Foto: Roc Pont.

Lucía Boned Guillot (València, 1981) tenía diecisiete años cuando practicando una de sus manías favoritas, abrir y cerrar los cajones y armarios de su casa, encontró un tesoro en formato carpeta y se la llevó a su habitación. En su interior, un sobre en el que se podía leer la palabra Miniaturas. Dentro, las notitas con las que durante ocho meses, se comunicaron, escondiéndolas entre la ropa o la comida, su abuela Teresa y su abuelo Jose María, mientras él estaba preso en la cárcel.

José María pasó ocho meses en la prisión de Montjuïc en 1939. «Mi abuelo era médico militar y lo destinaron a Figueras. Cuando el ejército franquista tomó Girona en febrero de 1939, él se entregó a la autoridad militar ocupante, fue detenido, encarcelado y sometido a Consejo de Guerra, acusado del delito de Auxilio a la Rebelión», explica Lucía. «Fue condenado a tres años y un día, pero pudo beneficiarse de la primera amnistía que se promulgó y fue puesto en libertad a primeros de octubre». Parte de aquel liliputiense intercambio epistolar con su mujer durante su encierro es, ahora, la primera parte del libro la voz del padre, la voz de la madre, editado por Cultura Temporal.

Antes o después, Lucía sabía que era una historia que tenía que contar de alguna manera, una historia que ya había «compartido muchas veces. Creo que todas las personas que me conocen bien, conocían la historia de mis abuelos antes del libro. Durante todos estos años la idea nunca me ha abandonado y le he dado muchísimas vueltas. Ahora, con el libro delante, veo el resultado de un largo proceso de búsqueda».

Algunas de las notitas que intercambiaban Teresa y José María. Foto: Alejandra Vera Matos y Lucía Boned Guillot.

Las notitas se suceden, sin fecha datada, trazando un diálogo coherente entre Teresa y José María, gracias sin duda a «un trabajo de edición, de reconstrucción de la historia, de ordenar el resultado de esa larga búsqueda para completar una historia que me había llegado fragmentada. Por eso el libro lo firmo yo. El trabajo de ordenar las notitas lo hizo mi tía Conchín, la hermana de mi abuela, que era profesora de literatura y teatro y la primera persona que puso una atención especial en ese documento familiar».

José María le dice «cariña», le pregunta por sus hijos, le agradece el café («riquísimo») y la mantequilla, le pide queso, una gramática inglesa, hojas de afeitar («creo que pone marca Gillette») o una aguja y un poco de hilo negro y blanco. Teresa le pone al día de sus pequeños y de sus propias dolencias, le cuenta que envidia a las parejas que ve por la calle y le anuncia lo que le va a ir mandando (comida, una silla, la gramática inglesa….). En las notas, llama mucho la atención el optimismo y el amor que se profesan a pesar de lo que están viviendo. Teresa ha abandonado València, junto a sus criaturas, rumbo a Barcelona, para estar lo más cerca posible de él. «En una situación dolorosa, lo que decimos y cómo lo decimos es importantísimo. Ajustamos las emociones a través de las cosas más sencillas y cotidianas. En sus cartas había una necesidad de resolver cosas prácticas y con cada cosa resuelta se renovaba diariamente su esperanza. 80 años después yo encuentro en sus palabras una especie de generosidad anónima».

Foto: Roc Pont.

En los intercambios escritos, hay, además, un componente literario al que son ajenos sus propios autores (ajenos porque no las escriben con esa intención, pero es gracias a su viva escritura) que es la tentación del lector a imaginar la vida de ambos por lo que cuentan, más allá de las notitas. ¿Lo tuviste en cuenta? «No es que lo haya tenido en cuenta, es que es el canal por el que que he podido llegar a conocerles. Siempre me ha gustado mucho que las notitas tengan un estilo tan personal. Seguramente es a consecuencia de tener que ajustarse a un trozo de papel tan pequeño, de la necesidad de sintetizar al máximo. Este hecho de no poder desarrollar ninguna idea lo iguala todo, ocupa lo mismo la tristeza, la mina de un lápiz o un dolor de pierna, y esa igualdad produce mucha armonía».

El libro se completa con la voz del hijo-la voz del padre y la voz de la hija-la voz de la nieta. La segunda parte son retazos de recuerdos de Enrique, padre de Lucía, sobre José María y Teresa, sus progenitores. «Mi padre empezó a escribir sus memorias en 2005. Un día abrió un documento de Word que tituló «Mi madre» y se puso a escribir lo que recordaba de su infancia. Al final, había un listado de recuerdos que iba completando y ampliando cada vez que recordaba algo nuevo. En ese momento su intención era únicamente compartirlo con la familia. En 2014 empecé a publicar algunos de sus textos en mi cuenta de Facebook, junto con fotos antiguas, y pensé en la posibilidad de hacer algo. En junio de 2015 fui al estudio de mi amigo Eloi Gimeno para proponerle que hiciéramos un libro juntos con ese material. Hablamos un rato y luego él cogió un papel, dibujó un esquema de círculos y en el centro escribió la palabra familia, en mayúsculas».

Foto: Roc Pont.

Cuatro años después, «el proyecto de libro se había estancado y decidí retomarlo. Recuerdo muy bien el momento en el que conecté todo, las cartas de mis abuelos, los textos de mi padre, las voces de los tres. Ese mismo día escribí a mi amiga Maite Muñoz, y de aquella conversación surgió la idea de la tercera parte con la galería de fotos. Tuve una sensación de comprensión total que nunca antes había tenido».

Esta tercera parte arranca con un primer párrafo escrito por Lucía, «No tengo ningún recuerdo de mis abuelos, pero me gusta pensar que mi abuela me tuvo en sus brazos», que anticipa los recuerdos no vividos que encadena a continuación y que serán epilogados por una galería de fotografías, que cierran el círculo, a modo de inventario, de la mejor manera posible. «La tercera parte fue un momento muy significativo. Cuando Maite me escribió después de leer el borrador de las dos primeras me dijo cosas que me ayudaron muchísimo. Me habló de capas de lectura, de los inventarios de Boltanski. En ese momento me di cuenta de que yo sería la tercera voz que completaría el texto. Me fui a Valencia y empecé el proceso de inventariar los objetos, lo mismo que llevaba haciendo desde la infancia, cuando hacía mi inventario de cajones. Hicimos las fotos en una tarde, en casa de mis padres. Mis amigas Alejandra Vera y Tatiana Fernández se encargaron de toda la parte técnica. Fue un ejercicio casi de arqueología: volver al objeto, reconocerlo, fotografiarlo, catalogarlo. Cada objeto me devolvía un gesto y cada gesto fijaba en mí la identidad de mis abuelos».

Foto: Roc Pont.

Dos secretos (uno que le cuentan a Teresa y no puede compartir con José María y otro que nunca conocerá Lucía sobre su abuela) unen invisiblemente la primera y la tercera parte. No será la única conexión. El título del libro habla de voces y estas están muy presentes en todas su páginas. Voces distintas, de cuatro personas diferentes, pero que tienen un denominador común, tanto en la forma como en el contenido, a pesar de los años y las circunstancias que les separan. «No fue intencionado, y para mí fue muy bonito darme cuenta de que existía esa compatibilidad entre las tres generaciones. Al incorporar mi voz pude reconocer en mí todo lo que tengo de ellos. De la misma manera que heredamos un gesto al andar o la forma de la nariz, heredamos las palabras y las voces».

El libro no sería el mismo con otro diseño. El concepto de miniatura parece traspasar aquel sobre con las notitas de Teresa y José María para guíar la elegante, delicada y acogedora (cercana como sinónimo de familiar) apuesta en papel. La responsabilidad también es valenciana, de Victoria Studio. «La llegada de Victoria Studio fue un momento decisivo. Conozco a María desde que estudiamos juntas la carrera de Historia del Arte, en Valencia. Más que amistad, siempre hemos tenido una relación muy familiar, esto es algo que para mí era muy importante, sentir esa familiaridad en todas las fases del libro. Le conté la historia, le dije que no tenía mucho presupuesto pero que confiaba en que podíamos hacer algo muy bonito. Aceptó enseguida. Le envié un montón de información y de materiales desordenados. Creamos juntas una carpeta de referencias y de cosas que nos gustaban. No tuve que darle indicaciones porque nos entendimos perfectamente y las primeras propuestas que me envió ya se acercaban muchísimo al diseño final. Lo que vino después fue un trabajo conjunto entre Victoria Studio y Temporal que consistió en ir tomando decisiones y puliendo todos los detalles».

Lucía no solo practica la inmersión en su pasado familiar para recuperar la memoria de seres queridos, sino que consigue que estos vuelvan al presente. «Siempre tengo muy presentes a las personas que no están. A menudo pronuncio sus nombres en casa, miro sus fotos, me pongo la chaqueta de mi abuela, por ejemplo. La decisión de retomar el proyecto tuvo mucho que ver con ausencias recientes: la muerte de Eloi el año pasado, la muerte de mis tíos y tías en los últimos años. Sentí la necesidad de hablar de esas ausencias y de estar preparada para las que vendrán».

Lucía Boned Guillot, una vida entre libros


Lucía Boned Guillot. Foto: Roc Pont.

la voz del padre, la voz de la madre tiene para Lucía Boned Guillot doble motivo de alegría. La familiar y la literaria. En este sentido, no cuesta imaginar la gran satisfacción que le habrá supuesto el libro desde el punto de vista de la edición. «Ha sido un proceso muy largo que ha transcurrido en paralelo a mi trabajo, antes como librera y ahora como editora, por el camino he tenido tiempo de aprender muchas cosas. Me acuerdo prácticamente de cada conversación y de cada persona que ha puesto algo de luz en el libro, y recuerdo especialmente una conversación con Fani, la otra mitad de Temporal, sello que hemos creado este año. Puedo decir que en Temporal encontré la voz que me faltaba para completar la historia».

Lucía, que nació en València y desde 2011 vive en Barcelona, fue librera antes que editora. La Casa del Libro y Valdeska en su ciudad natal, y La Central en la condal. Este verano, en las redes sociales plasmó la importancia que la librería de la calle del Mar tuvo en su vida y cómo, en miniatura, mantiene vivo su espíritu: «En Valdeska envolvíamos los libros para regalo con papel de envolver naranjas. Lo más importante de los libros lo aprendí ahí, en la no-librería, que decía Sergio. Todas las personas que compren el libro en la web lo recibirán con este papel que encontré en Gandía; aunque no es exactamente el mismo, se parece mucho».

Ahora trabaja como editora, a tiempo completo, en Terranova, junto a Luis Cerveró, su fundador. Y como los libros son como una enfermedad contagiosa, lo compagina «con un proyecto personal muy reciente: Cultura Temporal, un sello de proyectos culturales centrados especialmente en música, arte y literatura en el que he publicado el libro la voz del padre, la voz de la madre y Ad Álgea, en torno a la música del Barroco con diez piezas compuestas por el tiorbista Josep Maria Martí Duran y un texto literario de Ramón Andrés».