Las flores que arrancas (Claudia Estrada Tarrascó, 2020).

Destacábamos ayer el carácter internacional de Dona i Cinema por la variedad de países de origen de las producciones programadas. En la tercera jornada (también en Filmin) no solo se repitió la situación, sino que además los dos cortometrajes más interesantes, Las flores que arrancas y Los que no sienten, se desvelaban como crónicas de las lamentables realidades existentes en México y Palestina respectivamente. Una suerte de mapeo internacional a través de la no ficción que redimensiona el papel del cine.

Las flores que arrancas (Claudia Estrada Tarrascó, 2020) denuncia la impunidad con que se asesinan mujeres en México, diez al día. Fue lo que le ocurrió a Yuri Lisset hace cuatro años. Al dolor y a la injustica del feminicidio se añade que el sitio donde se encontró su cadáver (en una suerte de descampado en lugar de en la carretera o su arcén a escasos metros) condiciona la investigación posterior, como si de alguna manera Lisset volviera a morir. El corto documental recoge el destrozado testimonio de la madre e incluye las voces de una joven feminista y una activista indígena dotando al film de una estructura completa que ayuda a comprender un problema al que urge encontrar una solución ya.

En Los que no sienten (Marta Porto, Carlota Mojica, Alba Cantero, Débora Vargas, 2019) nos adentramos en Gaza de la mano de Tara, una joven palestina que explica con claridad lo que significa vivir allí y como el cuerpo y la mente se van curtiendo. «Esto hace Gaza, personas fuertes que no sienten nada» dice en un momento del documental, y lo que pudiera interpretarse tanto como un alivio o como un salvoconducto de supervivencia se convierte en una definición que asusta por su concisión.

En el extremo de estas dos propuestas, e inspirada lejanamente en la Divina Comedia, el tercer gran momento del día lo proporcionó The Divine Way (Ilaria Di Carlo, 2018), corto de la Sección Oficial de Videocreación, con una factura e imaginación tan superlativas e infinitas como las escaleras que va recorriendo su protagonista a lo largo de más de medio centenar de localizaciones. Un ejercicio repetitivo y absolutamente diferente en cada momento.

Además de las tres piezas mencionadas, se pudo ver el largometraje griego Holy Boom (Maria Lafi, 2018), una historia coral en torno a las accidentadas (por ser generosos con el calificativo) vidas de los habitantes de un edificio de Atenas. Una cinta que se maneja muy bien en la presentación y el hilo (por seguir las fases clásicas del relato), pero que se embarra en el desenlace. En su poco más de hora y media de metraje intercambia tramas marcadas por el racismo latente en la sociedad, el tráfico de drogas, la violencia (sexual y no), las mafias que abusan de inmigrantes o el pasado que nunca se marcha del todo.

El resto de la oferta se completaba con el enternecedor relato de Pequeña (Paula Morel y Paula Manzone, 2019) sobre la visita que una mujer hace a su madre (enferma de alzheimer) acompañada de su hija y del que cuesta despegarse de una frase que pronuncia un personaje secundario, un vendedor de helados: «La vida se acaba rápido»; la pedagógica (y divertida) propuesta del corto de animación Claudette and the Cake (Fádhia Salomao, 2020) o el casi realismo mágico (y muchas más cosas) de Each and Every Night (Julie Robert, 2019). Mención aparte para Cargo (Cristina Tournatzes, 2019), sobre la muerte por asfixia de 71 refugiados en un camión ocurrida en 2015 y Las razones del lobo (Marta Hincapié Uribe, 2018), un repaso a los cincuenta últimos años de violencia en Colombia, cuyos puntos de partida entroncan con lo contado en el primer párrafo, pero que por cuestiones formales cuestan de cuajar.

 

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