Me gusta ver gente feliz por la tele. Igual que hay quien disfruta con caídas absurdas, goles tontorrones y culos y tetas, yo me deleito con explosiones de alegría ajena en la pequeña pantalla. El día del sorteo de lotería de Navidad y los títulos y ascensos futbolísticos, de final de temporada, son mis grandes momentos. Este fin de semana tuve mi ración con el retorno del Elche a Primera. Lo vi en Canal 9. Cuando terminé de vampirizar la euforia externa, me sorprendí preguntándome por el tiempo que hacía que no sintonizaba ese canal. No una visita fugaz en un zapping desesperado o quedarme plantado ante el televisor para ver cómo manipulaban uno u otro tema. No. ¿Cuánto hacía que voluntariamente no apretaba en mi mando a distancia el número siete? A día de hoy sigo sin saberlo. Pero es más, ¿lo he hecho alguna vez? Incluso, ¿la hubiera visto de no haber formado parte de su plantilla?
Y es que ese creo que es el principal problema de Canal 9. Nunca se le ha echado de menos. Confieso que yo la veía cuando se emitía algún programa en el que había trabajado. O, por extensión, en el que hubiera colaborado algún amigo. Su forofismo en las retransmisiones de fútbol me acabó expulsando. ¿Qué quedaba? Nada. Nada que me interesara a mí, al menos. Nunca hubo un modelo de programación atractivo, inquieto. Unas intenciones. O se disparaban balazos con un antifaz puesto o se clonaban propuestas hasta el punto de no saber qué programa estabas viendo. Siempre con la sensación de que llegaban tarde a todos los lados. Siempre en nombre de la audiencia. Ni siquiera cuando esta empezó a perderse se arriesgó lo más mínimo. Ahora apenas roza el 4%. Demasiada me parece.
No entiendo porque Canal 9 siempre le dio la espalda a mi generación y a las que vinieron por detrás. Era cuestión de números. Si apuestas por unos espectadores de avanzada edad llegará el día en que alguien tendrá que tomar su relevo. Si no has cuidado a ese share potencial, no esperes que luego se sienten delante del televisor a esperar tu menú. Podría numerar con los dedos de una mano las ofertas interesantes que en todos estos años ha emitido el canal valenciano. Y siempre había un handicap: un presentador fuera de tono; un concepto de producción en el que primaba la cantidad de minutos ofrecidos sobre la calidad del contenido; un aroma rancio que lastraba el resultado final;…
¿De verdad alguien pensaba que programas culturales presentados por Ricardo Bellveser o Ramón Palomar iban a conectar con una audiencia ávida de esos espacios? ¿Tenía sentido poner al frente a esos presentadores que torpedeaban el ritmo, el tempo y los guiones cuando en sus equipos había gente como Manel Gimeno o Mª José Barberá que no sólo sabían que de qué se hablaba, sino cómo había que contarlo? ¿Cómo es posible que se desperdiciara un diamante en bruto como Carlos Areces por el protagonismo sin-sustancia de Nuria Roca? ¿Por qué durante tantos años el concepto máximo de modernidad de esa casa fue el encuadre inclinado? ¿A que respondía esa manía de zancadillear continuamente a los programas infantiles? ¿Qué tomaban en las reuniones en las que se decidía la cobertura que se iba a dar al FIB? ¿A nadie le interesaba reflejar en pantalla valencianos ajenos al costumbrismo barato y caricaturizado? ¿Por qué la música alternativa, los videojuegos, el cine indie, las nuevas tendencias en moda, el humor irreverente, el punk, internet, los cómics, los escritores que no ocupaban hueco entre los más vendidos, el diseño, el soul, los ilustradores, el teatro menos convencional, las series sin tópicos a mansalva, … jamás tuvieron importancia alguna en su parrilla?
Los jefes ni sabían ni contestaban. Vivían en sus burbujas de informes fatuos y visionados de programas cuya esencia no entendían. Por uno que conocía a Belle & Sebastian, te encontrabas a tres cuyo principal interés eran las curvas de las aspirantes a un casting de presentadoras. ¿Cómo no salir corriendo de aquello? No conozco a nadie de cuarenta años o menos que sienta nostalgia de alguna etapa de Canal 9. Es lo que ocurre cuando, día tras día, te dan a entender que ese no es tu club. Que no les interesas. Cuando van a buscarte, ya no estas. No sé cual será la nueva cadena que surgirá después del ERE. Pero viendo los que siguen cortando el bacalao dentro y los que quieren repartirse las migas desde fuera, el pescado no es que esté vendido, está podrido. Y pasará el tiempo y seguiré sin recordar la última vez que vi Canal 9.