Rigo Pex vive en València, siempre viste de negro y trabaja como ingeniero de sonido. Graba y almacena, por afición, cómo suena su ciudad, calle a calle. Pero no puede dormir, hay algo que le acecha, ve flamencos rosas por todos los lados. En tatuajes, bolígrafos, tazas, barcas, camisas, pantalones, pelotas de plástico… No consigue entender qué significan esos encuentros. Su amigo, el artista urbano Antonyo Marest, le dice que viaje a Estados Unidos a averiguarlo, que el color de Miami le cambiará. Rigo le hace caso y cruza el charco. Y habla con la gurú de la música Allee Willis, con los miembros de la banda pop Kero Kero Bonito o con el gran John Waters.
Rigo Pex es el protagonista de la película The Mystery of the Pink Flamingo, dirigida por Javier Polo, que inaugura la edición de este año de la Mostra de València (jueves, 22 de octubre, 19h, La Rambleta). El musicólogo y performer guatemalteco Meneo da vida a Rigo Pex en el film. A Meneo, en la vida real, también se le conoce como Rigo Pex. Muy loco todo, sí. Pero que encaja perfectamente en el universo de esta producción, con un pie en el documental y otro en la ficción. Un divertidísimo y adictivo viaje por lo kitsch, por la búsqueda de la felicidad, por la libertad, con mucho color, planos para enmarcar y una misión, saber pasarlo bien. De eso y mucho más, hablamos con Javier Polo.
¿Por qué flamencos rosas?
Desde hace ya tiempo el flamingo me llama mucho la atención por todo en sí, por la forma que tiene el cuello, el color rosa, el pico, los ojos penetrantes….Es algo en lo que te fijas y te empiezas a hacer algunas preguntas, sobre todo cuando no dejas de verlo en todas partes y tienes la sensación de que te persigue. Que es un poco lo que le pasa al protagonista en la película, en ese sentido es un poco autobiográfica.
Es como cuando te das un golpe en el dedo del pie y parece que todos los golpes siguientes van ahí. Ese tipo de juegos mentales, que te fijas en algo y de repente pasa todo el rato. Como si la vida se riera de ti. Eso me llama mucho la atención. Y me pasó con el flamingo. No paraba de verlo en muchos sitios y de muchas formas. A partir de ahí me puse a investigar por qué pasaba esto, qué tenía el flamingo para estar en camisas, hoteles, por qué la cinta Pink Flamingos de John Waters,… me fui documentando y los personajes que me iba encontrando me llamaron mucho la atención, eran muy curiosos.
¿Tuviste claro desde el primer momento en que empezaste a documentarte sobre el tema que ahí había una película?
Siempre me imaginé que había una película y que sería muy divertida, que es algo que me gusta mucho. Tenía la experiencia de mi anterior documental, Europe in 8 bits, que también era sobre un tema bastante raro, el de los 8 bits. Los temas distintos, frikis podríamos decir, si se presentan desde un outsider, desde alguien que no forma parte de ese movimiento, pero tiene la capacidad de entenderlo y analizarlo desde fuera, consiguen atraer al espectador masivo. Facilita que se entiendan mejor. A base de investigar descubrí que había mucho potencial con los flamingos, tanto a nivel estético como de historia, y quería experimentar mucho con los géneros, navegando entre la ficción y el documental.
¿Por qué optaste por esa mezcla entre ambos géneros?
Sobre todo queríamos entretener y jugar con el humor y que a la gente, al final, le diera igual lo que era documental y lo que era ficción porque lo importante era que te están contando una historia. Y no hay que olvidar que un documental también está manipulado todo el rato, según qué frases seleccionas, qué información y cómo la muestras, el punto de vista del director siempre está presente. Al final es un ensayo sobre un tema sobre el que quieres reflexionar. ¿Por qué no dar un paso más? Nosotros cogemos a un personaje que es todo lo contrario a Meneo, en lugar de partir del personaje real e irnos al ficticio lo hemos hecho al revés, de un personaje no real que viste de negro, Meneo no tiene nada de ropa de ese color, realizamos el proceso inverso, me parece muy divertido y un reto. De hecho, teníamos que contener a Meneo durante la primera parte de la película en que su personaje es más comedido (risas).
¿Cómo llega Meneo a la película?
Trabajamos juntos en mi anterior documental y a raíz de conocerle y convivir con él me di cuenta de que era una persona totalmente libre. La película, al final, va sobre la identidad y la libertad. Y él me inspiró mucho, no tiene complejos, le da igual lo que los demás piensen de él, es muy espontáneo, no sabes por donde va a salir, es como un demonio de Tasmania (risas). Esa personalidad y esa manera de ver la vida me gustaban mucho y representa muy bien el mensaje de la película de ser uno mismo, de preguntarte quién eres y qué haces aquí. Meneo ha aportado mucho a la historia.
¿Tenía mucha libertad en las entrevistas?
Total libertad. Hay una entrevista con Brian Antoni en la que llega a llorar. Preparábamos las entrevistas juntos, yo le marcaba las preguntas, pero sí intentábamos que la cosa fuera más una conversación entre ellos y que fluyera y parar lo menos posible. Con el montaje buscamos que se pueda ver la reacción de uno cuando la otra persona dice algo. Ese formato tenía que ser como muy natural para que funcionase bien.
¿Rodastéis siguiendo el mismo orden cronológico de la película, primero en València y luego en Estados Unidos?
Sí, empezamos en València y luego fuimos a Estados Unidos. La producción allí es muy costosa y complicada, además estuvimos desde Miami hasta Boston, del Sur al Norte de la Costa Este, también en Chicago, Las Vegas, Los Ángeles. Eran veinte jornadas, siete personas viajando, mucho dinero, teníamos que tenerlo todo muy controlado. Nos sirvió mucho de entrenamiento rodar la primera parte aquí y la entrevista con Eduardo Casanovas. Como la película es muy experimental nos permitió coger la dinámica de rodaje, del personaje, construir mejor la historia. Fue acertado hacerlo así, porque si no hubiéramos sufrido mucho en Estados Unidos.
¿Fue fácil localizar allí?
En las ciudades que sabíamos que teníamos que visitar, porque los entrevistados vivían en ellas, buscábamos todo lo que tuviera que ver con el kitsch, el flamingo y el rosa, esas tres eran nuestras palabras clave. La directora de producción, María García, se encargó de conseguir los permisos, y una vez allí fue bastante rodado todo. Algunas localizaciones tuvimos que pagarlas. Otras eran en edificios públicos o los entrevistados las tenían, como por ejemplo la casa de Alee Willis, que era casi como un plató.
¿Cómo reaccionaban los entrevistados cuando les pedíais su participación?
Hubo de todo. Además de que el tema les pareciera interesante, tenían que ver que era un proyecto serio. Por poner un ejemplo, Patricia Altschul es multimillonaria, había una lámpara en su casa que valía un millón de dólares, mayordomos, un montón de coches… claro, por mandarle dos mails que nos dejen entrar ahí es complicado. Lo que nos ayudó mucho fue hacer el teaser, que lo rodamos en Aruba. Fue fundamental, tanto para la participación de los entrevistados en la película como para conseguir la financiación. Estuvimos en varios foros de coproducción, en Francia, San Sebastián,… vendiendo el proyecto y gracias a esa presentación conseguimos que RTVE, Movistar +, TV3 y À Punt participaran. Junto a las ayudas del IVC y la Generalitat fue básico para armarlo y financiarlo.
John Waters no podía faltar.
Contactamos con él a través de Gabriela Martí, la directora del Rizoma Festival, que lo conoce personalmente y lo ha invitado alguna vez a Madrid. Fue difícil porque tiene muchas solicitudes de gente, pero pudimos llegar a un entendimiento y se portó muy bien con nosotros. Estuvimos en su casa y fue genial. Es una pena haber recortado la entrevista, porque teníamos grabada una hora con él, pero el documental te pide lo que te pide. Con Allee Willis pasó lo mismo. Pero a veces lo bueno si breve…
La película arranca en València y vamos viendo aparecer Radio City, la tienda Flamingos Vintage Kilo, la fachada del Monterey…
Nosotros conocemos una València como más alternativa, que se acerca más a lo que representa el pink flamingo, muy asociado a la cultura rock and roll, a lo hortera, a lo kitsch, y queríamos hacer unos pequeños guiños a esa València que también existe y tanto nos gusta.
Rigo, el protagonista, se dedica a registrar y ordenar los sonidos de todas las calles de València, una historia fascinante.
Como sabíamos donde acababa el personaje, lo que queríamos era que el inicio fuera la antítesis. Él es como un gurú del sonido, que diseña altavoces, pero no utiliza esa habilidad, ese conocimiento que tiene, para las artes, es más de ciencias, más de teleco, cuando realmente con todo lo que sabe podría expresarse porque tiene talento. Es un testigo de la vida, pero no interviene en ella. No vive, registra cosas, sonidos. En ese sentido, queremos que la película inspire a crear, invitar a la gente a buscar aquello que le hace feliz, que pruebe, que nunca es tarde.
El personaje principal evoluciona paralelamente a la realización de la película.
La primera parte de la película nos sirve para situar al personaje, lo que es, a qué se dedica, dónde vive, su mundo gris. A medida que él evoluciona en su manera de vestir también lo hace el estilo de la realización. Al principio todos son como planos más en trípode, composiciones más frías y a partir de que empieza el viaje a Estados Unidos, comienza a liberarse, la paleta de colores cambia, y también la manera de rodar, la cámara se mueve más, se lleva al hombro,… Empieza todo como muy pragmático y controlado y poco a poco empieza a descontrolarse.
La película remite a cierta simbología estadounidense, pero al mismo tiempo establece un punto de conexión con lo valenciano, tal vez porque compartamos cierta atracción por lo kitsch.
Sí que hay esa conexión. València siempre ha sido muy escandalosa. Todo se hace a lo grande como las fallas. Está el “això ho pague jo”, el “serà per diners”. Hay personajes de la cultura valenciana como Rosita Amores o Joan Monléon que son iconos kitsch. Es lo que dice, más o menos, Allee Willis en la película sobre lo que es kitsch. Coger iconos de tu cultura que en su momento eran muy horteras y transformarlos a través de la ironía y el humor. València tiene mucho sentido del humor y actitud irreverente y la película lo tiene totalmente. Las relaciones humanas en València son como muy gamberras, todo el mundo se mete con todos, hay mucha broma. Y luego, también, tenemos festivales como el Surforama o el Funtastic, que tienen una estética y una cultura detrás.
Es un film con muchos profesionales valencianos (Pepe Ábalos, Carla Fuentes, Jonathan Cremades, Santero y los Muchachos, Guillermo Polo, Mr. Perfumme, Sixto García, Raúl Salazar, Lawerta…), pero a pesar de ese adn, The Mystery of the Pink Flamingo es un rara avis dentro del cine valenciano.
Tanto mi hermano Guillermo (director de fotografía en la película) como yo, hemos vivido mucho tiempo fuera, yo estuve en Australia, Inglaterra o Alemania, y él en Estados Unidos. Yo luego volví aquí, me siento valenciano 100%, pero eso no significa que no crea que se puede hacer un producto internacional desde esta ciudad. Salir te permite tener otra visión de lo que es València, España, por haberte alejado y verlo desde otro prisma. Tanto el anterior documental como este respiran una visión más internacional y, en ese sentido, poco tienen que ver con las producciones que se hacen aquí. Cuando pienso en temas suelo hacerlo teniendo eso en cuenta, incluso el formato, y la presentación también en otros idiomas. Le otorga riqueza cultural.
Dice Allee Willis en la película: «Lo importante es el viaje».
Totalmente de acuerdo. Y más en este caso, en el que como la película es muy experimental no sabíamos muy bien en qué se iba a transformar porque no teníamos referentes claros del formato que hemos hecho. También en el sentido de que ha habido entrevistados y localizaciones que no pensábamos que iban a estar y aparecen, de ir conduciendo por la carretera y encontrarnos un motel brutal lleno de flamingos y parar y acabar rodando allí escenas. Hay que arriesgar, probar, lanzarse a crear cosas que llevas dentro, no saber muy bien lo que vas a hacer porque si lo supieras perdería la gracia y tienes que dejarte llevar por la intuición. Y si crees que puedes contar algo distinto, que entretenga y la gente pueda aprender de un tema, adelante.
John Waters, por su parte, os da un consejo que no habéis seguido: «Mete sexo, mete violencia, eso siempre funciona».
(Risas) Violencia, violencia, algún golpeo de flamingos hay. Sexo, sexo no hay, pero sí es muy salvaje. En ese sentido el final de la película es muy kitsch, muy colorido con el collage final de Pepe Ábalos y Jonatahn Cremades. Conseguimos algo contundente que reúne todos los elementos del film, es libre, salvaje, kitsch, experimental en cuanto al tema de los sonidos, hay mucho colorido, flamingos, es tropical (risas).
¿Cómo ha afectado el covid a The Mystery of the Pink Flamingo?
La película la acabamos en febrero. Se iba a estrenar en el festival South By Southwest, en Austin, era el sitio ideal para lanzarla internacionalmente. Y diez días antes del festival se canceló. De hecho nos pilló el confinamiento ya en Austin. Volvimos aquí el 18 de marzo y era una locura, todo estaba desierto, en el tren, en el avión, nadie en Atocha, por ningún lado.
Una pena todo, hemos estado varios meses con la película bloqueada. Nos habían seleccionado en varios festivales, pero iban a ser online y cuando uno hace una película siempre piensa en el día que la va a estrenar en una sala de cine y la va a compartir con el equipo y el público. Renunciamos a esos festivales porque queremos ver las reacciones de la gente cuando la ve y hacer coloquios después. Así que nada mejor que estrenarla en València, inaugurando la Mostra.