Lidia Caro Leal.

Lidia Caro Leal (València, 1990) vuelve a las distancias cortas. Su tercer libro, No entrar con llamas (Altamarea, 2023), reúne trece relatos que circulan por las periferias geográficas y humanas, sin importar tanto el fin del viaje. Un karting oxidado cerca de Oropesa del Mar, dos hermanos que no se hablan y comparten un secreto desde hace años con l’Albufera de fondo, el censo de un bar que se llama Las Tres Primas y tiene una camarera china con un tatuaje de Pikachu en la muñeca. Escenarios y protagonistas a los que les acechan las llamas.

Tres libros, en tres editoriales diferentes, en tres años. 

Llámalo prolífica, nervioseta o autoexplotada. Por ejemplo, mientras escribo estas respuestas trato de que mi perro no se coma los restos de kebab que tiran los guiris en El Carmen. Para ellos es el resopón, para la población canina un desayuno rico en sal y grasa. Supongo que sufro de multitasking o querer llegar a todo —de ahí que en un mismo párrafo chiquitín meta cuatro escenas distintas a base de frases cortas—. Paradójicamente, una de las pocas cosas en las que sí que me centro —entrar en flow, atención plena y todo el rollo— es escribiendo ficción. Así que podríamos decir que voy a libro por año porque alguna afición hay que tener.

¿Prefieres referirte a tus historias como relatos o cuentos, o te da igual? 

Me cae genial la sinonímia. A tope con el Diccionario español de sinónimos y antónimos de Sainz de Robles. Tengo la primera edición (1978) y conserva todas sus hojas. ¡Arriba la coherencia textual a través de la sustitución léxica sinonímica!

El título, la imagen de portada, su presencia en (casi) todos los relatos. ¿Por qué el universo del fuego, lo inflamable, las cenizas…? 

Todo empezó con un ojo de fuego en el océano. A raíz de la imagen del mar quemándose escribí un par de textos, luego un relato, luego otro y cuando los junté, vi que había un hilo conductor al rojo vivo. Además, casi todos los relatos están escritos en verano en nuestras latitudes, con un tipo u otro de riesgo de incendio. Las olas de calor y que me leí Crematorio, de Chirbes, en la playa sin sombrilla tienen bastante que ver.

Es un libro donde tu presencia va más allá de ser la voz que narra. En ocasiones, tu visión se convierte en un personaje más aunque fuera del radar de los otros, adoptas identidades no humanas, es una omnipresencia que sabe más que quien narra. Es como una evolución de lo que podría ser tu «literatura del yo» que podría estar presente en tus dos libros anteriores. ¿Por qué este cambio? ¿Algo que ver la profusión de libros de ese tipo?

No es cansancio respecto a la literatura del yo y el exceso editorial que puede haber de esta, sino coherencia con los temas y tramas. Hay historias que demandan un mayor grado de autobiografía (evidente) que otras, y que si no tuvieran un narrador autodiegético sonarían artificiales.

En el caso de estos relatos, al igual que en los de Hijas de algo, hay un yo diluído que puede adoptar trescientos millones de formas. No es necesario que la voz narradora coincida con mi nombre o antropomorfismo. El yo siempre está: en el momento que se usa un adjetivo o sustantivo valorativo en vez de otro, aparece la huella del autor.

Acabas uno de los relatos con la frase «Porque la vida es más forma que contenidos» que define muy bien otra de las novedades del libro. Parece que más que la historia y su final, te interesa más el camino, el contexto, los apuntes sobre personas y lugares, la forma en definitiva.

Si pudiera retroceder en el tiempo le diría a un antiguo empleador que me despidió de un trabajo mileurista de mierda como content creator o curator o algún anglicismo parecido, le soltaría esa frase. La vida es todo lo que está antes del producto final. Me interesa más lo prosaico que los grandes resultados. Un profesor de semiótica y teoría cinematográfica me dijo que los finales no existen y comulgo con ello: los finales me dan un poco igual, pongo el foco en el desarrollo (narrativo). Es más veraz que un punto final. El punto cree tener la razón, que por aparecer, la protagonista va a dejar de pensar en el amor de su vida, en el gato que pudo haber rescatado o a la cita que jamás debería haber tenido.

Cuando te entrevistamos por Hijas de algo (Festiu, 2021) ya hablamos de cómo convivían tu yo periodista y tu yo escritora en las historias que contabas. Aquí sigue habiendo ciertas similitudes con el formato de crónica. ¿Crees que sí vuelves a jugar con ambas Lidias? Y, ¿de alguna manera los relatos surgen de una premisa periodística?

ME ESTOY DEJANDO EL PERIODISMO. Exclamado esto, supongo que hay carga periodística en la forma en la que recojo información o más bien todo el periodismo narrativo que he redactado surge de un batiburrillo de anotaciones, frases robadas y observación en la calle. También acudo a la prensa para completar algunos cuentos, o me llaman la atención ciertas historias que aparecen en la prensa, pero intento —intento— huir de las tendencias periodísticas que homogenizan la escritura salvo para criticarla. Me encanta criticar el lenguaje en plataformas digitales. Nos está robando los artículos definidos.

En aquella entrevista también hablamos de que las historias principales de los relatos siempre conviven con otras secundarias y dijiste «Creo que tengo, como casi toda la gente de mi edad o más jóven, el cerebro fragmentado (risas). Y esa falta de economía de atención de tanto ir de una cosa a otra, con tantos estímulos, creo que se refleja en mi forma de escribir. Y, también, que soy muy nerviosa. Como surgen muchas ideas yo voy tomando todos los caminos y, por supuesto, equivocándome en algunos momentos». Además de esto, ¿hay también algo de disfrute literario en hacerlo? ¿No te apena que algunas de esas posibles historias queden abandonadas y no las desarrolles del todo?

¡Anda! Medio he contestado a esto en la primera pregunta. Escribo para pasármelo bien y por venganza. La venganza está, sobre todo, en los subtemas. Puede que un relato no denuncie frontalmente las situaciones injustas de la contemporaneidad, pero aparece la crítica en las idas y venidas de las situaciones. ¿Pena por dejar historias desmembradas? Ninguna. Es ficción, no una camada de perretes abandonados —menos mal. Fuego a las personas que maltratan animales—. Nada me impide recoger los rasgos de unos personajes o lugares y reutilizarlos.

¿Proyectos de futuro? 

Al 2024 le pido paz, amor, que convoquen oposiciones de profesorado de secundaria y que un ensayito que tengo en proceso de edición, entre en imprenta.