Blue Again (2022), tres horas y diez minutos, debut de la directora tailandesa Thapanee Loosuwan, autora también del guión, y magistralmente protagonizada por Tawan Jariyapornrung, ha sido la ganadora del premio Luna de València de la Sección Oficial de Largometrajes del festival Cinema Jove, que finalizó el pasado fin de semana.
La película retrata con detalle y sensibilidad las visicitudes de Ay, adolescente de madre tailandesa y de padre biológico ausente, caucásico, en el contexto de sus cuatro años de estudios de moda en Bangkok. Un entorno hostil y estricto de rechazo por sus rasgos físicos disonantes (es alta, es grande, no tiene los ojos lo suficientemente rasgados, ni su color de pelo va acorde con el resto), en el que solo se salva su amistad iniciática con la divertida Pair que la elige tal y como es.
Del viaje emocional se pasa a un viaje físico en una ida y vuelta continua, que también traerá cambios. Sakon Nakhon es el segundo escenario, su pueblo de origen (y también el de la directora que, como Ay, marchó luego a Bangkok a estudiar), a donde viajará para reencontrarse con sus parientes y el negocio doméstico de tintura con semillas de índigo natural. Mayoría budista de la comunidad frente a la minoría cristiana de su familia, una abuela como único nexo con la ensoñación, supersticiones, religiones, y distancia generacional, emocional y cultural con la madre. De nuevo, la misma chica de la ciudad, que ahora en el pueblo desea aprender la técnica (que en la capital se le resiste cuando la aplica con tintes sintéticos) para su proyecto de fin de estudios, se desdibuja en el entorno mientras cimienta las bases de su propia personalidad libre y alejada de prejuicios. Es Tailandia y comen picante del de verdad, pero podría ser cualquier país del mundo.
Lo largos minutos del film propician un relato naturalista de su cotidianidad que se centra en los pequeños sucesos del día a día de la estudiante o de la hija, hilvanados con la lenta cadencia de los largos días de descubrimiento en los que sin pasar nada, pasa todo. No hay afán de dobles lecturas más allá de verla interactuar con los demás a medida que va encontrando su hueco y su verdad. Ay parece encajar con pasmosa madurez los golpes emocionales pero la vemos sufrir con las primeras decepciones en forma de traición o rechazo.
El índigo es la tradición frente a la modernidad, pero también es la metáfora de la sangre: el cordón umbilical con lo que hemos sido antes de crecer, que se transforma para seguir viviendo quizás de otra manera que no era la que imaginábamos. Y además es azul, con lo cual hay melancolía pero sin llegar al desgarro porque como dice uno de los personajes a Ay, “el buen índigo sobrevive a cualquier estación”.