la película que vi el día anterior. Pienso mucho en los recuerdos y en la acción de recordar. Soy de los que cree que la nostalgia es un estupendo lugar al que ir, pasar un rato la mar de feliz y regresar. Si la utilizas bien, como tantas otras cosas en la vida, es una maravilla. Llevo encadenados unos cuantos libros sobre el pasado de sus autores y en todos sobresale la pena de comprobar que se acaban sus mundos. Es algo recurrente en gente que ya hemos cumplido cierta edad. Las cosas cambian, afortunadamente, pero menudo drama, ¿eh?.
2- Este verano tuve esa sensación de desamparo cuando intenté encontrar un horno, por mi barrio y adyacentes, para comprar merienda y todos estaban cerrados. El Manuel Embuena, el Ibiza, el Avenida, el Bell’s, el Montesol. Nada. Todos de vacaciones. Fue un peregrinar por persianas bajadas y pinchazos en el estómago. A nadie parecía importarle, los supermercados ofrecen bollería y los precios y la comodidad han acabado derrotando al gusto. También están algunas franquicias clónicas o esos abanderados del nuevo pan a los que los dentistas les deben tanto. Mi mundo se acababa, aunque el drama tenía fecha de caducidad. Septiembre me ha reencontrado con todos ellos, sí, ya he comido de sus delicias, incluso del algo más lejano Miguel Martínez (¿son sus cacaos tostados a la sal los mejores de toda la ciudad?), pero el miedo se quedó en el cuerpo. Dice Toni Sabater en Ciutat de campanars, que en València, los hornos son más importantes que casi todo. Así debería seguir siendo. Siempre. Habrá que cuidarlos. Un mundo sin hornos sería menos mundo.
3- Lo de los quioscos está peor. Mucho peor. Son las barbas del vecino que has visto cortar. Comprar publicaciones (algo) especializadas (ay, Dadá) o diarios y revistas internacionales es casi un escape room al aire libre. Cuando El Corte Inglés cierra su punto de venta de prensa y lo convierte en un mostrador a la puerta del supermercado, por algo será. El centro de la ciudad, si salvamos Soriano y, mucho más allá, el Fnac del AVE, es un erial. No conozco ningún establecimiento donde tenga la certeza de que podré comprar todos los días alguno de los tres periódicos catalanes (La Vanguardia, El Periódico, Ara) que tienen distribución en València. Aquí lo que salta por los aires no es un mundo, es mi universo. Hay barrios donde ya no hay quioscos. Que los hornos sean la resistencia. No para evitar dramitas nostálgicos, sino por las alegrías que nos dan al paladar. Si desaparecen, no habrá manera de recordarlos.