Gerardo León (València, 1971) es periodista cultural y guionista. Escribe sobre cine en AU Agenda Urbana, forma parte del equipo de selección de Cinema Jove y ha sido director de la revista Trama, editada por la Academia Valenciana del Audiovisual. Pero su primer libro, aunque como él mismo reconoce puede tener una narrativa muy cinematográfica, no tiene nada que ver con el séptimo arte. Su explícito título, Mi 15-M (Un recuerdo y algo más), editado por Contrabando, lo dice todo. León nos retrotrae a aquel 15 de mayo del 2011 en el que la ciudadanía salió a la calle. Y nos cuenta cómo lo vivió desde dentro con una visión, a su vez, externa de todo lo que le rodeaba.
¿Por qué volver al 15M y hacerlo desde tu experiencia personal? ¿En su día fuiste tomando notas sobre lo que ibas viviendo o has hecho un ejercicio de memoria?
La idea de Mi 15-M es el resultado, más que de una inspiración o algo parecido, de un largo proceso de diálogo. Ese diálogo confronta, de un lado, una serie de experiencias, que son las que cuento en el libro, y de otro, una serie de reflexiones sobre el alcance y posibles consecuencias de esas mismas experiencias que estaba teniendo. Esas reflexiones, además, están animadas por el propio desarrollo en el tiempo del sujeto protagonista del libro: el 15M o, como se llamó también entonces, Movimiento de los Indignados.
Para mí, definir el 15M implica no solo describir cómo se desarrollaron sus asambleas o consignar notarialmente qué cambios políticos propuso, sino el propio proceso de construcción de un movimiento político que nace de la reunión casual de miles de personas que, sin saber nada las unas de las otras, descubren de repente, casi sin saberlo tampoco, que estaban haciendo una denuncia común: la crisis de una democracia que encontraban que estaba fallando a una ciudadanía que, se supone, representaba. Cómo responder a esa denuncia implicaba, primero, definir qué era eso que estaba fallando. Y, por otra parte, presentar una serie de salidas o soluciones para corregirlo. ¿Qué queremos? ¿Cómo podemos conseguirlo? Pero, sobre todo, ¿tiene sentido esto que estamos proponiendo? Desde un cierto punto de vista, el 15M se explica, sobre todo, en esa larga conversación que tuvo consigo mismo para definirse: qué era, qué quería, a dónde iba y por qué o para qué deseaba eso que decía desear.
La idea del libro surge, así, de mi propia conversación con esos interrogantes que estábamos formulando e intentando responder. En un momento dado, según va pasando el tiempo, me doy cuenta de que hay una serie de hitos o sucesos que sintetizan esa conversación. Siguiendo esas pistas, fue apareciendo un relato que me pareció interesante, no solo para animar al posible lector a hacerse esas mismas reflexiones, sino que señala también una forma, una estructura.
Yo creo que es de ahí mismo desde donde surge también la respuesta a la pregunta de por qué es necesario volver al 15M. A mí no me interesaba tanto describir qué sucedió como animar al lector a reflexionar sobre tres cuestiones. Primero, qué pudo fallar de aquella experiencia. Segundo y, como consecuencia de eso, qué estaba fallando en el discurso y los planteamientos de aquella izquierda que se decía alternativa, su lógica y sus propuestas. Y tercero, como consecuencia de la confrontación entre el 15M y los estamentos del Estado, qué estaba fallando en nuestra democracia, en general. De ahí el subtítulo: Mi 15-M. Un recuerdo… y algo más. Es ese algo más lo que me interesa.
¿Por qué volver sobre ello? Pues primero porque, por mucho que se quiso y se sigue tratando de denostar, el 15M fue un hito en la historia contemporánea de España. Tras casi 40 años de una democracia que venía a salvarnos de todos los males, por primera vez surge un movimiento que dice que ese sistema, que se ha dado por supuesto, que es el mejor posible, está fallando. Y lo dice en voz alta y esa voz se escucha en todo el país. Yo creo que hoy seguimos enfrentados a esa misma problemática. Hoy los políticos de todos los partidos políticos ya han reconocido, más de diez años después, que hay razones sobradas para el desafecto de la ciudadanía con la llamada clase política. ¿Por qué? La respuesta nos remite a lo que allí sucedió.
Por otro lado, la idea de hacerlo desde mi propia experiencia responde también a dos cuestiones. Primero, porque así fue como lo viví y de esa experiencia parten estas reflexiones que propongo, y no otras. Es mi 15M. No “EL” 15M en su totalidad. Habrá otras maneras de abordarlo. Y la otra porque me ayudaba a darle al texto un tono que favorecía la lectura y la convertía en una experiencia más vívida y amena.
Escribes: «El 15-M era el hijo de esa misma sociedad que hacía muchas décadas había dejado de luchar por sus derechos y que ya había olvidado, si es que alguna vez lo comprendió, el sacrificio que implicaba dicha lucha. Y, seamos sinceros, hoy en día, en esta sociedad, ¿quién está dispuesto a ningún sacrificio? Muy poca gente». ¿Cómo se podría haber cambiado?
Yo creo que, en esta cuestión, más que plantear qué se pudo haber cambiado, se trata de tomar conciencia de una situación que fue pasando inadvertida. Desde los años ochenta hasta aquí, la sociedad española se ha ido acomodando en una especie de narcótica indiferencia frente a cuestiones que implican al desarrollo mismo de la democracia en nuestro país, y con ello, y tras un breve repunte, a una paulatina pérdida de derechos que se suponen fundamentales.
Uno puede verse a sí mismo como alguien muy comprometido con muchas causas, reunirse con grupos afines a sus ideas o acudir a muchas manifestaciones. Pero si miramos con un poco de amplitud, veremos que, en general, cuando nos toca dar la cara y hacer un sacrificio personal frente a un conflicto concreto que apela a esos derechos, no estamos tan dispuestos a hacerlo. Esto se ve claramente en el terreno laboral. El precio del trabajo asalariado en términos absolutos y de derechos se ha ido degradando en las últimas décadas y no se hace gran cosa por remediarlo. En cualquier trabajo, antes prima la competencia entre compañeros que la solidaridad. A la hora de alzar la voz ante una injusticia, casi nadie parece muy dispuesto a dar ese primer paso necesario para movilizar a sus iguales. Repito, no pensemos en las grandes causas, pensemos en lo mundano. En las grandes causas es fácil comprometerse porque nos desdibujamos entre la multitud, a veces ni siquiera es necesario que nos movamos de casa. Pero en lo pequeño, en lo cotidiano, en lo concreto, cuando realmente nos podemos mostrar vulnerables, somos, en general, muy retraídos.
A esa inclinación a no meternos en problemas por miedo a que pueda perjudicarnos, súmale una sociedad crecientemente consumista, cuyas preferencias culturales y materiales hace que sus intereses estén en otra parte, al margen, incluso, de sus necesidades básicas. Y eso incluye, para mí, a gente que se dice de izquierdas, pero que, en el fondo, cuando estudiamos nuestras costumbres, también tienen una mentalidad profundamente burguesa y muy acomodaticia. Cuando se produjo una crisis como la del 2008, aunque salimos a la calle, nadie sabía qué hacer. Incluso entre los más comprometidos había una actitud como de juego frente aquello. Si el mundo está en manos de cuatro especuladores que lo llevan a la ruina, como se sostuvo, es como para no dormir por las noches, no para reunirte y proponer referéndums. Eso es algo muy superficial. Cómo salir de esa superficialidad e infantilismo implica un proceso de madurez política, psicológica y social muy complejo, que se pudo iniciar allí, pero que quedó interrumpido.
Dedicas varias páginas a analizar el papel de algunos medios de comunicación ante el surgimiento del 15-M. ¿Por qué crees que, en un principio, incluso al igual que algunos líderes de izquierda, estos medios progresistas mostraron una posición de desconfianza (cuando no de descalificación) hacia el mismo y no, como en otras situaciones, se acercaron para escuchar e intentar entender qué se pedía, antes de tomar una posición?
Creo que conviene recordar que el 15M surge a pocos días de unas elecciones autonómicas y a meses de unas generales. Entonces, el gobierno de España estaba en manos de un Partido Socialista que estaba sufriendo el castigo de la opinión pública ante la gestión de una crisis económica que llevó al paro al 25% de la población activa. Si hoy nos escandaliza que haya tres millones de parados, entonces había cinco. Para salir de ella, además, se estaban aplicando recetas que se asemejaban a las propuestas de la oposición, impuestas por Europa. Era evidente la más que probable debacle electoral del PSOE en este contexto. Esos medios progresistas se mostraron en connivencia con los presupuestos del gobierno y, de repente, que miles de personas salieran a las calles a protestar por la situación, no les cupo en la cabeza. Si esos son los nuestros, ¿cómo es posible que nos critiquen?
A ellos, que se presentaban como garantes de la libertad y la democracia, sus propios oyentes y lectores, les estaban diciendo: esto no funciona. Y tenemos derecho a decirlo. Y claro, como llevaban casi cuarenta años cantando sus virtudes, su reacción instintiva fue defender ese orden y criticar a los manifestantes, sin pararse un segundo a meditar qué había de cierto en esa crítica que se estaba haciendo. Vieron a aquella multitud e hicieron una relación simplista con los movimientos antisistema que se habían producido en otras partes del mundo, se asustaron, y lo juzgaron por encima, devolviendo a esa ciudadanía una pregunta capciosa: ¿es que no creéis en la democracia? Pero esa no era la cuestión.
Con esa reacción, se vieron dos cosas. Una, que, con frecuencia, el periodismo, incluyendo el de izquierdas, no sabe de lo que habla. Algunos periodistas que estaban opinando sobre ello, tardaron una semana en acercarse a las asambleas a ver lo que estaba pasando. Y la segunda, que su labor no pasaba de la de meros cancerberos de ese orden que se estaba criticando. Llegaron a juzgar, incluso, el derecho de manifestación, y en artículos de todo tipo se amenazó con el advenimiento de una especie de neo-estalinismo, igual que hacían los medios de derechas. Eso los desacreditó. Ese descrédito persiste en nuestros días. Incluso, diría que se ha extendido. Hay muchas razones, no siempre tan nobles, pero otras sí tienen una justificación racional. Están en el libro.
Leyendo el libro se tiene la sensación de que era imposible que aquello acabara consiguiendo sus objetivos (si es que estos se tuvieran claros) a tenor de las pistas y señales que iban apareciendo. Sin embargo, es una toma de conciencia que se puede hacer al analizarlo ahora (aunque se pudiera ir intuyendo). ¿Le faltó autocrítica al 15-M?
Una vez hecha esa denuncia contra la situación general del país y el orden de partidos, el 15M cayó en la trampa de tratar de responder a la pregunta que le lanzaron los medios y parte de la clase política: “bueno, y entonces, ¿qué queréis?” En ese momento, henchido de una soberbia alimentada por el éxito de unas movilizaciones que nadie se esperaba, se sintió lo suficientemente preparado para responder y establecer un programa político. Pero no estaba preparado, pues el 15M era hijo de esa sociedad hedonista que se había mantenido al margen de las cuestiones políticas desde hacía décadas. Y ahí, de lo que no se dio cuenta es de que, para elaborar ese programa, lo único que hizo fue coger las recetas que, de una manera más o menos difusa, habían ido circulando por los espacios y la conciencia de la izquierda alternativa desde hacía años (mayor participación ciudadana, referéndums, más partidos políticos, etc.), sin percatarse de que eso no afrontaba nada de calado.
En el 15M no es solo que faltara autocrítica, es que todo esto se daba por válido sin más, sin analizarlo realmente y, así, cayó en sus propias contradicciones. Yo (y no digo que no hubiera nadie más, porque es imposible) me di cuenta porque (y esa es la reflexión de la que hablaba en mi primera respuesta) en mi asamblea sí que sometimos todo ello a un proceso, inconsciente si quieres, de análisis. Pero la respuesta del 15M fue la de tirar hacia delante, sin más.
Dedicas un capítulo entero a hablar de la ilusión. Dices, «pero ese discurso de la ilusión y la esperanza tiene un lado oscuro: se llama sumisión». Pero a su vez, ambas, o incluso su falta de ambas, fueron muy importantes a la hora de movilizar a la gente. ¿Cómo explicar esa doble relación?
Desde el 15M, incluso antes, en la izquierda se ha impuesto el discurso de la ilusión como pura plataforma política, sin otro programa concreto. Ante cualquier crítica que se pueda hacer a las medidas que toma la propia izquierda, aun siendo nefastas, en algunos casos, te responden: “hombre, no seas tan pesimista, hay que tener ilusión”. Pero esa respuesta, que no contesta a nada concreto, esconde la imposición, indirecta, de un silencio crítico o autocrítico. Se pude incurrir en las mayores contradicciones que uno pueda imaginar, incluso en cuestiones que se entienden fundamentales. Se pueden aplicar políticas que están radicalmente en contra de tus principios y valores, haciendo un daño enorme a la convivencia. Pero hay que mantener la ilusión por encima de todo, que es como decir, “no me estorbes con tus dudas y vota lo correcto”.
Claro, la ilusión de cambio ante una situación de depresión (emocional, económica, social), es un motor importante para provocar ese mismo cambio. Pero si las propuestas de cambio yerran sus objetivos, ¿no se puede decir? Entonces, resulta que lo que hay que mantener es la movilización por la movilización, la ilusión por la ilusión, para que nada decaiga. Y eso no va a ninguna parte. A partir de ahí, un movimiento crítico se convierte en puro sistema porque la ilusión (falsa, por mal fundamentada) acalla la disidencia y aunque, de nuevo, nadie quiere darse cuenta, el proyecto ya está en crisis.
Defiendes en el libro que fue muy importante cuando el 15-M pierde su protagonismo absoluto centrado en la Pl. del Ajuntament y se expande por los barrios. Pero a la vez, tomando como ejemplo tu experiencia personal, parece que fue precisamente en esas bifurcaciones donde acaba encontrando su apagón.
No, cuando el movimiento se extiende a los barrios, algo que sucede muy temprano, responde a una evolución lógica. Un movimiento asambleario que demanda participación no pude depender de que la gente que, precisamente, quiere participar, tenga que desplazarse a un lugar alejado todos los días y a todas horas. En cambio, cuando las asambleas se extienden a los barrios, ya tenías el 15M en la puerta de tu casa. Ya puedes participar directamente. Basta con que, luego, elijas unos delegados para tener tu propia representación. A mí me sucedió. Los primeros días acudí con frecuencia a la plaza del Ayuntamiento, pero luego eso se hizo personalmente insostenible.
El apagón del 15M en la plaza del Ayuntamiento viene por tres razones. Una, por la lógica imposibilidad de mantener una acción que dure eternamente, sin fecha concreta de caducidad, algo que lo convierte en un imposible material. La gente tiene que vivir y sostenerse. Dos, por las propias contradicciones de las propuestas que se estaban haciendo. Y tres por las confrontaciones que había entre los participantes y unas Comisiones que monopolizaron el debate de la Asamblea General que se reunía allí. El apagón de las asambleas de barrio vino por la acción de los dirigentes de esas mismas Comisiones que, viendo que los barrios se presentaban como una opción más sólida, se decidieron a liquidarlos por puro recelo, afán de protagonismo y para acallar discrepancias.
Llama la atención que las charlas que organizas en tu asamblea de barrio, de alguna manera, provoca ciertas desconfianzas en algunos compañeros, que rechazan el conocimiento y la duda que podían aportar, básicos ambos del pensamiento del que por otro lado parecía que eran abanderados. Y de alguna manera eso acaba marcando tu marcha. Es como si en tan poco tiempo el 15-M hubiera adquirido precisamente algunos de los vicios del sistema contra los que luchaba.
Absolutamente. Durante mi participación en el 15M, que duró casi un año, asistí a montones de eventos, charlas, conferencias y reuniones sobre los más diversos asuntos relacionados con sus propuestas. Pero la mayoría de ellas no venían más que a certificar las propias propuestas en sí, corroborando, también, nuestras supuestas convicciones. Pero, en un momento dado, me dije: “¿esto para qué sirve, realmente?” Por ejemplo, decimos entonces que queríamos cambiar el sistema electoral. Vale. Pero, antes de especular sobre ello, tendremos que saber cómo funciona. ¡Porque no lo sabemos! Entonces, te metes y empiezas a evidenciar que el sistema es imperfecto, sí. Pero que cualquier parche que le impongas, implica una nueva complicación que no has previsto y que te lleva a otro callejón sin salida porque democracia es eso que tú estás reclamando: participación. Y participar, participa todo el mundo, incluso los que no piensan como tú. En este punto, lo lógico es, decir: “debo cambiar mi propuesta, algo no va bien”. Pues no. Lo que hago es señalar al que me quita la razón, le acuso de ser un sectario y sigo como si nada.
Pero esto pasa en cualquier congregación de seres humanos. Yo te diría que ese fue el principal fallo del 15M. Más que las propuestas, como primer obstáculo estaba el propio comportamiento humano. Por eso también lo de hacer un relato personal, es decir, humano, de lo sucedido. Tenemos un movimiento que se decía democrático, que animaba al pensamiento crítico, pero que acallaba cualquier opinión contraria a sus planteamientos, sin escucharla. Un movimiento que hablaba de colaboración, pero que consintió liderazgos cerrados y alentó el enfrentamiento de egos. Ahí se rompe todo. Y se rompió.
¿Crees que fue un movimiento en el que pesó demasiado la teoría y faltó acción y decisión? ¿En el que no se supo priorizar necesidades como apuntas en algunos momentos?
No sé si tanto la teoría como la asunción automática de unas recetas que, en mi opinión, no se sabe a dónde estaban apuntando. Allí querían cambiar la Constitución gente que no se la había leído, por ejemplo. Es una anécdota muy graciosa. Y, lo que te decía: hablamos de un país con, entonces, un 25% de paro. Y apenas se hablaba de empleo. Con eso está dicho todo. ¿A dónde se estaba mirando?
Una vez señalados algunos de los defectos del 15-M, ¿qué cosas positivas tuvo?
Te remito un poco a lo de antes con lo de la ilusión. Yo confieso que desconfío un poco de ciertos discursos o posiciones que siempre acaban por demandar aquello que de “positivo” tenga este tipo de experiencias, aunque fracasen, porque, con frecuencia, esa demanda esconde un recelo ante el análisis y la reflexión. Es como un cobijo en el que uno se refugia para calmar su conciencia.
Pasa todo el tiempo. Si uno tiene una mala experiencia amorosa, lo lógico es que hayas aprendido algo y la siguiente sea mejor. Si, por no reflexionar un poco lo que te ha sucedido, caes otra vez en los mismos problemas, no ha servido de mucho. Claro, que uno pude decir: “fue un desastre, pero tuvimos dos hijos maravillosos”. Bueno, pero también a esos niños les puedes desgraciar la vida por tu mala cabeza. Y sigues adelante, por supuesto, pero, ¿en qué condiciones?
A pesar de eso, para mí sí hubo cosas positivas en el 15M, pero no en los términos que se puede esperar. Yo me lo pasé muy bien. Hice, creo, algunos amigos, lo que ya justifica aquella experiencia. Pero es que, además, fue muy estimulante y aleccionador mantener un debate que me encantaba y del que aprendí muchas cosas. No creo que hayan cambiado mis valores, pero toda mi cosmovisión sobre la situación política sí se ha visto trastocada. En el camino, hay una pérdida, claro. Y eso hay que entenderlo y asumirlo. A esto alguien lo llamaría tener una visión “negativa” de las cosas, pero yo no lo entiendo así. Si, como consecuencia de un suceso, uno aprende o amplía su campo de visión sobre un problema concreto, eso es positivo. Muy positivo. Más positivo que deleitarse en un optimismo vacuo. Eso sí es deprimente porque no funciona, sobre todo si persistes por pura testarudez o por miedo a la amenaza de la pérdida de una identidad sobre la que has construido tu yo político y sociológico.
En lo que respecta al terreno político posterior, cosa que siempre sale a la hora de hacer balances, bastaría con preguntarse si el propio 15M, el primero, el que salió a la calle aquel 15 de mayo del 2011, habría aceptado la situación política actual. Yo creo que no. Y aquí invitaría al lector de esta entrevista a hacerse algunas preguntas. ¿Acaso hemos ganado algo en términos de transparencia democrática? Yo no lo creo. Salvando las distancias con respecto a la crisis del 2008, ¿vivimos en una economía más sólida que entones? La posterior crisis del Covid-19 ha demostrado que no. ¿Qué grado de confianza hay hoy en nuestra clase política e instituciones? Todos los indicadores apuntan a una respuesta muy negativa. Y si no la hay, ¿por qué es así? ¿Qué se está haciendo mal? Eso sí, para responder a estas preguntas, por favor, no mire solo hacia sus contrincantes ideológicos, mire también a los “suyos”. No se haga trampas.
¿Crees que sería posible que volviera a surgir algo como aquello y que esta vez sí se supiera canalizar bien?
No lo veo posible por varias razones. La primera porque canalizar una energía tan virginal como la que surgió en el 15M sucede solo de vez en cuando. Quizá ocurra dentro de una generación, cuando otros se topen de nuevo con esta corriente o si vuelve a producirse otra fuerte crisis institucional, cosa que no es desechable Ten en cuenta que, a un movimiento así, ahora le pesaría, ante todo, el reciente recuerdo de lo ya vivido. Si hoy saliéramos a la calle a montar otras asambleas, la gente se acercaría y diría: “¿otra vez? Esto ya lo he visto y mira cómo acabó”. Y pasaría de largo.
Muy relacionado con la anterior, está el estrepitoso fracaso de las opciones políticas que surgieron de aquello o, diría, que se apropiaron de su espíritu y se lanzaron a la carrera electoral. Esa relación psicológica entre ambos fenómenos, también minaría la credibilidad de un movimiento como ese.
Y la tercera porque aquellos que participaron del movimiento, hoy parece que se han entregado de nuevo en brazos de la retórica de partidos y de bloques, algo que el 15M rechazó en un primer momento, pero que, luego, desorientado, abrazó. Eso ha enturbiado, para un largo periodo, cualquier intento de resucitarlo.
Pero si ocurriera y realmente hubiera una oportunidad de ponerlo de nuevo en marcha, habría que repasar qué se hizo mal desde entonces. Está en el libro. En este sentido, apuntaría a una receta muy sencilla: antes de dar un paso estudia muy bien la situación. Dale un par de vueltas. Escucha, pero de verdad.
Aprovechando tus conocimientos cinematográficos, ¿qué película crees que de alguna manera ha plasmado mejor todo lo que ocurrió aquellos días?
Pues no lo sé. El director ruso Aleksandr Sokúrov sostenía que el cine, como forma de expresión, tiene muchas limitaciones a la hora de ahondar en cualquier cuestión que nos ataña como seres humanos. Se puede abordar un aspecto, pero es difícil tratar muchas capas a la vez en una sola película. Tampoco sé si es tema adecuado para una película, aunque he de decir también que el libro tiene una narrativa muy cinematográfica. Pero este es uno de esos secretos ocultos que solo es visible para buscadores de tesoros en modo avanzado.