Xavier Aliaga. Foto: Isabel Codina.

Se llama Anaïs, murió cuando tenía dieciséis años y «es perquè estic morta que us podré contar la nostra història. Perquè morir es l’unica manera de saber-ho tot». Así, inoculando en quien lo lee la imposibilidad de escapar a la necesidad de saber más, arranca el último libro de Xavier Aliaga, Ja estem morts, amor (Angle Editorial), ya con segunda edición en las librerías.

Cuesta hablar de él sin desvelar nada. Mejor no hacerlo, que cada cual lo descubra pasando las páginas. Es una novela sobre una familia. Es un drama sin concesiones, que mira de cara a la tragedia. Es una novela sobre el amor, y el desamor. Es un drama con muertes, desde su intro, pero que habla sobre la vida, porque vivir duele.

¿Cuánto hay en Ja estem morts, amor de reacción frente a tu anterior libro Les quatres vides de l’oncle Antoine (2017) de ficcionar, de inventar una familia después de haber escrito sobre una real, la tuya?

Es una reacción absoluta. Después de haber hablado de mi familia, incluso de mí, sobre temas complicados de tratar, como el duelo, la muerte, la añoranza…, me apetecía hablar de eso, pero desde el punto de vista de la ficción, desde la libertad que da volver a ser narrador puro, por decirlo así, porque Les quatres vides de l’oncle Antoine es una anomalía en mi producción. Es una reacción, incluso en algún punto, extrema porque a diferencia de otros proyectos en los que había un poco… como decirlo… había un programa o había cierto plan, aquí hay un punto de partida con una premisa muy bestia y a partir de ahí voy desarrollando la historia. Pero en un momento dado de la escritura hay un cambio, porque el personaje de Anaïs no era la narradora original, el inicio no era ese, el final tampoco, el peso de algunos secundarios, como la tía Berta, no era el que han acabado teniendo…. Ha sido un proceso de ficción absoluta y desde el punto de vista creativo muy interesante y muy edificante, aún siendo un tema muy heavy. Me lo he pasado bien, pero no quiero que se malinterprete. Es un tema duro, tratado con pocas concesiones, aunque las hay, pero desde el punto de vista creativo ha sido fantástico.

Si tu anterior libro te supuso un esfuerzo especial por lo que tenía de implicación al tratarse de temas personales, en este se intuye también un trabajo arduo al adentrarte en terrenos narrativos que no habías recorrido hasta ahora. Todo ello, además, sin ser escritor a tiempo completo.

Este libro me mete en un terreno pantanoso de cara a los próximos que escriba, lo sé. Es un libro que responde a unas condiciones concretas que son las de la pandemia y las de encontrarme, primero a través del confinamiento y después del teletrabajo, con una serie de horas al día que no había tenido nunca. Yo dedico tres horas al día cada vez que vengo a València desde Xàtiva, vaya en coche o en tren. Durante un año y largo de mi vida me encontré con un tiempo que no tenía. Y creo que ha sido decisivo para el nivel de elaboración del libro, para el nivel de depuración estilística y para la concentración literaria que tiene. No han sido las condiciones habituales mías de escritura y eso creo que se nota. Además, sí que me da la sensación de que no sé cómo, pero cierra algún tipo de ciclo, porque no me veo con fuerzas, ni tampoco con argumentos para después de Vides desafinades (2011), de Les quatre vides de l’oncle Antoine y de este libro, entrar otra vez en el terreno emocional, o no de manera tan directa. Con lo cual cerrado el ciclo, igual lo que viene ahora es, probablemente, cerrar otro ciclo mío con la novela negra y con el inspector Oyono. Ha sido un personaje que siempre ha estado ahí, nunca ha tenido un gran éxito de lectores, pero los tiene, y tiene sus editores que, además, me piden periódicamente que lo recupere. Puede ser la vía más inmediata, para después no tengo ni idea, pero no me veo otra vez entrando (suspira) en ese nivel de exploración emocional, porque desgasta.

¿Qué tienen las familias que te atraen tanto desde el punto de vista literario?

Son el eje de todo. De las familias nacen los amores más intensos y los odios más salvajes y suelen ser el epicentro o el detonante de muchas historias. Desde el punto de vista narrativo siempre son interesantes. Cuando me comentan que es una historia muy dura, una premisa muy dura, no sé, estoy seguro de que a los guionistas o al director de, por ejemplo, Manchester by the Sea (Kenneth Lonergan, 2016) no les preguntan todo el rato por eso. Son historias que se producen en el ámbito familiar, donde el impacto es más grande. El duelo es una cuestión familiar. Todos podemos tener duelo por un amigo, pero es un proceso básicamente familiar y no me lo había planteado, pero creo que la familia como epicentro de las historias tiene mucha potencia, es un clásico de la literatura y del cine.

En el título del libro aparecen dos de las palabras claves del mismo, «morts» y «amor». Aunque el libro empieza narrado por alguien que ya ha fallecido, es más una novela de amor, en todas sus variantes.

Sí, eso me lo han hecho ver después. Por ejemplo, en una entrevista con Magda Simó, que la enfocó, precisamente, más desde el punto de vista del amor. Me di cuenta que sí, que en realidad la novela habla más de amor. Por ejemplo, Puri Mascarell planteó la presentación del libro en Xàtiva como un encuentro entre Eros y Thanatos, en el que Eros tenía un peso al final muy grande. Yo me alegro de que tratando de hacer una novela sobre la muerte he acabado haciendo una novela sobre el amor, porque dentro de una historia muy dura, le da resquicios de luz a la novela, la lleva a otro ámbito. Ha habido varias personas que la han calificado como bonita, y eso que en otras novelas a lo mejor me hubiera perturbado, me hubiera molestado (ríe), aquí me ha parecido chulo, porque presento una propuesta que es complicada. Tengo amigos y amigas que me dicen que por sus circunstancias personales, no la pueden leer ahora.

El libro tiene un punto de belleza que sí que está buscado porque no puedes masacrar al lector de manera inmisericorde. De hecho, después de haberse reeditado (en 2020) Vides desafinades, comienzo a arrepentirme de haber maltratado a los personajes (ríe). El otro día estaba en un club de lectura y todavía me lo echaban en cara y comienzo a arrepentirme. Con lo cual sí que quería que tuviera ese punto de belleza o ese contrapunto al drama. Hubo un tuit de una chica que me hizo mucha gracia, decía «Vaig a llegir un altre fragment de Ja estem morts, amor. Una ploradeta i a dormir. Quina preciositat». Me hizo mucha ilusión porque un poco venía a ser eso.

Cuando hablas de belleza te refieres a una belleza poética, ¿no?

Claro, sí, sí, también porque la escritura está cuidada, he tenido más tiempo para ello, sé escribir un poquito más… La gente que no somos de talento natural (ríe), como sí pudo serlo Vargas Llosa en su momento o ahora Irene Solà, los que somos más de pico y pala, de ir trabajando, claro, al final vas acumulando oficio, experiencias…

Luego, también había una intención poética. Soy de los pocos narradores que leen poesía, porque ni los novelistas leen demasiada poesía, ni los poetas demasiado narrativa en general. A mí sí que me gusta leer mucha poesía, también por motivos profesionales, y nunca había conseguido darle a las novelas un cierto tono lírico, poético que en este caso, en algunos fragmentos, creo que sí he logrado. Eso es otro motivo también de satisfacción respecto al acabado. Pero vuelvo a insistir, esto ha tenido un proceso y un tiempo que no había disfrutado con otros libros.

La novela apuesta por el drama como tal, sin concesiones y sin sensiblería, reivindicando de alguna manera un género al que a veces se le ponen peros.

Es que el drama no puede tener concesiones, el drama es el drama. El equilibrio para no caer en la sensiblería es muy complicado, pero creo que es importante. Si estás haciendo humor has de ir hasta las últimas consecuencias, ha de ser corrosivo, lo más salvaje posible, potente. Y si haces drama te ha de abrir en canal. Si no, no entres. Me irritan algunas novelas que tratan de contar una cosa dramática pero pasando de puntillas. Para eso, cuenta otra cosa, hay muchas historias. Pero si vas a hacer algo dramático no puedes pasar de puntillas, tienes que fijar la mirada allí donde normalmente la retiraríamos. ¿Que eso va a hacer que mucha gente no entre en el libro? Si tu intención no es optar al Planeta y juegas en otra liga, creo que es lo que hay que hacer y es lo que hago. Sé que eso resta lectores, pero es la manera que tengo de enfocarlo, no encuentro otra.

¿Tiene algo que ver en esa apuesta por el drama el hecho de que los diálogos no adopten el formato habitual y se integren como parte de la narración sin distinción o es más una cuestión estética que literaria? 

Es estética y es literaria. Hay otras novelas donde eso tiene mucho sentido. El otro día estábamos en un homenaje a Ferran Torrent y todo el mundo destacábamos la capacidad que tiene para hacer diálogos. Me gustan los diálogos bien hechos, pero sí que intento explicar, sobre todo cuando doy talleres de escritura a la gente que empieza, que eviten los diálogos irrelevantes o que no aportan nada. Te pones a dialogar y la gente cree que es sencillo, es dificilísimo, es lo más difícil. Y aquí había una decisión consciente porque dotaba de otro ritmo a la escritura y lo integraba, con el objetivo de que la concentración literaria fuera máxima. Me hizo bastante ilusión que una crítica literaria me comentara que le daba la sensación de que había mirado hasta la última coma, y es que en cierta manera era así. He tirado muchísimo material escrito, más que nunca, capítulos enteros. He tratado que fuera un libro muy condensado, muy concentrado. Debe de ser, contando incluso El meu nom no és Irina (2013), mi libro más corto, excepto una novela breve que publique para Bromera.

En ese sentido, debe de ser intencionado, también, el potente inicio del libro y la sorpresa final.

Sobre todo el inicio. Quería que fuera muy concentrado y muy poderoso. Llevo años intentando hacerlo, jamás lo había conseguido. Por ejemplo, en Dos metres quadrats de sang jove (2014) estoy muy contento de los dos capítulos iniciales, me parece que es una buena manera de comenzar una historia, creo que incluso fuera del contexto de la novela negra funcionarían. Pero llevaba ya tiempo queriendo hacer un principio, si no que perdure porque eso es muy difícil, que el lector lo recuerde. Por eso me hizo mucha ilusión cuando Núria Cadenes me dijo que ese inicio se recordará. Ojalá tenga razón.

El final es producto de otro proceso. Quería reivindicar la importancia del final. Hay muchos escritores y escritoras que hacen cosas muy bien hechas, pero que cuando llega el momento de cerrarlas, dicen que ya está, que en realidad no es tan importante. Bueno, depende. Yo le otorgo importancia. Le di muchas vueltas hasta que encontré una manera no artificiosa, sino orgánica, que emanara del propio libro. Me pareció una manera complicada, pero la comencé a dar a leer y vi que que funcionaba, también lo consulté con la editora, porque este es un libro en cierta manera coral, hecho con la ayuda de los lectores previos y también de la editora Rosa Rey y del editor de mesa Joan Simon. Cuando vi que a todos les funcionaba, dije allá va. Es un final que te obliga a releer y reelaborar mentalmente todo lo que has leído, y eso me pareció muy interesante. Puede que a algunos lectores les choque, pero lo llevaran en la mente más tiempo de lo que lleva la propia lectura, cuando cierren la última página se vrán como obligados a ir al principio. Es algo que ya había funcionado muy bien con El meu nom no és Irina. En las sesiones de lectura los nanos se cabrean mucho con ese final, pero luego tenemos debates muy interesantes y al final acaban reconociendo que sí, que ese final que ellos encontraban poco satisfactorio, les hacía participar. Cuando lo hablabas con ellos lo entendían y me pareció chulo trasladar a los adultos una experiencia que había ido bien con los jóvenes.

Hablas, como en otras de tus novelas, desde un punto de vista crítico del estado actual del periodismo.

Escribe un poco de lo que sepas, ¿no? He leído recientemente Els llocs on ha dormit Jonàs, de Adrià Pujol, que es antropólogo y es capaz de construir un personaje que es un programador de videojuegos, y yo eso lo admiro porque requiere un esfuerzo grande, y además le funciona. Pero yo (suspira) en una novela tan complicada meterme en algo así… y creo que tiene cierto sentido que los padres sean periodistas. Aunque no es una novela que tenga tintes autobiográficos, en este aspecto sí que hay un cierto desdoblamiento entre mi yo que trabajó un día en comunicación política y mi yo que trabajo en comunicación cultural. Ahí sí que pude volcar experiencias personales. Es una derivada que no molesta y que espero que alguien encuentre interesante, y no solo entre los periodistas.

Es una historia dramática, pero que incluye algunas situaciones más cómicas, incluso un guiño cuando un personaje cena su última noche lo mismo que comió Rita Barberá. Son pinceladas que, sin embargo, no desvían la atención de la historia principal que nos cuentas. 

En medio de las situaciones más dramáticas hay momentos de oxigenación. El guiño a la cena de Rita Barberá era más explícito, pero la editora me empujó a disimularlo. Es ir dejando capas que hay quien las ve y quien no. Ese tipo de cosas son necesarios para oxigenar la novela, con equilibrio para no hacer una dramedia, que tampoco era la intención. Si algún día me pongo, lo acentuaré.

Volviendo a la pregunta aquella del principio sobre que escribiré en el futuro, me planteo seriamente volver a hacer humor, o que el humor sea un elemento importante, una obra muy satírica, volver un poco al gamberrismo de mis inicios. Porque, como ya he dicho, esta novela cierra un ciclo, al menos es la sensación que tengo.