«Australia, ¿qué clase de infierno es este?», se pregunta el Capitán Stanley (o lo que es lo mismo el fantástico secundario Ray Winstone) en «La propuesta» (John Hillcoat, 2005). Una frase que, seguramente alguna vez pronunciaron juntos, el cineasta y su amigo el músico Nick Cave, guionista del film. La respuesta no se hizo esperar y ambos abandonaron su país natal para suerte de sus respectivas carreras profesionales.
«La propuesta» fue la tercera película de Hillcoat (debutó en 1988 con «Ghosts … of the Civil Dead», con Cave como uno de los coguionistas) y la última que rodó en Australia. Se trataba de un irregular western crepuscular, deudor de las enseñanzas de Sergio Leone, violento, con una estupenda fotografía y una no menos brillante banda sonora (a cargo, como no, del ex-The Birthday Party), para una historia, de venganzas, que basculaba sobre el sentimiento grupal, fuera este el familiar o el de pertenencia a un pueblo.
Hillcoat nunca ha dejado de hacer westerns, aunque lo envolviera de relato post-apocalíptico en su digna adaptación de «La carretera» (2009), de Cormac McCarthy, o de aires gánsteres en su adrenalínica «Sin ley» (2012). Tampoco ha abandonado el género con «Triple 9», su última película. El título de la misma hace referencia al código interno con el que la policía estadounidense reconoce que un compañero ha sido herido. Activar esa alerta es el objetivo de un grupo de agentes corruptos, para desviar la atención lejos del lugar en el que preparan un golpe, coaccionados por la mafia rusa.
Mimbres de thriller para un film que sigue respondiendo al modelo narrativo y visual del cine del Oeste. Explicaba Hilario J. Rodríguez en un artículo publicado en la revista Dirigido Por, que «los vaqueros arrastran una narración a sus espaldas: nadie sabe quiénes son ni de dónde vienen, aunque pronto se intuyan ambas cosas y alguna cosa más». Así ocurre con todos los personajes de «Triple 9», desde el desubicado policia al que da vida Casey Affleck hasta al oficial experimentado y desgastado interpretado por Woody Harrelson, pasando por la banda de delincuentes «uniformados», especialmente el televisivo Aaron Paul. Y así pasaba con todos los protagonistas de las otras películas de Hillcoat.
Es el director australiano un experto narrador que, sin embargo, ha renunciado a un estilo propio, que como es normal sí se esbozaba en sus primeros trabajos. Sigue interesado en la violencia palpable, esa que puede incomodar al espectador, la mayoría de veces más por lo que sugiere (los testículos amputados en «Sin ley» o «los dientes arrancados» en «Triple 9») que por lo que muestra. Disfruta esporádicamente rodando escenas estupendas (Viggo Mortensen despidiéndose de verdad de su mujer en «La carretera», el entierro de un hombre negro en «Sin ley» o el inicio de «Triple 9») en las que la iluminación juega un papel decisivo, pero desiste seguir ese camino, consciente, tal vez, de que su efectividad sin distracciones es el mejor garante para dirigir algún día un blockbuster.
«Triple 9» no es «Heat», tampoco «Rampart» y mucho menos «The wire». Pero funciona como lo que es. Traspasa lo justo las líneas éticas, aquellas que buscan la perturbación que supone identificarse o sentir empatía hacia asesinos y delincuentes, algo habitual en la filmografía de Hillcoat. Como lo es naufragar con sus personajes femeninos. Tal vez Jessica Chastain (con su presencia edwardhopperiana) en «Sin ley» sea una tenue excepción. En «Triple 9», Kate Winslet es un canto al exceso como matriarca rusa y Gal Gadon y Michelle Ang, a pesar del peso que podían tener sus papeles, apenas se limitan a dar réplicas. El guión es otra historia. Una en la que lamentar que Hillcoat no llamara a Nick Cave.