Dicen los síntomas es la tercera novela de Bárbara Blasco. Virginia es la protagonista del libro. Durante doscientas cuarenta y nueve páginas le acompañaremos entre la muerte contra la que lucha su padre en coma y la vida que desea engendrar de manera casi obsesiva. Virginia es filóloga, trabaja en un bar, tiene una hermana insoportable y una madre algo neurótica. Camina entre la descomposición y el renacimiento. Saltándonos todos los códigos establecidos, podríamos decir que es una novela de iniciación.
Bárbara Blasco compara a la familia de la protagonista con una compañía teatral de gira, se muere una anciana y menciona a los ligres, cuando dice que Virginia se pasa ocho veces el cepillo por el pelo resulta imposible no reproducirlo mentalmente, escribe «la realidad siempre me saca una cabeza de ventaja» o «búfalos heridos resoplando en la barra» para definir a ciertos clientes del bar donde trabaja o «morir desde el coma parece morir un poco menos». Y todo encaja, sin desviar ni entretener el propósito narrativo, como si en lugar de tecleando una novela estuviera jugando al tetris.
Dícen los síntomas ha ganado el Premio Tusquets 2020. En realidad, el premio lo han ganado los lectores.
La última vez que te entrevistamos acabaste hablando de Dicen los síntomas, novela que tenías «bastante avanzada, así que espero publicarla dentro de cinco años y que Verlanga me haga una entrevista para entonces, allá por el 2024». ¿Qué ha pasado para que todo se adelantara cuatro años?
Entonces me reía un poco de lo mucho que tardaba en publicar. ¿Qué ha pasado? Parece que me voy profesionalizando o algo así. Lo cierto es que ahora escribo casi a diario y claro, se van acumulando las palabras y buscan alguna cañería por la que desembocar. Y que he tenido mucha suerte con este premio Tusquets, para qué negarlo.
Al margen de por cuestiones de mayor visibilidad o económicas, ¿en qué crees que va afectar el galardón a la Bárbara Blasco escritora?
Creo que me ha dado confianza escritora. Yo siempre escribo contra mí misma, superando con esfuerzo ese primer desastre al juntar palabras. Ahora me siento más ligera al escribir, las letras fluyen un poco más alegres.
También es agradable pensar que alguien te espera ahí fuera, que hay un lector interesado al otro lado del espejo.
«El anonimato se ha convertido en un nuevo lujo. Poder vivir libres de miradas ajenas pronto estará sólo al alcance de unos pocos. Algo tan barato como la intimidad se ha vuelto un privilegio», se puede leer en tu novela. ¿Cómo estás llevando la visibilidad que te ha dado el premio?
Bastante bien, al fin y al cabo, hablamos de literatura, no hay estadios coreando mi nombre, ni fans arrancándome la ropa. Es verdad que la exposición tiene algo de agridulce, por una parte me encanta que me hagan caso, me gusta charlar de literatura con periodistas inteligentes, y sobre todo recibir comentarios de lectores, mis índices de vanidad están por las nubes. El día nadie en que nadie me escribe para contarme algo bonito sobre mi libro, mi ego ruge con hambre bulímica y siento un gran vacío existencial. Por otra parte, están los nervios ¿y si me quedo en blanco?, ¿y si no se me ocurre más que una estupidez?, ¿y si queda al descubierto mi descomunal incultura?, ¿y si ofendo con mis palabras? Hoy es casi inevitable no hacer diana.
Por eso siempre me prefiero por escrito, soy más inteligente con los dedos, llego un poco más lejos con la palabra escrita y en soledad.
En la entrevista a la que hacíamos referencia antes, hablabas de tu querencia por los antihéroes como protagonistas de tus novelas, «me atrae la gente que tiene conflictos, que fabrica culpa dentro». Virginia, sin duda, aumenta la nómina, ¿no?
Por supuesto, pero es que la literatura es la historia del conflicto, no existe sin él. Igual que en la vida, claro, porque si te encuentra con tu vecina Loli y le preguntas ¿cómo va?, y ella te dice, muy bien, pues pasas de largo, pero si te dice, ay, lo que me ha pasado, te paras, y pierdes la mañana entera si hace falta porque ahí hay una historia.
Virginia atraviesa un momento interesante del conflicto, está en la cresta de una larga crisis, cuando la realidad empieza a rizarse por los bordes y adquirir la textura del espejismo, que es también cuando aparece el humor, y algo parecido a una curiosidad volcánica por la verdad, más poderosa que cualquier otra circunstancia.
Como no podía ser de otro modo, Virginia siente culpa, eso a menudo tan femenino y tan judeocristiano que es la culpa, y que, al contrario que la riqueza, la acumula normalmente quien menos la merece. A mí me caen bien las personas que se sienten culpables, suelen ser más inocentes.
Sin discutir el protagonismo de la enfermedad (las reales y las imaginadas) en la novela, el del hospital como lugar donde ocurre (casi) todo resulta interesantísimo. Situaciones y perfiles de los que hablas son fácilmente reconocibles por todo aquel que haya estado ingresado alguna vez o haya tenido a alguien en esa situación.
El hospital tiene algo repelente y atractivo a partes iguales, es asfixiante y es liberador, es mortecino e impulsa al vitalismo a la vez. El tiempo allí discurre de una forma distinta. Es como estar en una nave en el espacio, a miles de kilómetros de la Tierra y ver desde allí la vida humana, lejana, chiquita.
Como a Virginia, a mí me parece que si te fijas bien en los detalles de lo cotidiano, ves crecer en ellos una realidad fascinante que nos desborda. Eric Satie decía que si algo te aburre, prueba a hacerlo de nuevo, si te sigue aburriendo, hazlo otra vez. Así, hasta que deje de aburrirte. En lo más pequeño, aparece de pronto el infinito.
¿Hay cierta intencionalidad, al escribirlo, en que el lector se reconozca en esa realidad del hospital?
Uno nunca sabe qué efecto causara en el lector lo que escribe, pero sí me doy cuenta de que cuanto más ensimismado está el escritor, cuanto más hondo escarba en sí mismo, más universal resulta. Tal vez porque tenemos un agujero negro dentro que nos conecta vía exprés con el universo. En ese sentido, yo creía que Dicen los síntomas era una historia muy mía y algunos lectores me han hecho saber que no, que es suya.
¿Cómo controlaste, sobre todo al principio, la catarata de reproches que Virginia va soltando sobre su padre, para que no acabara convirtiéndose en un bucle e impidiera el avance narrativo de la novela?
La rabia y el rencor son impulsores, pero también pueden convertirse en un boomerang destructor, es verdad. En la novela, creo que el coma del padre resuelve esta situación.
El silencio es quien mejor responde las preguntas, los signos de interrogación se quedan colgados en el mismo aire que respiramos, y ya la única respuesta posible está en la propia pregunta. Virginia aprende a convivir con la duda, con las muchas posibles respuestas.
Al margen de los temas que hemos mencionado (la enfermedad, el hospital, las relaciones familiares…) y otros que también están presentes en la novela, hay uno más escondido y que remite a tu condición de escritora. Es la fascinación por las palabras. Cuando hablas de la sonoridad de cada dolencia, cuando apuntas que «consternados» es palabra de telediario o cuando explicas que hígado e higo comparten la misma etimología en español, sin que estas reflexiones / observaciones desvíen la atención narrativa de lo que se nos está contando, sino todo lo contrario.
Con la coartada de que Virginia es filóloga, una mete sus propias morcillas sobre asuntos que le parecen sabrosos. Cada día me fascina más el lenguaje, me apabullan las posibilidades infinitas que produce su combinación, y también lo diferente que es este proceso en cada persona, las imágenes dispares que surgen en cada cabeza ante una misma palabra, los hay que ven letras, colores, sinestesias. Lo que daría por vivir un solo minuto en otra mente y experimentar cómo vive el lenguaje.
¿El humor es un bálsamo en la lectura como los medicamentos en la enfermedad?
El humor es un bálsamo en la lectura, en la escritura y en la vida. En la salud y en la enfermedad. Y yo lo quiero a mi lado hasta que la muerte nos separe.
El humor no surge antes de la desgracia sino después. Y no es frivolidad sino aceptación, madurez. Es la forma más amable de hacer crítica, de cuestionar prejuicios. El humor es salud.
En el libro hay varias referencias culturales (libros, películas…), pero solo hay dos que se repiten, Susan Sontag y Paco Umbral. La primera está más presente en los medios, pero con el segundo sí que ha habido cierto olvido (más allá de que ahora se estrene un documental sobre él). Tu escritura tiene algo de umbralesca. ¿Hay algo de guiño / reconocimiento / homenaje en citarle en la novela?
Ya me gustaría a mí que mi escritura fuera algo umbralesca. Soy una enferma crónica de Mortal y rosa, lo he releído un millón de veces y vuelvo a él como quien vuelve a sus canciones preferidas. La prosa de Umbral es irrepetible, alcanza niveles supersónicos, es verdad que sus tramas eran más bien flojas, que el concepto que tenía de las mujeres es deleznable y hasta ridículo hoy, pero ¿qué más da todo eso si era capaz de producir esa cantidad ingente de belleza con el lenguaje?
Cuando trazas el perfil del padre de Virginia, escribes que «convirtió la cultura en una cinta aislante con la que sellar cualquier emoción, un muro contra el que protegerse de la intemperie». Leyéndote (aquí o en tus artículos), diría que estás en las antípodas de él. ¿Qué importancia tiene para ti la cultura, pero ya no como formación intelectual, sino en tu día a día, en tu relación con los demás?
Yo creo que la ficción literaria, además de intelectualmente, nos enriquece emocionalmente, si es que podemos seguir haciendo esta burda separación entre cabeza y corazón. La literatura nos acerca al otro, hace crecer la empatía.
Por eso siempre me han producido cierta alergia, no tanto la pedantería o el alarde de erudición, como los que utilizan la cultura para situarse por encima de los demás, los que la usan como barrera. No olvidemos que la literatura es, entre otras muchas cosas, un acto de comunicación. En ese acto, mi soledad, indestructible, insoslayable, conecta con otras soledades, y lo hace de una forma hermosa.
Sigues sin juzgar a tus personajes (incluso, en esta novela hay información sobre ellos que te la guardas), nos dijiste en una ocasión que te «interesa mucho menos aleccionar moralmente o señalar culpables que comprender». ¿Qué tipo de relación mantienes con ellos?
La literatura mejor que ningún otro arte, tiene la capacidad de mostrar el interior de las personas, meterse en la cabeza de los personajes y mostrar la gran complejidad del ser humano. Por supuesto, esto no tiene nada que ver con justificar, ni siquiera con perdonar, sólo con comprender, y acaso con reconocerse en esos personajes. Como dice el extraño en mi novela, reconocer es la palabra más hermosa del diccionario, no por su sonoridad sino porque es un palíndromo, y sus letras parecen girarse y reconocerse.
Respecto a mis personajes, lo único que les pido es que vivan, que sean, es decir un imposible, teniendo en cuenta que están hechos de palabras.
Acabamos la entrevista con un clásico en nuestras charlas, ¿proyecto literario próximo?
Va de locura y lenguaje, un binomio cuyas raíces y germinaciones me intrigan. La novela no va a tardar mucho en estar lista, así que ve haciéndome un pequeño espacio por aquí para nuestra entrevista habitual.
Bárbara Blasco inaugura la nueva edición del ciclo “Literatura i Música pop…al Palau”, dirigido y coordinado por Rafa Cervera. Será este miércoles, 13 de octubre, a las 19.30h, en el Almudín, y la escritora estará acompañada por la librera Estela Sanchis. El resto de citas son: Rafa Lahuerta + Toni Sabater (20 de octubre), Alberto Torres Blandina + Almudena Ortuño (27/10), Elena Medel + Paloma Chen (17/11), Miqui Otero + Salva Torres (24/11), Anna Pacheco + Patricia Moreno Barberá (01/12) y Elisa Ferrer + Lidia Caro (23/12). El ciclo es gratuito y el aforo limitado. El público puede conseguir sus localidades mediante reserva previa en la web del Palau.