Antonio Doñate. Foto: Claudio Pato.

Los blogs. Nunca fuimos tan libres como entonces. Ni tan brillantes. La curiosidad no necesitaba de inteligencia artificial, se bastaba con la normal. Crecieron como un virus. Tomaron el relevo de la luz ya agonizada de los fanzines. Algunos fueron virales cuando nadie utilizaba la palabra, cuando era más difícil serlo. También los había pretenciosos, aburridos, ególatras, insufribles. También eran necesarios. Y un día dejaron de actualizarse. Y otro quedaron como fósiles de cualquier tiempo pasado que puede que fuera mejor.

De uno de esos blogs personales (Enfermedades modernas) que escribió Antonio Doñate (Madrid, 1969) se nutre el libro  La ilusión, publicado por la valenciana La documental edicions. Los otros textos proceden de suplementos culturales (Nós del Xornal de Galicia, Luces de El País de Galicia), de una bitácora colectiva (Sobre as cousas), de la presentación de un libro suyo anterior o de escritos para el Cineclube de Compostela y la Fundación ROBO, incluso hay uno inédito. Las fotografías de Carmen Gray completan el volumen.

Treinta y dos capítulos en total (protagonizados por escritos de entre 2000 y 2022) seleccionados por un criterio «bastante sencillo», según apunta el propio Doñate. «La mayoría de textos aparecieron en blogs, y estos eran un ente vivo, no solo ‘literario’, por lo que muchos de ellos se autodescartaban al tratar de temas locales o demasiado íntimos, o a menudo ser simples bromas codificadas entre amigas que no encajaban en un volumen de este tipo. Tras esa poda, vino la fina, y se trataba de escoger los que estaban más enteros a día de hoy, ya que algunos tenían dos décadas. Pero hubo bien poco cálculo en cuanto a ritmo o compensación entre piezas, no hubo mucha estrategia de edición en ese sentido. Hubo en cambio otras decisiones más importantes y controvertidas: si editar o no los textos, a la luz de hoy, si maquillar los errores más gruesos. Y ahí dedicí que irían tal cual salieron, sometidos solo a una leve edición ortotipográfica para limpiar imprecisiones».

En la mayoría de ellos, sino en todos, Antonio parte de una experiencia personal o de situaciones cotidianas, populares, reconocibles para quien lo lee (un menú degustación, Nacho Vegas, una comida de antiguos compañeros de trabajo, el Barcelona de Guardiola, el diseño tipográfico…) para abordar después las cuestiones sociológicas, políticas…en definitiva los temas de los que realmente quiere hablar. Una «estrategia» de captación que se intuye premeditada, alejándose del modus operandi más académico, ombliguista o téorico que muchas veces convierten propuestas similares o ensayos en ladrillos impenetrables a la mayor gloria de sus autores. «Pues sí, das en el clavo de mis preferencias, como autor y como lector también. Me gusta ese espacio indefinido entre lo académico y lo divulgativo, un acercamiento que tuvo mucho éxito en la primera época de los blogs, con el cambio de siglo. Tanto que ahora está naturalizado, hay géneros o tendencias que recogieron todo eso: la autoficción, el ensayo interpretativo o las últimas corrientes de crítica cultural, con más espacio para lo autobiográfico o la memoria personal».

A lo largo del libro hay una presencia importante de la música. ¿Qué papel juega en ti a la hora de escribir?

Antonio: Cuando escribo intento no ponerme nada de música, es demasiado torrencial para mí, me desconcentra y me lleva para otros sitios, para los que ella quiera realmente. Y luego, aparece casi como personaje en muchas de las piezas. En concreto en las centrales, las pertenecientes a las columnas que publicaba en el Xornal de Galicia durante varios años, ya que en teoría la mía era una columna mensual de música, aunque siempre la usé de modo expandido. La música fue mi primera gran afición de niño, junto al fútbol, y me convertí en esa cosa odiosa que se llama melómano, que te hace mirar todo con unas gafas muy poco panorámicas. Como se relata en el libro, estos 20 años también son los de cierta huída de esa ortodoxia, de la sujección a los cánones de la cultura pop. Una huída constantemente saboteada, por el sistema y por uno mismo.

En el capítulo «El canon» hablas sobre determinados prejuicios (prácticamente clasistas) en determinados ámbitos de la cultura. Incluso en algunos casos, cuando esas élites traspasan esa absurda frontera parece que lo hacen con cierta condescendencia. ¿Por qué crees que ocurre?

Antonio: Bueno, de todo esto, como es bien sabido, habló más y mejor que nadie el sociólogo francés Pierre Bourdieu, sobre todo en su tratado La distinción. Él estableció aquello del capital simbólico: la cultura reviste a la gente con una túnica de distinción, unos códigos y una red de relaciones que son, de alguna manera, indirectamente lucrativos. No es un capital económico, pero sí segrega a la sociedad de manera más radical y definida en muchos casos que el simple dinero. Nosotros, gente urbana del primer mundo, no temos escapatoria a ese ecosistema, pero al menos deberíamos ser capaces de discernir las operaciones y los efectos, e intentar despistarnos o jugar con las categorías. Ahora, como bien dices, muchas veces esos juegos están plagados de condescendencia o puro interés por el exotismo, por vestirse un rato de pobres. Es todo muy complicado, y seguramente en el ámbito pop, que debe de ser la cúspide del ultracapitalismo, no se pueda jugar a esa partida sin perderla de antemano. Quizás en otros, como los afectos a la cultura tradicional, tendríamos alguna opción de redimirnos.

Doñate explica en el texto titulado «La carrera del escritor literario» que no está interesado en la autopromoción (y eso le aleja del funcionamiento actual de las redes sociales), ni en trabajar con gente no afín, o en llegar a lectores con los que no hay conexión alguna. Por otro lado, reconoce que eso es posible porque se gana la vida en otro ámbito distinto al de la escritura, en el del diseño gráfico. ¿Cómo deberían ser las cosas para que sin traicionar esos criterios románticos que maneja si fuera posible la rentabilidad económica del escritor? «Uf, ni idea. Supongo que en un régimen donde la cultura fuera una cosa estatal. Sin pasta en propiedad para nadie. El comunismo, o como queramos llamar a un régimen donde se priorice lo comunitario».

Incluyes un texto inédito que empieza con El Corte Inglés, pasas por una magnífica radiografía del indie noventero, haces parada en Pavement y su cantante, y acabas de alguna manera preguntándote por la identidad sexual y citando a los lacanistas. Resulta fascinante que un texto que parece que vaya caminando a la deriva después tenga un resultado tan cerrado. ¿Cuándo empiezas a escribir (este u otro texto) sabes dónde y cómo vas a llegar a tu objetivo final, hay un esquema previo, o te dejas llevar por la escritura y tu cabeza?

Antonio: No tengo ese tipo de cabeza visionaria, soy más bien expresionista. Yo siento algo, me ‘lleno’, funciono como una olla express hasta que decido que tengo que abrirla. Muchas veces solo tengo un tema en la cabeza, casi como un título, y un runrún de opiniones sobre él. Entonces me siento a desplegarlas, y en el propio escribir, incluso en la propia estructura formal del texto, en su orden interno, voy encontrando lo que siento de veras. Eso cuando hay suerte.

¿Qué crees que aportan las fotos de Carmen Gray a tus textos? ¿Participaste en su elección?

Antonio: Es una decisión editorial, esta colección junta una pareja, una o un escritor y una o un artista. Me propusieron a Carmen Gray y pensé que podía funcionar. Y lo confirmé más tarde, porque creo que la elección concreta de las imágenes resulta muy acertada, con esa cubierta como el libro, que habla de la fascinación y el horror ante la imaginería industrial, como la salsa agridulce.

A lo largo de los textos hay frases redondas que contienen mucha verdad. Por ejemplo, en la página 81 escribes «Cumplir años nos suele alejar de las ficciones».

Antonio: Bueno, digo ‘suele’ porque supongo que es la trayectoria más habitual, pero es un trabajo arduo, tenemos todo ese arsenal muy enraizado. Con suerte, la propia vida te va enfrentando a esa estructura ficticia, haciéndonos ver qué nos hace cada vez menos falta para nuestra supervivencia y, sobre todo, para el lazo social. La ficción cultural genera afinidades estéticas que, en el fondo, hacen muy poca piña, es más bien un obstáculo para relacionarnos.

Otra frase: «Las preguntas sencillas con respecto al arte tienen muy mala prensa». ¿Crees que a veces en el mundo del arte se exhibe cierto boato o elitismo que acaba jugando en su contra y que alguien debería hacerles entender que sencillo no es lo mismo que simple?

Antonio: No puedo estar más de acuerdo, soy muy fan de las cosas que son más complejas por debajo que por la superficie, y muy poco de lo contrario. Esto último es mucho más fácil de hacer.

En «Años diez», escrito en 2019, reflexiona sobre los ocho años transcurridos desde el 15M y cómo la gente acabó desencantada con un movimiento que recogía el sentir de los desencantados precisamente. Se podría establecer un paralelismo entre la velocidad a la que vivimos y lo que pasó con el 15M, como si el ritmo frenético que lleva la sociedad también se llevará por delante incluso la esperanza. «Pues sí, entre otras cosas mucho más sesudas y de análisis politológico, con un régimen de la economía de la atención como el actual muy poca pervivencia tiene nada, por trascendente que sea».

El texto mencionado está escrito como previa a las elecciones de mayo de 2019. Leído hoy ¿sigue teniendo vigencia de cara a los distintos comicios que habrá este año?

Antonio: Me temo que la debacle de aquella nueva política seguirá aumentando, y sus propuestas teñirán a los partidos colindantes, caso del PSOE.

En distintos escritos se va tejiendo tu relación (y la de tu hija) con las pantallas. Con cierta desconfianza antes de la pandemia, con cierta resignación y reconocimiento de su valía durante el confinamiento. Dices «Ya veremos qué nos pasa». Y aunque en el último texto («La verdad en internet») respondes de alguna manera a esa pregunta, dos años después de haberlo escrito ¿qué piensas al respecto?

Antonio: Pues un poco lo que adelanté antes con lo de la atención. La sensación, desde hace veinte años, que son los que aborda este volumen que tiene mucho de historia del influjo de las pantallas sobre nosotros, es que vivimos unos años de una aceleración tecnológica abrumadora, que nos anega a todos los niveles, pero quizá el más decisivo sea el neurológico. Lo que pasará después se escapa a mis capacidades.