Hay títulos de discos que nos facilitan mucho el trabajo a los periodistas. Ciclogénesis explosiva, de Cándida, es uno de ellos. En esas dos palabras está perfectamente definido su nuevo álbum. Una mezcla de «milonga, blues, chacarera, pop, rocanrol, candombe, surf, murga, jazz y psicodelia» que debería llamar la atención de todos los metereólogos. Con Candi Imbernón (voces) y Juan Barcala (guitarras, bajo eléctrico, sintes, percusiones, caja de ritmos) hablamos de él.
Cándida actúan en La Escuela de Russafa, este sábado, 5 de diciembre, a las 19h y el domingo 6 a las 12h.
Ciclogénesis explosiva continúa el mismo camino de combinar distintas sonoridades que abristéis con Galgos o podencos. En ese sentido, ¿qué novedades veis vosotros?
Candi: Quizá lo que hay en este disco, que no había en Arbolito brutal o en Galgos o podencos, es cierto aire psicodélico setentero.
Juan: De todos modos el punto de partida es el mismo que en los dos discos anteriores: dejar que los arreglos y las sonoridades emerjan sin ningún tipo de tabú ni de prejuicio.
Si hay un elemento común en todas las canciones, más allá de su variedad estilística, es el concepto del ritmo. Aunque en cada tema sea diferente, parece que hay cierta obsesión con que sea él el que marque el discurrir de las composiciones, un poco en la onda, salvando las distancias sonoras, de lo que hacían Betunizer, o ahora Chavalan.
Juan: Pues debo admitir que mi obsesión con los ritmos sí puede nacer de pulsiones parecidas a las de grupos como Betunizer o Za!, de hecho, yo de mayor querría ser Papadupau… Para mí la música es esencialmente rítmica, como un rompecabezas. Esa es la perspectiva desde la cual afronto la labor de producción. Aunque también hay canciones, como Jarque, que para mí es la mejor del disco, en la que lo que manda es la letra y la melodía.
Candi: Yo creo que Cándida podría definirse como una simbiosis entre mis paranoias melódicas y la obsesión rítmica de Juan.
¿Es Ciclogénesis explosiva vuestro disco más negro?
Juan: Yo creo que la “negritud” ha estado siempre ahí, en los ritmos tribales, en los aires jazzísticos y casi funky de algunas canciones, Antonio el Negro, Galgos o podencos, Homenaje, etc. Quizá ahora, con las trompetas de Stefano Cecchi y las baterías de Pancho Montañez, ha quedado más presente.
El título ya lo anuncia, es un disco arrollador, que desde el primer tema se lleva por delante al oyente para no soltarlo hasta que acaba la última canción. El orden de las canciones elegido ayuda a que se produzca esa sensación. ¿Es algo que habéis tenido en cuenta?
Juan: Yo no suelo escuchar canciones sueltas. Cuando quiero escuchar a alguien, me pongo un disco suyo y lo escucho de arriba abajo.
Candi: Sí, somos unos viejunos. Nos gusta mucho aquello del orden de las canciones, del concepto global del disco y que ese orden te vaya llevando de un sitio a otro. En este sentido lo de la “ciclogénesis explosiva” venía precisamente a ilustrar esa sensación, una embestida que comenzaba en la primera canción y continuaba dándote golpes, algunos más fuertes otros más flojos, hasta la última canción.
Musicáis a Lope de Vega y versión (una más que añadir a vuestra estupenda colección) de Los ejes de mi carreta, tema popularizado por Athaualpa Yupanqui.
Candi: Lo de Los ejes de mi carreta era una cuestión de justicia. Desde que hicimos nuestro primer concierto ha estado siempre en nuestro repertorio, pero nunca la habíamos registrado. Es una clara muestra de lo que entendemos como una canción con mayúsculas: una letra sencilla con una profundidad enorme sobre tres acordes. Universal. Con el texto de Lope de Vega pasa algo muy parecido: un canto sencillo escrito hace 400 años que, en cuanto lo lees, te da un pinchazo en lo más profundo. Te cuenta un pedazo de vida en cualquier momento temporal en el que te encuentres.
Juan: Además, los “cantos de siega” representan algunas de las primeras manifestaciones de la lírica popular en castellano, son las primeras canciones pop, aunque el contexto en el que se entonaban no tenía nada que ver con festivales y bares de copas… Era un reto muy interesante darle nueva vida mezclando percusiones tribales con sintetizadores y cajas de ritmo.
¿Es el disco en el que Candi ha disfrutado más cantando?
Candi: (risas) En realidad, grabar las voces en la pecera es lo que menos me gusta de todo lo que tiene que ver con la creación musical. Podemos decir que es el disco en el que menos he padecido.
Llama la atención que en esta variedad sonora presente en Cándida, lo mediterráneo apenas se percibe.
Juan: No es algo intencionado. Simplemente, no sale.
¿La canción Jarque guarda alguna relación con el fotógrafo valenciano?
Candi: Sí, tuvimos la suerte de poder disfrutar de muchos momentos con él. Se trata de algo así como un panegírico que escribí cuando falleció. Me apetecía mucho transformarlo en una canción, a pesar de que está escrito en prosa.
Juan: Insisto en que es la mejor canción de todo el disco. Lástima que esté la última, porque mucha gente se la pierde.
A pesar de las diferencias sonoras entre este último trabajo y los primeros (Mil perdones y Mi casa, mi alma, mi amor, mis zapatos) se puede establecer un hilo que los unifica de alguna manera.
Candi: Sin duda hay un hilo. Todas ellas responden a la misma necesidad, tanto a la hora de componer como de arreglar. Lo que cambian son las herramientas. Y las historias, claro.
Juan: Lo que pasa es que en el primer disco yo solamente utilizaba la guitarra eléctrica para remover el puchero y ahora lo utilizo todo, (risas).
¿Hay algún camino sonoro que por ahora se os resista? ¿Sonoridades que os gustaría incorporar a Cándida, pero que aún no encontráis la manera de hacerlo?
Candi: Seguramente. Pero todavía no lo sabemos.