1- Lola Samper lleva veinticinco años levantando la persiana de la Librería Gaia desde un lunes de septiembre de 1994 que lo hizo por primera vez. Un cuarto de siglo más tarde tiene una lesión de muñeca y muchas toneladas de ilusión. Las mismas con las que abrió después de dejar un trabajo en una multinacional y con el apoyo de su pareja. Siempre había sido muy lectora y la idea de invertir su finiquito en un trabajo que le permitiera estar todo el día rodeada de libros le resultaba muy romántica. Aunque no tardaría en darse cuenta de que no era exactamente así. Gaia lleva todo este tiempo en el mismo bajo de la calle Daniel Balaciart, número cuatro. «Lo elegí porque vivo cerca. Yo estudié Empresariales y algo de gestión sabía y una manera de reducir gastos era que mi casa estuviera cerca de la librería». El nombre lo tomó prestado del libro Las edades de Gaia, de James Lovelock. «Por entonces leía mucha ciencia ficción y divulgación y ese libro me gustó mucho, me marcó, por esa teoría de considerar a la Tierra un planeta vivo. Me parecía una idea muy bonita y romántica». Como lo es abrir una librería.

2- Cuando Gaia levantó la persiana por primera vez, Lola acababa de ser madre apenas dos meses antes. Embarazada estuvo montándola y en ella dio de mamar a su primer hijo. Entonces trabajaba para ella un excompañero de facultad, Javier Souto. Fue el primero de las diez personas que han pasado por la librería, incluido un jubilado exmilitar que llegó después de que su hija renunciara al puesto. Ahora está allí Marisa Begué, antigua clienta. Porque en Gaia los clientes son amigos y muchas veces han sido empleados. Como una gran familia. «Mi gran ilusión y mi máxima aspiración era montar una librería de barrio. Ser una referencia a nivel cultural entre los vecinos, pero también a nivel personal, que igual vinieran a comprar un libro que a dejarme las llaves para que las recogiera un hijo al que se le habían olvidado». En 25 años, Gaia ha cambiado mucho por dentro. Ya no están las secciones de Informática o Legislación, ha crecido la de Feminismo o el mostrador cambió de posición por consejo de un estudio que le hizo la Cámara de Comercio. ¿El peor y el mejor momento de todos estos años? «Los peores momentos han sido las veces que me planteé cerrar. El mejor es una suma de pequeños buenos momentos con clientes».

3- Como la Tierra de Lovelock, Gaia es un planeta muy vivo. Apenas llevo una hora y han pasado dos clientas comprando libros, un hombre adquiriendo una postal, una chica haciendo un encargo, un distribuidor y un chico que quiere dejar discos y libros en un punto de intercambio gratuito que hay fuera. Lola mantiene muchos clientes desde aquel primer día de septiembre de 1994. Me cuenta que «la gran mayoría son mujeres, en un 70-30%, pero mis mejores clientes son hombres». Le pregunto por el libro más vendido durante todo estos años y es Patria, de Fernando Aramburu. Le pregunto por su libro favorito y me dice que no tiene, pero que los últimos que le han gustado mucho son Tú no eres como otras madres, de Angelika Schrobsdorff, o La mujer habitada, de Gioconda Belli. Le pregunto por su editorial favorita y se le encienden los ojos: Sajalín («que tiene una linea editorial muy marcada»), Páginas de Espuma, Blackie Books («con apuestas interesantes y arriesgadas»), Sexto Piso, Salamandra («es muy literaria y me gusta mucho mucho»), Cabaret Voltaire, Seix Barral, Errata Naturae, Dirty Works,… va enumerando mientras recorre restantes. Para su librería, además, siempre ha sido muy importante la sección infantil y juvenil.

4- Lola no recuerda el primer libro que vendió. El último hasta que me voy es Adiós a Berlín, de Christopher Ishewood, aunque no será el único que se lleve esta clienta. ¿Cómo se lucha contra Amazon? «Es imposible, no puedo, lo tengo asumido. Tengo la suerte de que hay gente en el barrio que cuando les digo que el libro tardará dos ó tres días en llegar no me ponen ninguna pega». Esa confianza y ese apoyo forman parte de la relación especial que se establece con un negocio de barrio. Para Gaia es recíproco porque sus clientes van más allá de las compras que hagan. De hecho, acaban formando parte de la propia librería. Ahí están los cuatro clubs de lectura que llevan Isabel Barceló (clásicos y novedades, generalmente escritos por mujeres), Justo Serna (historia, la mayoría de las veces), Santiago Álvarez (novela negra) y Ana Lobo (libros, librerías y bibliotecas). Clientes que aceptaron la propuesta y que ayudan a que crezca el tejido cultural en el barrio. «Los que participan en los clubs son casi todos vecinos y se establece mucha complicidad. Además, para la librería han sido una gran revelación y un gran empuje». Tengo la tentación de pedirle un resumen de todo este tiempo, a modo de conclusión y como cierre del artículo, pero de repente aparece: «Soy feliz aquí, es más, cuando cierro de vacaciones y abro en septiembre estoy deseando empezar a trabajar, debo de ser masoquista, porque quiero volver al trabajo» y vuelve a reír, como ha hecho durante toda la hora. Cuando me marcho atiende a una clienta que le ha pedido tres copias del If de Kipling que acaba de editar Errata Naturae. Algunos de sus versos me retumban y no puedo evitar sonreír yo también.