Hank Idory en Novoestudios. Foto: Facundo Novo.

Hank Idory (Juancho Alegrete en el DNI) dice que busca la melodía perfecta. Cuando se le comenta que en sus dos discos publicados hasta la fecha (Hank Idory (2017) y Sentimental Jamboree (2021), ambos editados por Pretty Olivia Records) se pueden encontrar unas cuantas, sonríe y niega con la cabeza. Pero la veintena de canciones de esos álbumes así lo atestiguan. Canciones pop que abrazan, emocionan y propulsan a quien las escucha. De eso va esto de la música, ¿no?

¿Cuáles son tus primeros recuerdos musicales?

Lo tengo muy grabado a fuego. Vivía en Madrid, pero a los pocos años nos trasladamos a Orense. Y entre los cinco y los ocho años hice muchísimos viajes desde Orense a Madrid, fines de semana, verano, navidad…, porque ahí estaba mi familia. Mis padres no soportaban vivir en Orense, salir de una ciudad como Madrid a meterte en un sitio como Orense en los años 70 era enterrarte vivo. Echaban mucho de menos Madrid e íbamos bastante. Esos viajes eran muy duros, muy largos y muy aburridos. En esa época mis padres conocieron, durante un verano, a los padres de Juan Vitoria. Nos invitaron una vez a València y nos dieron un montón de cintas de música grabadas por él mismo, por Juan Vitoria padre. Había mucha variedad, Herb Alpert, Elvis Presley, The Beatles, Vinicius de Moraes, Glenn Miller, Burt Bacharach… Esas cintas que mis padres ponían en los viajes, viajes de cinco horas, una y otra vez, las acabé tarareando. Mi educación musical fue a base de la música que se oía en esos viajes, seleccionada por Juan Vitoria padre, una educación musical exquisita.

Cuando te hiciste más mayor y seguiste escuchando música ya por elección propia, ¿hubo algo de reacción hacia esas primeras canciones?

Para nada. Es que me gustaba mucho esa música, me gustaba la melodía, eran todo canciones con melodía, con trompetas, con violines, con guitarras… The Beatles, The Rolling Stones, The Kinks….

Luego vino una época muy bonita con mi hermana Ana, que le encantaba David Bowie y hubo que escuchar toda su discografía en el coche, además de hacerlo en casa. Por otro lado, a mi hermana Raquel le gustaban mucho los cantautores, por lo que… Silvio Rodríguez, Serrat, Aute…, también me empapé de ello. Y luego me nutría, además, de mis propios descubrimientos. En casa, mis padres me dejaban poner lo que quisiera al volumen que quisiera, afortunadamente.

¿Cómo y cuándo pasas de escuchar música a tocarla?

En mi casa había dos guitarras españolas que tocaban mis hermanas. Ellas empezaron a estudiar solfeo, pero yo no sé por qué razón no quise, pero me fijaba mucho en los acordes que hacían. Lo dejé aparcado un año hasta que vi un libro de esos de acordes de los Beatles y pensé que sería fácil. La primera canción que conseguí tocar fue «Nowhere Man». Y a partir de ahí pensé que debía molar tocar con más gente. Tendría unos 13 ó 14 años, cada vez más callos en las manos, más acordes, me desaté. Empecé a aprender mucho, entonces era más difícil, pero también más bonito, porque tenías que encontrar a un amigo que te enseñase un acorde que tú no supieras, y se hacían amistades muy chulas. Cuando aprendí a tocar la guitarra necesitaba compartir eso con más gente.

Hagamos un repaso por los grupos en los que has estado antes de Hank Idory.

El primer grupo en el que estuve fue en el instituto. No teníamos nombre, hacíamos versiones de rhythm and blues, porque era el punto común de estilos que nos gustaba a todos. Yo habría hecho otra cosa, pero había que tocar rhythm and blues. Me tocó el bajo, ese fue mi primer instrumento. Estuve ahorrando un tiempo para tener mi primera guitarra acústica porque pensaba que iba a ser el guitarrista del grupo, pero no (ríe). Me compré el bajo y aún lo tengo, pero ya no lo toco porque está muy desafinado.

Luego, con 18 ó 19 años, estuve en otro grupo que hacía un poco más rock de los 70, que se llamaba Sticky Fingers. Lo dejé porque aunque era muy gratificante tocar y que la gente se volviese loca con versiones de temas que ya conocían, eso no me llenaba. Una versión en directo vale, pero ¿qué sentido tenía un concierto todo de versiones? Yo quería tocar mis canciones (ríe).

A mitad de los noventa se produjo aquella explosión de cantar en inglés y ahí sí que coincidí con la gente adecuada para empezar a componer. Estuve en un grupo que se llamaban Buzzing Mouths durante una temporada, pero lo dejé justo en la época más divertida, cuando empezábamos a tener aquí cierta repercusión, telonenando a grupos que venían a tocar a València. Lo dejé porque tocábamos mucho (ríe), cada fin de semana, no podía hacer nada más, estaba harto, no me gustaba, que lo pienso ahora y me preguntó cómo no podía gustarle eso a un chico de 20 años (ríe), pero es que soy muy casero, a mí lo que me interesaba era la composición, hacer canciones.

Me dediqué a estudiar, seguí componiendo y me monté mi propio estudio en casa para grabar canciones acústicas, un rollo más personal. Tuve mi propio proyecto, Margarita Dreams. Era un poco como La Buena Vida y cosas parecidas.

Más tarde conocí a Vicente Prats. Estuve con él, con Star Trip, tocando una temporada y después perdí el tren de tocar con amigos, porque había descubierto lo que era la libertad creativa sin nadie que te dijese nada.

Los inconvenientes de la democracia del grupo.

Es que yo no creo en la democracia del grupo. Siempre tiene que haber un líder. A mí me encanta que haya un líder que diga «esto es así» y que haya discusiones. Tiene que haber alguien que diga cómo se tiene que hacer o cómo no. De la imposición de una idea surge la necesidad de hacer algo mejor, la competitividad y hacer canciones de verdad.

El hecho es que descubrí aquello de hacer lo que yo quisiera y me resultó muy difícil tocar con gente, además de que es verdad que había perdido el tren de tener un grupo, la gente a mi alrededor empezó a dejar un poco la música y quedé siendo prácticamente el único que se seguía comprando guitarras y teniendo tiempo para la música. Así fue como decidí montar un proyecto, que acabaría llamándose Hank Idory, pensaba que me faltaba algo por hacer en la música. Hacer mis propias canciones como de verdad sonaban en mi cabeza, no como los demás accedían a que sonasen, que sonasen trompetas, violines…Gracias a mi amigo Txema Mendizábal conocí a Carlos Soler y fue con él, en su estudio, donde puse en marcha este proyecto.

Los Buzzing Mouths grabasteis un ep de cinco temas, editado por Propaganda y producido por Esteban Hirschfeld. Siempre tuve la sensación de que erais como los hermanos pequeños de Los Sostenidos. De hecho, el hermano de Javi Reig (cantante de estos últimos) estaba en el grupo, ¿no?

Sí, Nacho, Nacho Reig, el batería, que falleció. Javi y yo éramos muy amigos, crecimos en el mismo barrio. De hecho, una de las primeras canciones que compuse la hice con él. Es más, se me había olvidado contarlo, en el instituto estuve a punto de entrar en Los Sostenidos de bajista, pero al final no recuerdo lo que ocurrió. Seguramente fue culpa mía porque estaba muy despistado y Javi en ese momento era muy perseverante y muy concienzudo con el grupo.

Y sobre lo que decías, Javi era un poco más mayor que yo y ejercía, para nosotros, un poco de cicerón en el mundo de la música. Éramos la banda de su hermano pequeño y estábamos un poco protegidos por él. Lo que decía Javi iba a misa. En la época en la que era más difícil conocer música, él era nuestro dealer.

Y aunque nunca fui miembro de Los Sostenidos, sí que grabé en canciones de algún ep. Cuando se acabó el grupo se montó otro, Derek, que eran Los Sostenidos sin Javi y conmigo. Éramos Gabi Piró, que también fue bajista de los Buzzing Mouths, David Osete a la batería, y Jose Esteve como guitarra y voz. Era un grupo muy chulo pero que duró muy poco. Intentamos grabar una maqueta, pero en paralelo Jose sacó el primer disco de Hän Solo, y él no tenía tiempo para dos grupos y lo dejamos.

Antes has hecho alguna mención a cuando surge la necesidad de un proyecto personal, lo que acabó siendo Hank Idory, pero ¿hubo algo concreto que te impulsó a su creación?

Cuando Vicente Prats sacó su primer disco necesitaba músicos para tocar en directo y o me apunté o me llamó, no recuerdo bien, el caso es que me apetecía mucho tocar con él. Nos fuimos a Liverpool a tocar en el IPO (International Pop Overthrow), que organiza David Bash, y estando por allí pensé en lo que había conseguido Vicente, componer sus canciones, editarlas en vinilo, tocar en Liverpool… y me dije que yo quería tener eso. Me acuerdo perfectamente estar paseando por Liverpool y pensar que cuando llegara a València iba a coger un folio en blanco, me iba poner a escribir canciones y las iba a grabar como había hecho Vicente. Ese fue el momento en el que lo decidí.

Cuando elegiste tus discos favoritos para Verlanga algunos de ellos los asociabas a cosas que te evocaban. Tus canciones también tiene la particularidad de evocar sonidos, situaciones o sensaciones. ¿Eres consciente de ello cuando compones?

Cuando compongo una canción me cuesta muchísimo la letra, horrores. De hecho es lo último que hago, con la suerte de que luego cuando ya tengo un 75% de ella descubro que habla de tal cosa, y entonces ya enfocado, intento darle sentido. Es una forma de escribir como estando en contacto con el subconsciente y eso me gusta. Es un juego muy divertido porque siempre me acabo sorprendiendo de que cualquier cosa que escriba, al cabo del tiempo me doy cuenta de que en realidad es como si hubiese estado en trance conmigo mismo. Cuando tengo una letra con bastante carga emocional, ya puedo continuar y decido si sigo hacia adelante o no en función de lo que me quiera exponer.

¿El punto de arranque siempre es una melodía?

Sí. A lo mejor, alguna vez, es una palabra que para mí resulta especial, por alguna razón. Pero generalmente es una melodía que después se acompaña de la letra. Admiro a esa gente que es capaz de musicar poemas, por ejemplo.

Todas tus canciones duran entre tres y cuatro minutos (excepto “Carrusel” y “Mancini, tú y yo” que rozan los tres, ambas de tu segundo disco, Sentimental Jamboree) ¿Eres muy disciplinado para que así sea?. ¿Es intencionado?

(Ríe) Es una cosa que aprendí con Carlos Soler. El primer día que me presenté allí con mis canciones me dijo “Vale, me gustan mucho, pero tienes que hacer que todas duren entre tres y tres minutos y medio, búscate la vida. La próxima semana me la traes y las grabamos si duran eso”. Me puso deberes y eso me gustó.

Pero, ¿eran más cortas o más largas de esa duración?

Estaban en torno al minuto y medio o los dos. Me conformaba con eso. Pero cuando empecé a grabar con Carlos Soler aprendí a no conformarme con lo primero que me salía. A partir de ahí me autodiscipliné yo solo. A mitad de la grabación, ya no me decía nada. Ya tenía claro lo que tenía que hacer para ir a grabar con Carlos, llevar canciones de entre tres minutos minutos y tres y medio, cosa que me parecía más guay porque me permitía hacer pequeñas, no es exactamente la palabra, sinfonías pop, no solamente un par de estrofas y un estribillos.

Todo el disco está grabado por las mismas personas menos, casualmente, esas dos canciones que no llegan a los tres minutos. En “Mancini, tú y yo” están Alfonso Luna y Chema Fuertes. Y en “Carrusel”, cuentas con la batería de Luis Prado.

A mitad de grabación de este disco, llegó un momento en el que por problemas de agenda Carlos Soler me dijo que no podía seguir grabando, que mezclando sí, pero no tenía tiempo para ir al estudio, que si yo le pasaba las pistas él podría mezclarlo y darle coherencia a todo, porque tenía seis canciones y faltaban cuatro. Las cuatro que me faltaban las intenté grabar en el estudio Río Bravo, con Chema y con Alfonso, pero quizá fui muy ambicioso. Tenía cuatro días para grabar y quise grabar cuatro canciones, un proyecto inviable. En esos cuatro días solamente pude grabar una, “Mancini, tú y yo”, con tan mala suerte que se quedó a medias. Chema me pasó por wetransfer las pistas de la batería y percusión que habían grabado Alfonso y él, y en casa lo completé yo con el piano, las voces… eso lo hice en la época del confinamiento. Y el resto de canciones pendientes como me pilló confinado las grabé solo en casa y mi amigo Thomas Mantovani, que toca siempre conmigo y se había encargado de la batería de todas las otras canciones, sí que pudo hacerlo, también, en tres de ellas. A mí Luis Prado me fascina como músico, instrumentista, compositor, pero lo que más me gusta no es cómo toca el piano, que me encanta, sino cómo toca la batería. Le da un toque muy sincopado, que me gusta mucho. Le propuse tocar en “Carrusel” y aceptó, luego me confesó que no es la que él habría escogido para tocar porque no era su estilo para nada. Pero lo hizo muy bien.

El primer disco lo produjo Carlos Soler. Que en este segundo firmes tú la producción y Carlos las mezclas es por esto que has contado de las fechas, ¿o ya tenías intención en un principio de encargarte tú?

Entiendo la figura del productor como alguien que se implica en todo en un disco, no solamente en el sonido, alguien que está supervisando un poco. En este caso no fue así. Los arreglos del primer disco, la mayoría salen de ideas que son mías, consensuadas con Carlos. En este segundo no tuve ocasión de consensuarlas con él, porque no tenía tiempo de hacerlo. Entonces, realmente lo produje yo, sí que es verdad que Carlos en la mezcla le da su sello personal y quería que lo hiciera él porque me gusta mucho como mezcla, ese tipo de sonido que saca a las voces, como lo iguala todo…. me gusta mucho, es su sello personal, pero la producción y arreglos, que me hubiera gustado hacerlo con él, no pudo ser.

En este disco hay alguna referencia en las letras a lugares de València.

Claro, València es mi ciudad. Una vez dije que había nacido en Madrid y que había crecido en València y a raíz de eso me decían el madrileño afincado en València. Joder, soy valenciano claramente. Sí, nací Madrid, crecí hasta los ocho años en Orense y ya me vine a València. Me siento de aquí. Cuando voy a Madrid me siento un extraño. Toda mi infancia está allí. Voy a los sitios del barrio de mis abuelos, la calle Embajadores, el Rastro, la Plaza Mayor… o a Aluche, el barrio donde crecí, y eso lo conozco, no ha cambiado. Pero el resto de Madrid para mí es un gran desconocido. Cierto que Orense es una ciudad pequeña y no ha cambiado para nada. Pero voy a esas dos ciudades y me siento un extraño. Así que lo que me falta es que me digan que no soy de aquí, entonces soy un nowhere man de verdad.

Has dicho en alguna ocasión que estás siempre buscando la canción pop perfecta. ¿No crees que ya has compuesto alguna?

Sigo teniendo la sensación de que no la he encontrado. Cuando uno escribe canciones, y creo que a la mayoría o a todo el mundo le pasa, pueden parecerle más o menos simpáticas, pero de ahí a parecerle perfectas hay un mundo. No creo que haya encontrado la canción, ni la melodía perfecta, ni mucho menos. Seguro que está por ahí y hay que encontrarla aún.

Entonces, ¿cuándo decides que una canción ya está terminada?

Cuando es redonda. La imagen intuitiva de una canción redonda la tengo en la cabeza, pero de ahí a que sea una canción perfecta… No, no, ojalá lo supiera.

¿Esas canciones redondas aún podrías trabajarlas más?

Una cosa es que tú tengas la melodía y la canción ya estructurada y sea redonda y no le falte nada. Eso, para mí, es cuando ya está terminada, pero ¿perfecta? La melodía perfecta es la que le gusta a todo el mundo. La melodía perfecta es la que no hay discusión sobre ella, va a gustar aquí y allá. No me refiero tanto que la canción perfecta sea la que tiene todos los arreglos, los detalles, la letra…, no, la melodía perfecta. Más que la canción perfecta,  busco la melodía perfecta.

¿Cómo se busca?

No lo sé. Ojalá lo supiera. Muchas veces me da miedo porque no sé muy bien cómo las escribo. La mayoría de canciones me atrapan sin yo saberlo, estando distraído con otra cosa. Si tengo suerte y tengo un teléfono a mano, la capturo y luego la toco en la guitarra en casa y la perfilo. No sé solfeo, tengo nociones, pero no sabría componer así, intelectualmente, lo hago más por instinto. Tengo una idea romántica de que las melodías andan por ahí, ya existen porque hay muchas veces que escuchas una canción y ya existe en el mundo de las ideas. Realmente, has tenido la suerte de atraparla. Quiero pensar que es eso, ¿por qué no va a ser? ¿Acaso alguien me puede demostrar que no es así? (ríe)

¿Cuando hablas de miedo es miedo a no componer más, a no atrapar esas melodías que están por ahí?

Miedo a un día no estar sintonizado con ese mundo. A que se te acabe la inspiración. Precisamente hay una canción que se llama “Un rayo de sol” que habla de eso, del miedo a perder la inspiración. (Canta: «Como un rayo de sol volveré»). Es la inspiración la que te dice que no te preocupes que volverá, pero pasarán cosas hasta que eso suceda, y mientras aprenderás a perder, a ganar, saldrás a buscar lo que se fue. La experiencia me ha demostrado que es así. Siempre tenía miedo a si la compuesta era la última canción. Pero resulta que luego siempre hay otra, afortunadamente.

¿Qué importancia tienen las portadas en tus dos discos?

Mucha. Quería que las portadas de los discos formasen parte de él. Quería que todo fuera como un artefacto, no solamente la música. Todo tenía que formar parte de cómo concibo escuchar música, que es con la carátula, leyendo las letras, saboreando incluso el olor del vinilo que da vueltas y desprende calor el plástico. Es una experiencia sensual, de sentidos.

Para el primer disco, contacté con Javier Sáez que había hecho la portada del primer disco de Mendizábal y me gustó mucho. No nos conocíamos y me dijo que para hacer la portada necesitaba saber un poco de mí. Quedamos un par de días, paseamos, me pidió que le llevara a mis sitios favoritos. Hablamos, nos contamos la vida y al cabo de dos semanas me dijo que creía que ya tenía la portada y me presentó la que al final se publicó. Llegó a la conclusión de que en mi vida era una persona con mucha responsabilidad, muchas veces muy serio en el trabajo, pero dentro había una necesidad de explotar la creatividad y sacar afuera muchas cosas.

¿Y cómo convivían y conviven Juancho y Hank Idory en la vida normal?

Le conté a javier que había llegado a una edad en mi vida en la que no quería compartimentar una parte de mi vida como seria, y otra creativa, estaba harto de eso. Hubo una época en que en mi trabajo nadie sabía que hacía música, lo vivía como con vergüenza. Y eso tiene que ver con que una vez me presenté a una beca de la Generalitat Valenciana y en la entrevista me preguntaron a qué me dedicaba además de estudiar. Hago canciones, les dije. Y los miembros del tribunal se empezaron a reír. Me vine abajo. Luego me saqué mi plaza de funcionario y decidí que en mi vida laboral nadie iba a saber nada de mi música. Hasta el punto de que me hacía sentir mal si alguien lo sabía por referencias externas, cosa que empezó a suceder porque València es pequeña. Hasta que entendí que no tenía ninguna necesidad de vivir así, soy una persona íntegra, no hago daño a nadie, solamente hago canciones.

Ahora he decidido que estén más en contacto ambos mundos y soy más creativo en mi trabajo y más serio cuando escribo música y la plasmo. Es decir, me tomo mucho más en serio el hecho de hacer canciones, entendiendo como tal el conseguir que duren tres minutos o tres y medio, grabarlas bien, procurar que se editen, no avergonzarme en el futuro de ellas….

¿La portada del segundo disco es una guitarra muy pop?

Es un diseño de mi guitarra, una Fender Telecaster que está decorada con un vinilo que diseñó Álvaro Ortega, un ilustrador madrileño especializado en pop. Quería que el segundo disco fuera todavía más pop y más bonito, no solo en la portada. La del primer disco me parece inigualable, poéticamente es preciosa. Pero en esta ocasión, quería que estuviese más en consonancia con la música, que fuese una explosión de pop y Álvaro lo plasmó, cuidando al máximo los detalles. Dentro hay, además, un collage donde suceden muchas cosas, todas las escenas de las canciones, recuerdos… se titula Sentimental Jamboree y es eso, un encuentro sentimental. Tuve la sensación cuando acabé el disco y buscaba un título de que me había encontrado a mí mismo haciendo esas canciones. Estaba realmente en armonía con lo que te he contado.

Es un disco, digamos, más colorista u optimista que el anterior, cuando fue compuesto en pandemia.

Sí, pero los malos ratos no los quiero compartir. Empecé a pensar en ello cuando mis hijos comenzaron a cantar mis canciones. Tengo dos hijos pequeños y les gustaban mucho y se sabían la letras. Uf, menuda responsabilidad. Pensé que sería buena idea que crecieran con mensajes positivos en sus cabezas y qué mejor, además de que les insisto mucho en eso en casa, de que fuera a través de mis canciones. Decidí hacer una especie de educación subliminal a los pequeños a través de mis canciones (ríe).

Tus discos son el mejor ejemplo de lo amplio que puede ser el concepto pop.

Es que para mí, el pop no es solo las canciones de guitarras, hay power pop, hay bossanova pop… ¿Por qué no va a haber sinfonías pop? Coges el Smile, de Brian Wilson, y ¿qué es eso? Si no es pop, qué es. Música básica no es, tiene unas secuencias brutales. El pop es algo muy amplio y eso es lo bonito, la paleta de sonidos es más amplia y puedes pintar de muchos colores, hay mucho fondo, siempre y cuando no pierdas el norte.

Recuerdo que cuando estaba en el instituto fui a ver en directo a los Ramones, porque para mí eran pop, aunque mis amigos decían que no, que era punk. Les insistía que no, que estaban equivocados, que Joey Ramone estaba loco por Phil Spector y si Phil Spector no hacía pop ya me contarás…En uno de sus grandes discos, Road to Ruin, hay una canción, «Don’t Come Close», que es un himno pop brutal y sin embargo ya puedes leer libros o enciclopedias sobre power pop que nunca se les menciona. Es un error.

¿Y lo de refugiarse en un seudónimo u otro nombre, al margen del guiño a Bowie?

Por timidez. De hecho, no quería ni aparecer en los créditos. La primera persona que se hizo eco de mis canciones fue Juanjo Frontera, me hizo una entrevista, pero le puse una condición, que no dijera cómo me llamaba, que no dijera que era Juancho Alegrete. Era tal la timidez… es que ya te digo, acabé muy avergonzado con lo que me pasó en aquel tribunal y no lo superé durante mucho tiempo hasta que lo normalice en mi vida. En mi trabajo es que no soportaba que nadie supiera nada de mi música. Ahora, la gente del trabajo viene a mis conciertos, están encantados, les gustan las canciones. Les cambió a muchos el concepto que tenían de mí, porque yo no soy muy extrovertido, soy muy tímido en la distancia corta.

Los dos discos los has publicado con Pretty Olivia Records.

El contacto con Javi Abad (responsable del sello) surgió a través de un amigo común, Vicente Prats. Le habló de mis canciones, y conforme yo le iba pasando maquetas de las mismas a Vicente porque él me preguntaba cómo iba el disco, Vicente se las pasaba a Javi a mis espaldas (ríe). Cuando terminé el disco me puse en contacto directamente con Javi para ver si le interesaba, me dijo que le había gustado mucho y lo editó. La verdad es que aunque en un hipotético futuro pudiera elegir otras cosas, Pretty Olivia Records me aporta algo que… no sé… es muy especial. Confió en su criterio, si a él le gusta es porque está guay. Y cuando el segundo disco, Javi había dejado el sello, o al menos eso pensaba yo. Pero con la ilusión de que le gustase se lo mandé. Me dijo que le había encantado y que lo quería editar, me puse muy contento. Para mí son de los momentos más chulos de mi vida musical, cuando Javi decidió editar los discos, los dos, el primero por supuesto, pero el segundo todavía más, porque sabía que lo había dejado, además con la ilusión con que lo hizo.

¿Has pensado alguna vez en la trascendencia que tiene publicar algo físicamente, en la posibilidad de que dentro de muchos años alguien lo descubra?

Me gustaría que volviera el pop como yo lo he conocido y lo concibo. Quiero que vuelva el pop de guitarras, de canciones de tres minutos redondas, con estribillos felices. Y que igual que yo he buceado por estanterías de discos, que alguien encontrara a Hank Idory en una, ojalá. Me encantaría dentro de muchos años que alguien de 20 años descubra mis canciones, que les flipe y que me monten un homenaje tributo y me invite a tocar las canciones cuando ya sea muy mayor. Me encantaría, no tanto por mí, sino porque habría vuelto esa manera de entender los discos, las canciones.