Pepa Ruiz en un ensayo de «Soledad» (Titoyaya Dansa). Foto: Ernest Zurriaga.

«Carencia voluntaria o involuntaria de compañía», así define la RAE la palabra «soledad». Soledad es el título, también, del último montaje de Titoyaya Dansa, que se estrena esté sábado, 17 de abril, en el Teatre Rialto, dentro de la programación de Dansa València, y que podrá verse, además, en el mismo espacio escénico del 22 al 25 de este mes.

«Soledad» es el segundo espectáculo de danza inclusiva de la compañía valenciana, que ha contado, en este caso, con la colaboración de entidades como Hogares Compartidos, Fundación Diagrama, Fundación Amigó y Fundación María Auxiliadora. «La propuesta, de carácter multidisciplinar, intergeneracional y multicultural, está protagonizada, junto a los bailarines de la compañía, por personas mayores y jóvenes extranjeros tutelados y ex tutelados y se centra en la soledad no elegida, poniendo especial atención en la tercera edad y en la juventud».

Gustavo Ramírez Sansano y Viviana Escalé firman la dirección y coreografía, a partir de los textos y dramaturgia textual de Xavier Puchades. Con ellos tres, y con Verónica García Moscardó, una de las intérpretes y productora ejecutiva de la obra, nos acercamos a las entrañas del montaje. Aprovechando un descanso en los ensayos, y haciendo un simil teatral, hemos dividido el proceso creativo de «Soledad» en tres actos cediendo la palabra en cada uno de ellos a sus protagonistas. Esto es lo que nos han contado:

Diana Huertas y Mamen Benlloch en un ensayo de «Soledad» (Titoyaya Dansa). Foto: Ernest Zurriaga.

Punto de partida

Verónica García Moscardó: Todos los temas de nuestros espectáculos surgen de algo que nos toca de cerca, algo que nos inquieta o que alguno de nosotros ha vivido personalmente. En este caso, somos especialmente sensibles a la soledad de las personas mayores, sobre todo de aquellas que llegan a la última etapa de sus vidas y se encuentran en medio de una situación de soledad impuesta que les resulta muy difícil de gestionar. Este fue el punto de partida. En el fondo, había otra pregunta más o menos oculta: cuando lleguemos a una cierta edad, ¿podremos gestionar la posible soledad que nos acompañará?

Este proyecto comenzó a gestarse a finales de 2019. Entonces, llegó la pandemia y la soledad ya no fue algo que afectara únicamente a un grupo social específico. Todos nos vimos confinados y, en muchos casos, solos. La soledad no elegida nos afectó a todos. Por ello, pensamos que debíamos contrastar soledades, trabajarlo de manera intergeneracional y de ahí surgió la participación de jóvenes en proceso de emancipación. El elenco final se completó con un menor extranjero no acompañado. La soledad experimentada por estos jóvenes – Yacouba, Djibril, Mouslem, Glenda, Ousmane o Wahidullah – era también muy profunda por haber vivido un proceso migratorio siendo aún niños y sin familiares a su lado. De alguna manera, la presencia de estos jóvenes, conectaba Soledad con nuestro anterior proyecto de danza participativa, Bandejats, una propuesta centrada en la migración. Era como el encuentro de aquella pieza de danza con una nueva, conformada por gente más mayor: Pepa, Mamen, Jorge, Isidro, José, Ana… Era como si una obra acogiera a la anterior.

Por tanto, teníamos dos experiencias de soledad extremas en los participantes, situadas en generaciones y procedencias muy distantes, y las diferentes soledades más comunes o cotidianas vividas por el resto del equipo profesional. Estas fueron las semillas que plantamos al comienzo del proceso.

Xavier Puchades y Viviana Escalé. Foto: Ernest Zurriaga.

Parte del proceso

Xavier Puchades: En este tipo de trabajos, que implican la participación de personas no profesionales, creo que hay que comenzar siempre por conocer, de manera directa o indirecta, qué quieren expresar y cómo necesitan o prefieren hacerlo. Como decía Verónica, además, había que facilitar el encuentro entre dos grupos sociales vulnerables que, de otra manera, probablemente, no habrían compartido un mismo espacio nunca. Los primeros días, Viviana Escalé desarrolló toda una serie de propuestas de danza que favorecieron progresivamente ese encuentro a través de la empatía y la confianza. Paralelamente, fuimos conociendo la visión sobre la soledad que tenía cada uno de ellos, tanto unos como otros habían vivido experiencias intensas de soledad, escogidas o no. Estos testimonios y la del resto de profesionales han evidenciado la máxima de que hay tantas soledades como personas y, a pesar de ello, todos estaban de acuerdo en transmitir un mensaje positivo de la soledad: como un momento posible de aprendizaje y crecimiento personal, como una experiencia que no puede vencer a nadie y aprovechar para hurtarle las ganas de vivir. En resumen, todos quisimos convertir la soledad en una amistad inevitable a la que saludar todos los días sin rencores ni temores.

Una vez acordamos un objetivo común, el siguiente paso fue encontrar la manera de estructurar lo que queríamos transmitir: la dramaturgia. Por mi parte, y por las prisas que impone la COVID, propuse un intercambio urgente de cartas entre los dos grupos antes de conocerse en los ensayos. Me generaba mucha curiosidad saber qué podía contar un chico de 17 años, que había llegado a España desde Mali, a una peluquera de 80 y tantos, que había trabajado con los pelos de gente como Núria Espert. Todo indicaba que la clave iba a estar en la manera en que cada uno de ellos compartiera con el resto su experiencia con la soledad. Entonces surgió la idea de un programa radiofónico sobre la soledad, aprovechando que Jorge, uno de los mayores, tenía experiencia como locutor. Finalmente, este programa es el que ha estructurado la obra. Hemos buscado una serie de estrategias fantásticas o inesperadas para que no sea un programa al uso. La compañía que siempre ha proporcionado a los más solitarios un medio como la radio se resuelve aquí como una compañía real, física, de abrazo deseado, capaz de traspasar las ondas hertzianas para hacerse carne y derribar paredes.

Toda esta dramaturgia ha ido conformándose a partir de las aportaciones de los participantes y del continuo diálogo entre coreografía, dirección y texto. Personalmente, me he encargado del material textual que ha nacido siempre de las necesidades de dirección y de los testimonios de los participantes. La presentación del programa de radio es completamente inventada, pero anuncia el qué y el cómo queremos contar de la soledad. El tratamiento de los testimonios ha sido diverso, como lo son los mismos testimonios. Hay casos que no he tocado una coma y se escucharán tal y como fueron escritos por el participante; hay otros, en los que he llevado a cabo una tarea de síntesis para transmitir lo esencial aportando un cierto ritmo y musicalidad. Cada vez que colaboro en una pieza de danza, me resisto más y más a que haya una presencia excesiva del texto. La palabra debe ser testimonial, son los cuerpos los que hablan. Por ello, en esta obra, hay testimonios que se convierten en la letra de un tango o de un bolero, en un emocionante solo de danza, homenaje a un padre, o en otro solo entre las agitadas olas nocturnas del Estrecho.

Gustavo Ramírez Sansano y Yacouba Gassama en un ensayo de «Soledad» (Titoyaya Dansa). Foto: Ernest Zurriaga.

Obra

Gustavo Ramírez Sansano: Al comienzo, estábamos expectantes por conocer quiénes serían las personas invitadas, pues son claves para poder componer la pieza, de hecho, son la pieza. A pesar de la COVID, que nos obligó a retrasar el inicio de los ensayos, en las semanas que hemos compartido, hemos llegado de una forma muy grata mucho más lejos de lo que esperábamos. La obra recoge esas sorpresas que aportan los intérpretes que no vienen del mundo de la danza, el descubrimiento de sus habilidades, destrezas y fisicidades. Con solo una formación técnica, rápida y aplicada a las necesidades de la obra, los más jóvenes, por ejemplo, han mostrado un verdadero talento. Quizás, la obra les sirva como estímulo para pensar un futuro profesional relacionado con la danza. ¿Quién sabe? Sería un pequeño éxito, pues esta obra es también una reivindicación de la diversidad generacional y cultural en escena.

Viviana Escalé: Enlazando con lo que dice Gustavo, la obra es resultado de un método de trabajo colaborativo entre todos los participantes, ellos son intérpretes y co-creadores. Es un compendio de historias, mezcla de realidad y ficción. Ante algunas de ellas, más reconocibles, el espectador sentirá una inmediata identificación, ante otras, más concretas y particulares, sentirá una inevitable emoción y empatía. La obra transmite el proceso de haber compartido una serie de experiencias sensibles e íntimas desde una completa confianza, la creación de una pequeña comunidad que habita entre lo artístico y lo social.

Gustavo: Para el diseño del espacio hemos contado, de nuevo, con Luis Crespo. Este espacio ha ayudado mucho a la estructuración y desarrollo de las acciones. Abrimos las paredes para mostrar diversas intimidades, siempre desde el respeto, con la intención de que esos espacios privados se abran aún más y se compartan para volverlos comunes y favorezcan el encuentro. En la obra hay una visión de la soledad como experiencia individual y enriquecedora que resulta necesaria para, después, crear comunidad al compartirla con el resto.

Viviana: Y es una obra también interdisciplinar en un sentido muy especial, pues los participantes podían escoger si querían estar en escena o si preferían participar en la creación escenográfica o audiovisual. Hay participantes que no aparecen en escena de forma presencial, pero que sí que aportan su compromiso con el proyecto por medio de fotografías, por ejemplo. De hecho, la obra se ramifica fuera del escenario y toma la forma de una exposición fotográfica, fruto del seguimiento que han hecho del proceso algunos participantes.

Gustavo: Es nuestro equipo más internacional e intercultural, tenemos participantes de continentes, países y ciudades diferentes. Es como si para hablar de la soledad, hubiese llegado gente de todos los lugares del planeta.

Viviana: De alguna manera, esta obra demuestra que la soledad está extendida por todo el mundo, afectando a todas las generaciones. Es como una pandemia que no queremos ver, cuya vacuna somos nosotros mismos.

Gustavo: La clave es cómo gestionamos la soledad cada cual para compartirla después con los demás y así poder hacernos inmunes a ella entre todos.

 

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