Kike Parra. Foto: Edu Cano.

Las mesas se comparten. No hay servicio de camarero en la terraza. Si se encuentra la mesa sucia se la limpiaremos en cuanto podamos y, cuando termine de almorzar, piense en cómo le hubiera gustado encontrarla. Estas son las normas del Bar Mercado de Ruzafa. He quedado allí con el escritor Kike Parra (Alzira, 1971). Es su bardesiempre. Uno de los dos que tiene. Se nota, saben cómo se llama, qué va a beber o a qué se dedica. Compartimos mesa, pedimos en la barra (él medio bocadillo de esgarraet, yo medio de tortilla de patatas), nos sentamos, nos traen un variado de encurtidos y cacau del collaret. Aún no hemos dado el primer bocado y ya le he preguntado por antecedentes familiares en eso de la literatura. Menciona a su hermana, seis años mayor que él. «Yo no la vi escribir, pero sí la veía entre libros. Siempre ha sido muy estudiosa, le gusta mucho leer, y tenía una biblioteca grandísima». Con 10-12 años empezó a mano con relatos muy inspirados en Los cinco de Enid Blyton, con 13-14 ya tecleaba una Olivetti y quería contar las historias que tenía en su cabeza.

Kike es escritor y también da clases de escritura. ¿Se puede aprender a escribir? «Se puede acercar al alumno a una serie de técnicas y enseñarle cómo utilizarlas mejor, guiarle en la mirada que tenga del mundo, pero el talento no se puede dar. Transmitirles que ser escritor no es utilizar palabras que suenen grandilocuentes, lo que tú eres como persona tienes que ser como escritor, ser honesto consigo mismo. Y no puede haber temas sobre los que no quieras hablar. Ser escritor es sacar toda la mierda que llevas dentro». Resulta curioso la cantidad de gente que quiere hacerlo. Ya se sabe: plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro. La clave, para Parra, está en lo accesible que es. Basta con un folio en blanco, o una pantalla de ordenador. «Todo el mundo puede escribir, lo complicado es hacer un texto literario».

Cela y Cortázar fueron las primeras lecturas que le marcaron «de verdad». La colmena y Rayuela, pero también, y sobre todo, sus libros de cuentos. Por imitación empezó a escribir relatos. Y hasta hoy. O no. «Hasta hace cinco años tenía en la cabeza que yo era un escritor de relatos». Se ajustaba a su querencia por la inmediatez y a la falta de tiempo. «Pero ahora, por lo que sea, porque me he hecho mayor, porque veo el tiempo de otra forma, porque mi cerebro funciona de manera diferente, tengo ideas para desarrollar en novelas». Y anda enfrascado en dos: una nueva y otra que esbozó en el pasado. Y ha empezado, además, a escribir poesía. «Escribir buena poesía está por encima de escribir una buena novela o un buen cuento. Pero aún así me he lanzado. ¿Por qué? Porque en el fondo estaba equivocado pensando que yo era un escritor de relatos. Yo soy escritor».

Ninguna mujer ha pisado la luna (Relee, 2018) es su último libro publicado hasta la fecha. Se abre con citas o versos de Emilio Martín Vargas, The Clash, Belako y Virginie Despentes. Ocho relatos, ocho realidades distintas, ocho puntos narrativos diferentes, ocho maneras de contar diversas. Con humor. Y sexo, presente, pero sin acaparar el foco. Haciendo caso a John Gardner.

Kike escribe sin un esquema previo. Tiene la idea de partida, pero no sabe cómo acabará, ni lo que ocurrirá hasta su desenlace. Le comento que sus personajes permanecen en el lector cuando acaba la lectura, sonríe, y dice que eso, para él, es bueno, porque no basa sus cuentos en el estilo, sino en los personajes, son el motor, saber qué le ha pasado a alguien. Esto último explica sus finales abiertos, «pongo el foco en un momento de la vida de los protagonistas, un conflicto, me centro en él, pero una vez resuelto me voy y le dejo seguir con su vida». Parece sencillo, si no fuera porque, como bien explica Jon Bilbao en el prólogo, Parra se aleja de su zona de confort y de su entorno, para hablarnos de un exdirector de cine de la RDA o de un actor de doblaje de Hollywood. «Es que esas realidades no me son ajenas en el plano emocional. Igual no he estado en los lugares de los que hablo, pero sí tengo un hijo como puede tenerlo el protagonista, y me hago preguntas, y lo paso mal porque se parecen a mí. Muchas veces llevo al límite a mis personajes porque creo que puedo vivir esa situación extrema en el futuro y si ocurre ya habré tenido algún tipo de experiencia para afrontarla. Y de hecho me ha ocurrido».

El camarero pregunta si queremos café o algún chupito. Me lo pregunta a mí porque ya sabe la respuesta de Kike. No tomamos postre, es un almuerzo y somos clásicos. Pero sí me llevo dos. No se comen, pero se leen. Dos recomendaciones suyas (además de la ya saboreadas, Richard Ford, Eloy Tizón, Bárbara Blasco). Apuntad: María Fernanda Ampuero y Lorrie Moore. Salud.