Extracto de la cubierta del libro «La ciudad y la vida», de Carmen Alborch (RBA, 2009).

Ha muerto Carmen Alborch. Y con ella desaparece una parte de la historia de esta ciudad. La que fue y la que pudo haber sido. Año 2007, elecciones a la alcaldía de Valéncia. Los socialistas después de fracasar con Aurelio Martínez, Ana Noguera y Rafael Rubio, apostaron por la exministra. La ilusión por un cambio necesario asomaba por las calles. Frente al gesto adusto y el universo grisáceo de Rita Barberá surgía la sonrisa de Alborch, su afán integrador y respetuoso, su lucha por las mujeres, su apuesta por la cultura como motor de cambio de una ciudad a la que sus dirigentes habían convertido en cartón piedra, eso sí, del cartón piedra más caro del mercado.

Su campaña electoral fue una declaración de amor 100% mediterráneo. Divertida y comprometida. Luminosa. Lejos de los grandes fastos y del derroche de dinero público de su principal rival. Frente a la promesa de la, hoy investigada, Formula 1 y al chantaje de Bernie Ecclestone, Alborch prometía más verde, más inversiones en los barrios, más ciudad. Un modelo urbano distinto en el que se anteponía a los ciudadanos frente a los turistas. Antes de cada mascletà una giganta con su rostro recorría las calles del centro. Hasta Jorge Martí, de La Habitación Roja, le apoyó en uno de los últimos actos antes de la cita con las urnas.

Rita Barberá no solo ganó, sino que consiguió su mejor resultado en unas elecciones. València, como los hechos han demostrado, hipotecó su presente y su futuro y quedó estancada en las aguas de la mediocridad y la falsa apariencia. La ciudad perdió ese tren de la modernidad, de lo contemporáneo, de lo universal, que representaba Carmen Alborch, y que ni siquiera el Gobierno del Botánico ha sabido recuperar. Tres años después de aquellas elecciones, durante unas fallas, en un ambiente supuestamente distendido, Barberá se pusó a lanzar petardos entre otros a la propia Alborch y a Jorge Alarte. Cuando la exministra se acercó a pedirle uno, la entonces alcaldesa apartó bruscamente la caja y le soltó en la cara «Y una mierda». Pocas escenas pueden definir mejor lo que ganamos y lo que perdimos en aquellas votaciones.