Todo empezó en Facebook. Juarma (Juan Manuel López, Deifontes, Granada, 1981) compartía allí historias breves en un grupo cerrado, una suerte de club de lectura secreto de sesenta y cinco personas, incluida su madre. La respuesta de sus lectores le animó a entrelazar tramas y personajes. Del ciberespacio saltó al papel con una tirada limitada gracias a Camping Motel, editorial montada exprofeso para ello. Dos años después, Al final siempre ganan los monstruos, que así se llamaba la novela, llegaba a las librerías de la mano de Blackie Books.
Juarma, además, es autor de un buen número de fanzines y cómics, de la autoedición a sellos como Autsaider, Ondas del Espacio o Ultrarradio. También ha publicado en El Batracio Amarillo, TMEO o El Jueves. Suyo es el poemario Poemas escritos a navajazos, escrito entre los 16 y los 21 años, pero que vio la luz en 2017.
«Al final siempre ganan los monstruos» es la historia de cinco amigos, Lolo, El Liendres, Dani, Jony y Juanillo. Y de los que les rodean. Una road movie trepidante, pero que apenas sale de un pueblo, Villa de la Fuente. Hay secretos y fantasmas, cocaína y hostias, Tinder y amor bonito, esprints que parecen durar toda una vida, mentiras como supervivencia, camellos y yonquis, y Rambo, e Ibrahimovic, y el Call of Duty, y AC/DC, y la alpargata de El Lute, padres que sufren y padres que pegan palizas. La novela rasca en la superficie, panea para detenerse en lo que no se ve o no se quiere ver, desnuda al supuesto estado del bienestar y hace zoom en las consecuencias de la falta de oportunidades. Y, aunque con aires universales en su escritura, nunca olvida el suelo que pisan sus protagonistas.
¿Podemos hablar de novela punk? No solo por el ritmo, el estilo, las tramas, sino principalmente por hacer suyo el «no future». ¿Es esa ausencia de futuro de los personajes el verdadero hilo conductor de la novela?
Llevo publicando fanzines y tebeos media vida. Del punk me marcó mucho la parte del “Hazlo tú mismo” y me gusta que esa actitud impregne todas las cosas que hago. Para mí sí es una novela punk, sobre todo por la forma en que fue escrita y el proceso por el que ha pasado el libro, desde la edición en Camping Motel a la de Blackie Books.
La ausencia de esperanza y de futuro que se refleja en el libro respondería más al contexto en el que fue escrito. Quería contar algo honesto y no podía salir de otra forma. Tenía que reflejar eso. Para mí, sí es el hilo conductor de todo lo que se narra. No está contado así por una consigna que puedas llevar en una camiseta.
La novela nace en Facebook, la publica primero una pequeña editorial granadina, Camping Motel, y dos años después sale con Blackie Books.
Ha dado unas cuantas vueltas desde que escribí un post en Facebook. Si intentas hacer esto mil veces, igual solo sale bien una vez. La fase del “Club de Lectura secreto” fue la más estimulante de todas. Me gustaba escribir desde muy joven, pero nunca me había leído nadie, así que fue una forma maravillosa de probar si lo que contaba le interesaría a alguien. El cariño y el entusiasmo de las personas que estuvieron en ese “Club de Lectura” fue fundamental en todo este proceso.
Camping Motel ni siquiera es una editorial de verdad. Edén leyó el primer Word con la historia completa y se entusiasmó mucho. Convenció a Jorge y a Enrique para que buscasen una editorial y me animasen para publicarla y no destruirla, sacarla a fotocopias o dejarla para siempre en mi disco duro, que eran mis planes. Creo que se habló con una editorial, pero no podían editarla en ese momento y a mí me hacía mucha falta sacar algo de dinero de donde fuera. Jorge no quería que la sacase por mi cuenta, porque soy un desastre para estas cosas y se le ocurrió crear una editorial, sacar el libro y apoyarme ciegamente para intentar llegar a otra con más infraestructura, que me pudiese ilusionar o cambiar las circunstancias complicadas que yo tenía en ese momento. Todos los beneficios del libro fueron para mí y les estaré siempre agradecido por hacer algo tan generoso.
Que llegase a Blackie Books y a las librerías es la parte más inexplicable de todo esto. Yo no tenía mucha fe en que alguien que no me conociera apostase por mí, pero Jorge se empeñó. Estoy muy agradecido a Blackie Books, a Rebeca, a Jan, a Raül, a Júlia… y me emociono mucho con cada cosa bonita que pasa con el libro, con cada persona que me escribe entusiasmada, porque si echo la vista atrás es imposible explicar que una novela escrita por alguien como yo haya llegado a tantas librerías.
Los personajes son prácticamente el argumento de la novela, sus vidas, pero sobre todo ellos mismos. Al ser una novela coral, ¿tenías un esquema previo de cada uno de ellos?
No había esquemas de nada. Solo tenía el guión de “Fernandito mató a Camarón” desde hace muchos años para dibujarlo como un tebeo, pero me daba mucha pereza hacerlo. Cuando escribía “Al final siempre ganan los monstruos” decidí encajarlo ahí porque era perfecto para explicar partes del pasado de los personajes. En principio eran relatos sueltos, sin conexión alguna, por eso luego salió una estructura coral.
Cada capítulo está contado por un personaje distinto, lo que implicaba emplear un tono diferente cada vez en la narración. En la lectura se intuye cierto disfrute en este cambio de registro continuo en la escritura.
Con algunos personajes lo pasé muy bien, salían solos, como Juanillo o El Liendres. Los personajes femeninos fueron más complicados, pero son así por una razón. De hecho, aunque le di muchas vueltas, no hay ningún personaje femenino enganchado de esa manera porque las circunstancias de una mujer adicta son cien mil veces más duras y complicadas y la historia hubiese ido en otra dirección distinta a la del robo de una plantación de marihuana, que es lo que articula el relato. La historia decidí contarla como cuando le cuentas algo a un amigo en un bar, con las exageraciones y mentiras, con las bravuconadas…
Nunca juzgas a los personajes y eso provoca cierta incomodidad en el lector, que empatiza con ellos y a medida que pasan las páginas empieza a tener serias dudas con sus comportamientos, pero al mismo tiempo le cuesta romper el vínculo establecido. ¿Fue a propósito ese «juego»?
Sí, no sabía qué iba a contar, pero sí tenía muy claro cómo contarlo. Sabía que no debía juzgarlos ni dar moralinas, solo dejarles hablar y mentir cada vez que abrían la boca. Me gustaba manipular a las personas que estaban en el “Club de lectura”, jugar con sus emociones, confundirles y hacerlos sentir mal por empatizar con algunos de los personajes.
El ritmo trepidante de la novela es otro de sus rasgos identificativos. Un ritmo similar al de la vida que llevan sus protagonistas, a todo lo que les pasa en poco tiempo, similar también a su enganche a la cocaína. ¿Había intención en esos paralelismos?
Sí, hubo intención en poner un ritmo altísimo para mantener el interés de quienes me estaban leyendo, aunque en principio no era hacer un paralelismo con el ritmo de consumo de los personajes. De hecho, fue solo al salir del “Club de lectura” cuando la gente empezó a hablar de un libro sobre la cocaína. En el “Club de lectura”, con gente de mi entorno, no se veía como algo tan llamativo. Los personajes y sus circunstancias debían ser creíbles y confundir un poco a quienes siguieron el proceso. Mi madre siempre dice que es una novela sobre lo que todo el mundo ve, pero de lo que nadie habla.
¿Hubo algún cambio en el ritmo respecto a la primera edición publicada?
La edición de Camping Motel era más pausada. Esta de Blackie Books es como ir en una motillo cuesta abajo y sin frenos.
Podría parecer que es una novela generacional, pero las carencias o precariedades que viven los personajes llevan muchas décadas entre nosotros. Por un lado las económicas y por otro lado las personales (hay personajes con dinero, pero atrapados en sus fantasmas igualmente). En la novela, la necesidad de escapar de ello es la coca, pero para otras generaciones antes lo fue el alcohol y ahora lo pueden ser las series o la adicción al móvil.
Quería reflejar eso. Cómo eran “hombres” sus padres y cómo han sido “hombres” ellos. Esa falta de expectativas, esa educación marcada por una masculinidad tóxica, ese resolver los problemas en los bares, ya las arrastraban los padres de los personajes y quizás también carguen con ella los hijos de estos.
La precariedad te parte en mil pedazos, te marca la vida y lleva a la gente a hacer cosas estúpidas que dejan una huella que no se puede borrar en los hijos. Los personajes no tienen en cuenta el dolor y las consecuencias que provocan en su entorno y en las personas que conviven con ellos, que sienten lástima y son manipuladas pero no pueden dejarles tirados, porque son lo único que les conecta al mundo. Los padres tenían el alcohol y los hijos, se han metido en la cocaína, que a diferencia de la heroína, es más invisible y penetra en muchas capas sociales. Y de esos vicios nadie puede salvarte, solo tú mismo puedes salir de ahí, por muchas fantasías que tengas en la cabeza. Y si te ayuda alguien, deben ser médicos, psicólogos y pastillas con receta. A la vista está el efecto del amor de los demás en los personajes del libro, por ponerte un ejemplo. Salir de situaciones de precariedad, pobreza, falta de oportunidades… es complicadísimo también. Si te fijas, los personajes que tienen una familia más estable y no pasan penurias, son los que acaban de otra forma.
No veo las series o la adicción al móvil tan perjudiciales como una droga, como la cocaína, por ejemplo. Sobre todo desde un punto de vista económico, físico o mental. Hay mucha necesidad de evadirse de una realidad espantosa, donde no tenemos oportunidades, donde nos explotan en los trabajos, donde nadie te echa cuentas.
La amistad y las drogas son dos de los ejes sobre los que bascula la novela.
Hubo un concierto de Medina Azahara en las fiestas de mi pueblo, en la Plaza Nueva. Fui a verlo con un amigo y allí nos encontramos a amigas y amigos del colegio, a los que no veía desde hace muchos años. Estuvimos todos juntos y era como si no hubiese pasado el tiempo, la amistad, el cariño, la lealtad… resistían y me pareció bonito. Le dije a mi amigo Javi: tengo que escribir algo sobre estas sensaciones que hemos sentido hoy.
No fue algo buscado lo de escribir sobre el consumo de cocaína, pero conforme se iba construyendo el relato me di cuenta de que era algo que todos los personajes tenían en común. En un entorno de consumo habitual de cocaína no hay lugar para la amistad. Los amigos se convierten en comebolsas y quitaturulos. Tenía muy claro que para contar una historia que nadie asociara a una persona real del pueblo, tenía que basar la relación entre ellos en una aparente amistad, que es muy interesada y discutible, en la nobleza, en la lealtad…
En cada entrevista, artículo o crítica de la novela aparecen diferentes referentes sobre ella (incluso en la faja del libro y en la nota de prensa de la editorial se apuntan unas cuantas). ¿Cuáles son para ti, las tuvieras presentes o no en la escritura?
Para mí, las referencias están muy claras: Knockemstiff, de Donald Ray Pollock, los tebeos de Simon Hanselmann, Mohamed Choukri… y los bodegones policiales de las noticias de sucesos de la prensa local.
No quería que hubiese referencias literarias. Quería empezar con una cita de Romeo Santos. La foto mía que sale en el libro es un selfie que me hice en una parada de autobús. La nostalgia la construyen con canciones de Iron Maiden o películas de Rambo. Quería que quienes me estaban leyendo sintiesen cercanas cada una de las referencias. Luego ya cada cual la lee a su manera y te lo comparan con esto o con lo otro. Pero mira, me parece bien. Si alguien dice que le recuerda a Harry Potter, le doy la mano.
¿Hay alguna conexión entre el Juarma que dibuja cómics y el que escribe historias?
Sí. Para mí todo está conectado y en mi cabeza todo junto tiene sentido: mis fanzines, mis tebeos, el libro de poemas que me autoedité y las cosas que he escrito y las historias que me gustaría escribir. Todo pertenece al mismo mundo y siempre meto cosas cuando escribo o cuando dibujo, para que todo se conecte. Cualquier nombre que aparezca en “Al final siempre ganan los monstruos” no está puesto ahí por azar. Todos tienen una finalidad y algo que contar.
No sé si has leído Salvemos La Jarapa, de Weldon Penderton (editorial niños gratis*), que también sucede en Granada, y aunque protagonizado por una generación distinta a los de tu libro, es un retrato de esa otra España más oculta, en este caso en torno a una taberna que está a punto de cerrar por su mal estado y la gente que pulula a su alrededor. ¿Ves algún tipo de conexión entre ambas, la posibilidad de trazar un relato subterráneo sobre Granada?
Sí, lo he leído y Weldon Penderton me parece una persona maravillosa y un escritor estupendo. La última copia de la edición de Camping Motel que me quedaba se la intercambié por libros de Niños Gratis. El día que le conozca le voy a poner la cabeza como un bombo, porque es el único escritor con el que he hablado a veces por las redes sociales. Cuando leí “Salvemos La Jarapa” podía reconocer las calles, los bares, los ambientes e incluso los personajes. Todo era muy familiar y cercano. Supongo que ambas se sitúan en el mismo entorno.
¿Qué importancia tiene reivindicar, a la hora de escribir, de donde es uno, sus raíces y las historias que surgen o pueden surgir allí?
Para mí reflejar quién soy y de dónde vengo es fundamental. A través del lenguaje, de los escenarios… Una de las cosas que más estoy disfrutando con todo esto es el cariño y entusiasmo de la gente de mi pueblo, Deifontes, al verme en tantos sitios, haciéndome el importante. Me parece la hostia que si en Deifontes hay alguien con 14 ó 15 años que escriba, con el mismo miedo con el que lo hacía yo, pueda creer que es posible llegar a una librería, sin importar de dónde vienes y sin traicionar nunca a quién eres.
¿Qué proyectos tienes entre manos?
Los de siempre. Sobrevivir, intentar ser la mejor persona posible para las personas que tengo cerca y poder seguir escribiendo y dibujando hasta el día que me muera.