A Paco Cerdà (Genovés, València, 1985) le basta su inteligencia, no necesita la artificial, para reconstruir en el libro 14 de abril (Libros del Asteroide, que acaba de llegar a su quinta edición), con minuciosidad y aliento periodístico, la vida de algunas personas el día que se proclamó la Segunda República en España, como si hubiera estado allí. Llamadlo reportaje, crónica (incluso de viaje), literatura o como queráis. Lo importante es hacia dónde mira, a quién da voz y cómo escribe. Principios básicos que nunca debería olvidar el (buen) periodismo.
Igual que Buñuel en su día giró la cámara hacia los olvidados, Cerdà camina por los arcenes (suyo es el acierto de esta palabra) de la Historia recopilando historias (esta vez en minúscula) que apenas suscitaron tres, cuatro líneas de interés en los diarios de la época. Y allí establece su campamento base y con mimo, precisión y respeto va excavando hasta encontrar lo que busca.
14 de abril, que ganó el Premio de No Ficción Libros del Asteroide (con un jurado compuesto por Leila Guerriero, Jordi Amat, Daniel Gascón, Daniel Capó y Luis Solano), es un libro político en el mejor sentido de la palabra. Por su compromiso, por su posición, por los perfiles que traza, por el ejercicio que hace de memoria, por su defensa del periodismo en unos malos tiempos para la lírica. Como antes lo hizo en Los últimos (2017) y El peón (2020).
Dice Leila Guerriero en el libro En el fondo la forma, hablando de su obsesión por los datos, que “Una de las cosas que más me gustan del reporteo es esa investigación, esa cosa de sabueso detectivesco. Ese dato con el que te empeñás a fondo. Incluso la crónica entera podría sobrevivir sin ese dato. Pero cuando das con eso…”. ¿Te sientes identificado?
Sí, en parte porque lo fácil no motiva. Lo fácil es lo obvio. Y lo obvio no constituye ningún reto. Creo que, para lo bueno y para lo malo, concibo el acto de escribir como un reto, casi deportivo si me apuras. Es el hecho de intentar fijar un listón, cada uno el que tiene, no vamos aquí a presentar algo que no es, no se trata de emular a Shakespeare, pero sí de poner un listón vertical y ver si eres capaz de y ese si eres capaz de, en muchas ocasiones, en mis libros está ligado a si eres capaz de reconstruir una historia. No hay un dato como número, sino un hecho. Un algo oculto u olvidado completamente y que tú te empeñas en exhumar. Y es cierto que muchas veces, sin ese dato, la historia podría funcionar, pero en tu cabeza ya no funciona igual. Y entonces si todo parte de un reto, si lo complejo o lo difícil es lo que motiva, hasta que no lo encuentras, y te pueden dar las 3 de la mañana, o ser un domingo por la tarde…hasta que no lo encuentras no se entiende el proceso de escritura, en mi caso, tanto de El peón como de 14 de abril. Ese intento de componer muchas teselas para conformar un gran mosaico de historias olvidadas que expliquen de otra forma, y ese sería otro de los componentes de los motores de estos libros, no ya la historia sino una idea que tú tienes en la mente. El peón no existía, 14 de abril no existía como tal fuera, dentro sí. Pero para poder salir a flote esas ideas necesitas muchos asideros. Y esos son los dados de los que creo que habla Leila. Los hechos, los pequeños microacontecimientos que cuando los encuentras son macroacontecimientos para ti.
Y en esa obsesión por el dato, por contar, que en 14 de abril está muy presente (por poner un ejemplo, en el capítulo protagonizado por la selección italiana de fútbol, llegas a indicar la marca de tinta que utiliza el Ministro de Asuntos Exteriores del país alpino) ¿dónde estableces el límite? ¿Hay límite?
Buena pregunta porque debe haberlo. Y hay momentos en los que te da miedo no saber poner ese límite, porque todo tiene que estar al servicio, no del lector, sino de la intención del autor. Me parece, no sé si decir snob o naif incluso, esa imagen de que el libro no se completa hasta que un lector lo lee y saca su interpretación y sus conclusiones, esa comunión entre autor, obra y receptor. Yo no funciono así. Yo escribo para mí, pensando en qué quiero transmitir al lector, pero escribo para mí. Todo está subordinado a esa idea, que la frase me guste a mí, que la puntuación elegida en ese párrafo me guste, que ese intento de perseguir la musicalidad, incluso de contar sílabas, me guste a mí… y, seguramente, nadie lo va a percibir. O al menos no aparentemente, quizá como fondo o como paisaje sonoro de la lectura, pero nadie pensara cuantas sílabas tenían esas dos últimas frases. Pero yo sí, porque eso es lo que me alimenta el sentarme a escribir. Ese lo difícil, ese lo complejo y esa búsqueda de lo más perfecto posible en tu intención inicial. Todo esto rebajado siempre desde la humildad, pero aspirando a ello. Entonces, el límite es saber cuándo demasiada broza te está cegando otros caminos. Hay momentos en los que tienes que replegar velas y buscar otros senderos, porque siempre los hay y pueden ser incluso mejores. Eso te lo enseña el proceso de escritura de estos libros, el saber que puedes tener una gran estructura inicial e incluso una hoja Excel en la que lo planifiques casi todo, pero que después hay otras historias que no pensabas y que no tenías ni idea, que se abren, que mejoran las anteriores.
¿Cómo, cuándo, por qué surge la idea del libro?
En los tres libros ha sido bastante azaroso el click inicial. En Los últimos fue leyendo un ejemplar de El País del domingo en el que vi la España terminal. Me llamó la atención. Vi que había una expresión que desconocía, Laponia española, la Serranía Celtibérica, y descubrí que ocupaba una mancha de la Comunidad Valenciana. Eso me llevó a querer hacer un reportaje de domingo para el Levante, periódico en el que trabajaba, y a partir de ahí, imaginar convertir eso en una historia, en un libro de no ficción sobre esa despoblación y ponerle rostro humano. En el segundo caso, El peón, fue todavía más azaroso. Un viaje en tren en el AVE en el que pusieron un documental de Informe Robinson sobre Arturito Pomar, a quien yo desconocía por completo, y me hizo imaginar el embrión de lo que sería después el libro. Juntar las historias de Pomar y Fischer, que disputaron una partida en el 62, y a partir de ahí se encendió otro click, el de reconstruir otras historias de peones en aquel mismo año. Era otra vez ponerme marcos, que ha sido un poco la dinámica de la escritura de estos libros. A veces podría parecer algo cartesiano, seguramente, pero después está la libertad que esa jaula permite. Es difícil renunciar a ella. Es casi como un mono lo que ha generado en mí el imponerme marcos férreos. En Los últimos fueron esas diez provincias en las que me movía, en El peón fue ese año natural de 1962 y esos dos tableros que eran la España de Franco y de Pomar y la América de Kennedy y Fischer.
Y en este caso, en 14 de abril, buscaba o pensaba en un tercer tema para un tercer libro, también desde la no ficción. No te oculto que con ciertas presión de no querer cagarla, de escoger bien el tema, porque habían funcionado bien los dos libros anteriores, había mucho trabajo hasta ahora como para dilapidarlo. No quería precipitarme en la elección del tema. Pasaron algunos meses de dudas y de búsqueda de temas y un día, mientras esperaba mi pedido en una pizzería de Xàtiva, saqué el móvil para matar el tiempo, y pensé no, no quiero, ya está bien de estar mirando siempre la pantalla. Y me puse a pensar y se cruzó en mi mente el libro 14 de julio, de Vuillard, que hacía poco que había caído en mis manos. Me pregunté si yo tuviera que hacer un día de la historia de España ¿qué día elegiría?. Y no sé por qué razones pero enseguida pensé en el 14 de abril. No tenía prácticamente ni idea de lo que pasó ese día, pero es una época que me gusta mucho, la República, la esperanza inicial. Volví a casa y nada más acabar de comer la pizza, cogí la tableta y empecé a ver si había algo similar, si se había hecho algo parecido para no ilusionarme en vano más todavía. Y con los mimbres con los que yo quería trabajar no había nada similar, de toda España, de voces más minúsculas. Me pareció que era una gran oportunidad y que teníamos la distancia perfecta para abordar un caso así. Y ahí empezó todo.
¿Y cómo te planificaste?
Lo planifiqué de la siguiente forma. Renuncié a tener una visión de conjunto en un primer momento y quise revivir a través de los periódicos de ese día lo que pasó. Conseguí todos los diarios de España del 15 de abril de 1931. Los repartí por el comedor de mi casa, los enclipé y ese era el menú que me esperaba cada fin de semana cuando regresaba a Xátiva. Estuve mucho tiempo para leerme todos los periódicos. El Telegrama del Rif de Melilla, La Voz de Aragón, El Heraldo de Castellón…, con un rotulador rojo en el margen iba subrayando aquello que me parecía interesante o curioso. También los anuncios, miraba el periódico como un todo. Y fue leyendo esos periódicos durante varias semanas, meses incluso, cuando me saltaron algo que yo no esperaba ver, muertos, tres o cuatro líneas les dedicaban, no más. Un telegrafista muerto en Madrid en una carga y lo marqué, una pescadera de Moaña muerta y lo marqué …y así me asaltaron distintos muertos. Me pareció novedosa la mirada de tensión que ese día reinaba en España. Aparte de lo que ya sabemos, aparte de la alegría, de la esperanza, de la ilusión, de las marsellesas, de las internacionales, de la gente en la calle, de las plazas llenas, de los sombreros al aire, de la gente joven enseñando dientes en tantas fotografías y enseñando su cara más alegre, aparecía la tensión en las cárceles, aparecía la violencia callejera en varios puntos de España, las cargas de la Guardia Civil, los asaltos a un partido de extrema derecha de la época para vengarse, la violencia simbólica. Hice un vaciado de prensa y me pareció que esas muertes de alguna forma podían articular mi relato del 14 de abril, dar otra mirada al 14 de abril que hasta ahora yo creo que no es que hubiera estado un segundo plano, básicamente es que era inexistente, por lo menos para el conocimiento en general. No se asociaba al 14 de abril a muertes, ni a violencia, ni a tensión ni a ese clima de espera tensa que preludió a la proclamación de la República.
Cuando ya tuve eso es cuando empiezan los juegos de las madejas, de la prensa has de pasar a algo más, a drogas más duras. Y es cuando llegan las memorias, los dietarios de los personajes que vas a abordar, las biografías, las autobiografías, las tesis doctorales, los trabajos fin de máster, las cartas, muchísimas imágenes. Necesito ver lo que no he podido presenciar, aunque eso no figure en algunos casos concretos, pero sí que me ayuda para poder retratar ese paisaje de aquel día. Cómo iban vestidos, qué llevaban en la cabeza… Y entonces es cuando empieza esa parte más costosa de la no ficción, que es una forma de escritura que para no pagar la novelodependencia que hay en este país, ese género que se lo traga todo, te obliga a trabajar cada línea en busca de pequeños datos, pequeños detalles que alimenten narrativamente, aunque eso no quiere decir ficticiamente, un relato, y armar como una novela de no ficción aquella jornada y así intentar llegar a más gente y emular eso que he admirado toda la vida. La crónica, el reportaje, llámalo como quieras, pero es lo que hacían Chaves Nogales, Guy Talese o Joseph Mitchell o tantos otros, en todas las épocas. Cómo se convierte lo real en literatura o en periodismo narrativo de calidad, sin necesidad de inventar o de poner un abrigo verde donde no lo había.
Una vez tuviste esa documentación, ¿cómo abordas la escritura?
Con una mirada, con un Excel y con una intención. El Excel agrupa todas las historias que voy compilando sobre el 14 de abril. Simplemente iba apuntando localización y breve descripción. Sé que ahí tengo una historia, un fragmento, porque tenía claro que quería estructurar el libro de manera fragmentaria. Me gusta y creo que además dialogaba muy bien con la esencia de ese día, que fue como un mosaico de teselas pequeñas en distintos puntos del país y la fragmentariedad me permitía moverme geográficamente.
La mirada era, como Edward Palmer Thompson diría, desde abajo. Desde esa microhistoria que nuestro amigo en común, el editor Alberto Haller venera en Carlo Ginzburg y, que en este caso, me permitía reconstruir las vidas de esos olvidados habituales, el telegrafista, el que hace el bando de la República en Barcelona, el ayuda de Cámara del Rey, los olvidados habituales.
Y la intención era que palpitara en el relato que el 14 de abril no fue un gran pasacalle y que hubo gente que pagó con su vida esa llegada de la República.
¿Escribiste acabando cada fragmento antes de empezar otro?
Sí, la forma de escribir fue de uno en uno. Intentaba abordar un caso, reunir la máxima información posible y cuando ya la tenía, escribir, cerrarlo y ya está. Pero no necesariamente escribirlo por orden cronológico. Sí que el primero lo escribí el primero y el último lo escribí el último, porque me parece que es la forma en la que el diapasón te da el tono al inicio y si aciertas, continúa. Y si no, recompones. En el caso del primero recuerdo que fue un sábado por la tarde cuando lo escribí. Me gustaba el tono, esa segunda persona, esa intimidad con Emilio, la persona muerta en aquella jornada.
Sabía que el libro iba a tener un orden cronológico, pero no me convencía ni poner horarios ni simplemente que fuera un río sin estructura. Combinando datos y buscando, supe que ese 14 de abril era la la segunda semana de Pascua y se rezaba el libro del Apocalipsis ese domingo, y hubo una conexión entre el oficio de difuntos, los muertos, el libro del Apocalipsis, las horas canónicas, el peso que la Iglesia iba a tener en España… Y es por esa razón, aunque no lo explicite ni siquiera al final, cuando hablo de las fuentes utilizadas, porque quería dejar algo de margen al lector, de que pensara por qué había organizado el libro con las horas canónicas, litúrgicas. Es por tres motivos. Uno, porque quería que fuera el paisaje sonoro del libro, que la Iglesia estuviera presente, tan presente como iba a estar en todos los años de la República. Dos, porque me vinculaba con el oficio de difuntos y se estaban muriendo ese día todos estos pequeños ciudadanos, pero también estaba muriendo la monarquía y se estaba muriendo una forma de España. Y tres, porque el apocalipsis iba a impregnar aquella jornada. ¿Qué es si no es el apocalipsis el final de la dinastía borbónica en España? ¿Qué es si no el apocalipsis para cada uno de esos muertos ese día? No hay mayor apocalipsis que el de tu muerte. Entonces quería que todo eso estuviera flotando en la misma estructura. Para mí, la estructura básica de cualquier libro es lo que más me preocupa. Incluso en artículos así más livianos y acotados, me preocupa mucho la estructura. Me gusta mucho la forma, la forma me parece, como lector, básica en cualquier libro. Y me gustaba también el aroma literario que me daba las horas canónicas.
Una vez escrito el libro, ¿tuviste la necesidad de ampliar información sobre alguna de las historias? ¿Has tenido feedback con algún familiar de los protagonistas?
Luis Solano, el editor de Libros del Asteroide recibió un audio de whatsapp de María Bohigas Sales, nieta de Joan Sales y editora de Club Editor, en el que le decía que había sido una sorpresa muy emocionante leer el libro, le daba las gracias, porque en él se cuenta, con detalles que ella desconocía, la historia de su abuela, Núria Folch i Pi, aquella joven de Barcelona de 14 años que se une a la guardia republicana y va con un arma. Cuando ves que familiares de esas personas desconocían en un grado de detalle la historia de su familiar, es cuando te haces una pregunta. ¿Estoy bien de la cabeza? ¿Era necesario hurgar tanto para reconstruir esos detalles?
Por otro lado, el empacho de información es tan grande que nunca he leído un libro mío en papel. Nunca. Me da un poco de pena, pero es que acabo tan hastiado de la historia, de tantas revisiones, que necesito poner distancia e ilusionarme con otras historias, en parte también por salud mental.
No es un libro de Historia, pero sí que nos cuentas historias que nos hacen entender mejor de alguna manera la Historia. Y así esos personajes olvidados («Cándida: tú eres la una que la Historia olvida», parafraseas a Wislawa Szymborska al hablar de una pescadera que muere por los disparos de un guardia civil,) acaban siendo los protagonistas.
Eso de encontrar una voz quizá es una forma muy seductora de presentar el acto de la escritura. Pero sí que es cierto que encontrar una misión periodística, al menos, creo que es importante. Y la tuve siempre clara en los reportajes que he escrito, muchos en el diario Levante y también en otros medios. El fijarme en esos carriles secundarios, en esos márgenes que no son el titular de portada del ejemplar, pero sí a veces la foto de portada, porque es una historia humana curiosa. A mí es lo que más me interesa como lector, se me va la mirada en esas historias. Y en este caso es una continuación natural de El peón, el buscar esa una o ese uno a la que la historia olvida, también el periodismo la olvida, y la realidad. Todos olvidamos. Incluso yo después de publicar este libro la olvidaré y pondré distancia. Aquí no se trata de erigirse en el padre nuestro de los desalmados o de los olvidados. No se trata de ello, pero sí de ese más difícil todavía del que hablábamos al inicio, que es lo que me motiva. Saber qué quizás en ellos no se van a fijar otros y que seguramente no te van a pisar el tema porque es un tema muy olvidado, muy secundario, muy trabajoso de realizar.
Creo que en este caso también está muy acorde con el espíritu de la propia República. La proclamación de la República no se entiende únicamente con los dirigentes republicanos tomando por asalto el Ministerio de la Gobernación en la tarde del 14 de abril, sino que se entiende con esas plazas llenas de gente, con esos concejales que rompían con la política del momento, concejales de clase popular muchos de ellos que habían sido elegidos dos días antes en las elecciones municipales y que explican la llegada a República. Quiero decir que, sin esos microactores la gran ópera de la proclamación de la República, esa gran tragedia shakesperiana del 14 de abril, no hubiera podido tener lugar. Esa frase de Wislawa Szymborska articula todo, esa mirada de la que hablábamos al principio, que es la mirada que intento proyectar en el 14 de abril.
Hay un momento en el que esa historia de las historias, la historia en minúscula y la Historia confluyen en el libro. En el capítulo del colegio La Salle hay un fragmento en el que los alumnos están en clase sin profesores y elucubras con lo que uno de ellos, Josep Cusidó, le cuenta al resto sobre la República. Se lee «Qué dirá Cusidó (…) Cómo saberlo. No hay ningún adulto para tomar nota. Momentos que se pierden, Historia que se escapa». Y esa historia en minúscula se convierte en mayúscula por unos instantes.
Por eso, de alguna forma es inexacto decir que esas personas no dejan rastro en la Historia. Si no hubieran dejado rastro, yo sería incapaz de poderlas reconstruir, es mínimo, pero hay algo de rastro. Pero esa intrahistoria unamuniano, esa intrahistoria que es gaseosa porque se olvida, porque desaparece, es la que realmente constituye la vida, el día a día. Hablabas de esa doble historia en mayúscula y en minúscula y hay veces que también confluyen en grandes personajes. Porque no renuncio a incluir en el libro a grandes personajes, pero intento proyectar una mirada más focalizada en la tramoya o en lo que no se conoce de ellos como la cojera del Conde de Romanones y cómo eso hubiera podido afectar a su carácter o el hijo pequeño que perdieron Alcalá Zamora y su esposa, y cómo esa pena se le quedó grabada o en su acento a la hora de hablar. Toda historia, incluso la mayúscula, tiene una parte más íntima, menos aparente. Pero todos sabemos que no es así, que cuando a uno se le muere una hija o cuando uno es cojo, eso no son detalles menores de su biografía. Quizás en las fichas canónicas que se rellenan o en un estudio histórico puede que sí, pero eso es hacer trampas. Creo que la palabra es humanizar. Humanizar la Historia con las historias olvidadas y humanizar la Historia conocida con detalles menos aparentes o de conocimiento común.
Esa avalancha de información que manejaste no solo te permitió recrear lo que ocurrió, sino también ciertas licencias, digamos, más literarios, como por ejemplo el símil que estableces entre Lerroux y un castor.
Eso me ha recordado que en El peón había un personaje que lo aparejaba al hurón. Me gusta mucho la metáfora. Creo que es la figura retórica que demuestra ese ir más lejos al que está obligada cualquier tipo de escritura, ya sea periodística, literaria o cual sea, porque presupone un pensamiento abstracto, una relación de ideas, muchas veces ironía, otras no, y sobre todo, despegarse de la realidad más inmediata con esas conexiones. En el caso de este libro fragmentario, al tener 49 fragmentos, es evidente que hay 49 arranques y 49 finales. Más uno gordo al inicio y otro al final. Y se han de cuidar. Son 100 momentos climáticos de escritura. Nunca se pueden dejar al azar el principio y el final. Y utilizar figuras retóricas o esas metáforas como la del castor, como la del hurón o como cuando sale Margarita Xirgu a escena son necesarias para que el lector se lave la cara en cada inicio de fragmento y empiece su lectura limpio, creo que es importante cuidarlo.
Es un libro en el que lo periodístico está muy presente a lo largo de sus páginas e historias. Lo que relatas es como si un reportero lo hubiera cubierto a pie de calle, lo que se cuenta se refleja como si se leyera al día siguiente en un diario porque la información no va más allá de aquel día en el tiempo, tú mismo has dicho al principio que la base sobre la que comenzaste la documentación fueron los diarios, en varios de los fragmentos hay cierto protagonismo de periodistas y cabeceras…¿Cuánto hay de ejercicio periodístico en la elaboración del libro?
Es que yo no he querido ser otra cosa en la vida que periodista. Para mí es el summum y no hay techo a la escritura periodística. No hay que renunciar a la etiqueta de reportero, cronista, periodista… para intentar buscar o aspirar a una escritura supuestamente elaborada, bella, delicada. No he visto nunca contradicción. Hay demasiados maestros que lo han puesto de relieve. Seguramente es un periodismo tan largo que es imposible que quepa en la maqueta de un periódico o de una revista. Pero creo que faltaría a la verdad si nos quedamos en que es únicamente un ejercicio periodístico el libro.
Creo que el libro bebe de tres fuentes. Una es la información para la cual es necesario todo el aparataje documental del que hemos estado hablando. Otra es la reflexión. Es decir, reflexiones que yo introduzco como la de Wislawa Szymborska a la que antes hacíamos referencia o sobre el valor de las banderas, o del ¡Viva la República! ya la tienes y qué, ahora que ya estás muerto. Y, por último, la emoción. ¿Esa emoción está reñida con el periodismo? No, en ningún caso. Lees las crónicas de Luis de Vega en Ucrania, en El País, no hace mucho y hay emoción. Lees el viaje de Martín Caparrós a Tailandia para ver como ricachones violaban y prostituían a niños pequeños y ahí hay emoción. Es decir, que esa combinación de información, reflexión y emoción es lo que para mí construye el artefacto de la crónica literaria, que es un híbrido porque no cansa, tiene autonomía, no contamina ni a la imaginación, ni a esa vocación que todos tenemos de aprender cuando leemos algo, maridan muy bien entre ellas. Y es el género, entre comillas, en el que mejor me encuentro.
En 14 de abril, como ya decías al principio, tiene mucha presencia la muerte a pesar de ser en un entorno de celebración. Eso sí, como indicas que recoge El Heraldo de Madrid, «la muerte siempre de los mismos».
Ese buscar el otro lado, es buscar el contrapunto o el margen, es buscar en un día que fue el 97% de alegría, de ilusión, de esperanza, de francachela, de fiesta colectiva, de rave improvisada y de entrada gratuita, es fijarte no solo en ello, sino también en ese porcentaje ínfimo que también está muy presente y que, siempre, en la recreación del 14 de abril en un noticiario o en un reportaje de periódico ocupa el pequeño tiempo que ocupa. Siempre nos fijamos en la bandera de Eibar, en el spin off de Cataluña con la República Catalana o en Madrid con los republicanos tomando la Puerta del Sol y los dirigentes asaltando el Ministerio de Gobernación. Pero todo lo demás siempre quedaba fuera. Entonces, es mi tendencia al arcén la que me hace fijarme en eso otro.
A lo largo de todo el libro hay una historia que sí tiene continuidad, es la marcha del Rey Alfonso XIII. ¿Por qué quisiste que fuera así?
Quería confrontar el Rey con el pueblo y pensaba que el 14 de abril había sido como las fotografías que tienen un negativo y un positivo. El positivo era la proclamación de la República. El negativo era el destronamiento de Alfonso XXIII. Y de alguna forma ver a un hombre nacido rey por la gracia de Dios, nacido ya rey porque su padre acababa de morir durante el embarazo de su esposa, verlo con la humillación de no poder hacer lo que los campesinos a los que invitaba a fumar aquella madrugada hacían, que era quedarse en su propio país, y tener que abandonar su tierra. Creo que infundía al relato de ese componente trágico que tuvo aquella jornada para el Rey. Contarlo todo en un fragmento hubiera sido injusto con la importancia que tuvo en aquel día. Además, también permitía ir viendo como en un auca los distintos estados, incluso emocionales, a los que en tan pocas horas se vio enfrentado el monarca. De las dudas a la firmeza a la hora de decidir escapar, pasando por el miedo cuando emprende la huida nocturna por España o la incertidumbre sobre qué pasará con su familia, con él, con el trono.
Hay una lectura del libro que va más allá de lo que cuentas porque los lectores sí tenemos información sobre lo que acabó ocurriendo con la República, con Franco… ¿Eras consciente cuando escribías de ello?
Claro. Quería despojar el 14 de abril de las toneladas de prejuicios, estereotipos, tópicos, pero también de información, de conocimiento, de experiencia, incluso familiar, que todos llevamos adherida. Quería despojarlo y la manera de hacerlo era no saltar adelante. No cruzar la franja del 15 de abril, porque entonces empieza otro mundo, otro mundo que irá desmoronándose a su tiempo o que irán tumbándolo de manera interesada. Pero la única forma de concentrarnos en qué ocurrió ese día era cortar por lo limpio, era también una forma de proteger la higiene mental, es decir, no desplegar más hilos y más cables todavía, porque lo hacían inabarcable. Y ese era el reto. El reto era un día, un solo día de la historia de España. Creo que con ese tajo tan estricto ha permitido identificar algunas tendencias que van a atravesar esos años 30, tendencias de violencia, de tensión, de enfrentamiento, de encono, de esperanza y de ilusión, a veces maltrechas. Y también con la técnica de microscopio y fijarse en detalles tan concretos, poder explicitar que es falso que hubiera dos Españas. Nunca las ha habido. No las hay y nunca las habrá. Hay muchas más Españas. No estaban los monárquicos y los republicanos solo. Estaban los anarquistas, con una fuerza terrible, tremenda, en Barcelona, que desconfiaban de la república burguesa que se estaba ya proclamando aquel día. Estaban los comunistas que pedían todo el poder para los soviets. Estaban una amalgama de tendencias republicanas de muy distinta índole. Estaban unos monárquicos que abandonaron al Rey y le dejaron tirado. Estaba la familia real, es decir, era todo mucho más complejo que lo que, 90 años después alguien se empeñó en circunscribir a rojo y azul, dos Españas, no.
Hay un momento en el que haces un guiño a tus dos libros anteriores. ¿Cómo crees que interactúa 14 de abril con ellos?
Creo que en los tres casos hay tres puntos en común. Uno. Los olvidados. En los tres libros, los olvidados en la España rural despoblada, los olvidados en aquel 1962 tan turbulento y los olvidados en aquel 14 de abril a los que no se había prestado atención.
El segundo punto es un fresco alternativo de la historia de España. Del año 31, del año 62 y de la contemporaneidad. Es decir, República. desarrollismo franquista y una etapa en la que la globalización, más el capitalismo extremo, más el olvido de las raíces culturales de este país, confluyó en explicar la despoblación.
Y creo que el tercer punto es la vocación periodístico literaria de llevar el texto hasta puntos cada vez más lejanos en la escritura de la no ficción. Esa es la ilusión de partida. Cuando armé el coche en 2016 para salir por las carreteras de España y poder escribir un libro de no ficción, Los últimos, que remitiera a esos grandes reporteros que a mí me han seducido y que han sido mis ídolos. O cuando decidí armar una buena historia, la de El peón, que solo existía en mi mente, una partida de ajedrez perdida en el tiempo. El peón no existía en ningún sitio. Pero en esta ocasión lo que contaba sí que existió. El 14 de abril existía. Posiblemente no con la mirada que yo he proyectado, pero existía un 14 de abril de 1931. Entonces, en cada una de las historias ha sido cómo llevar la no ficción a nuevos horizontes personales e intentar probar sin renunciar a homenajes poéticos, culturales, de un tipo muy diverso…, hasta dónde se puede llevar la escritura sin necesidad de inventar, que creo que es mi particular obsesión.