A Purificació Mascarell (Xàtiva, 1985) un día le sonó el teléfono y era el director de la Escuela Oficial de Idiomas de Orihuela. Quería contarle que los alumnos de valenciano habían leído Mireia (su primera novela, editada por Drassana) y era tal el entusiasmo por el libro que querían bautizar uno de los espacios del centro con su nombre. No se lo podía creer, pensaba que era una broma, pero no, era real. El 8 de marzo lo comprobó in situ. En una de las paredes había una placa en la que se podía leer Carrer Purificació Mascarell.
Esta es una de las muchas satisfacciones que le ha proporcionado Mireia. La primera fue ganar el Premi Lletraferit de Novel.la 2022 (ex aequo con Els inútils, de Andreu Sevilla). Desde entonces, tres ediciones, 3.000 ejemplares vendidos, una cuenta en twitter sobre el libro, muchas firmas en la reciente Fira del Llibre…
Mireia tiene una doble línea argumental, una de ficción y otra de no ficción. Y lejos de caminar paralelamente, crean vínculos y convergen, sin menoscabar el ritmo trepidante y adictivo que ambas generan. En la imaginada, dos amigas (Neus y la que da nombre al libro), un retrato, un hombre extraño, una casa señorial, sexo en varias dimensiones, una presencia fantasmagórica, una tesis doctoral sobre el médico setabense Lluís Simarro… En la real, de nuevo Simarro, Simarro y el hospital de la Salpêtrière, Simarro y Ramón y Cajal, la histeria, la locura, el vampirismo (cultural, intelectual, artístico… el vampirismo sin apellidos) soportado por las mujeres por los siglos de los siglos.
Cuando hablamos por tu libro anterior, Cartilla de redención, dijiste: “Me siento incapaz, humanamente, de escribir narrativa de largo recorrido. Y creo que nunca podré hacer una novela”. No solo lo has hecho, sino que Mireia se ha convertido en todo un fenómeno editorial.
Sí, pero fíjate que Mireia es una novela breve que bebe en su estructura, en su intensidad, en su ritmo, directamente de los cuentos, básicamente de los cuentos fantásticos del siglo XIX. La parte de ficción de Mireia está totalmente inspirada en esas narraciones intensas, trepidantes, adictivas, que necesitas llegar al final para entender qué es lo que está pasando, como ocurría con los cuentos de Edgar Allan Poe, de Hoffman o de Guy de Maupassant, de los grandes autores del género fantástico, gótico, incluso del género detectivesco también, con ese ritmo que te atrapa y que te arrastra, que desde la primera hasta la última línea no puedes soltar el libro o el relato porque necesitas llegar hasta el final.
La dimensión de narrativa más larga, o de novela, también le viene por esa combinación entre ficción y no ficción porque cuando yo llego a la conclusión de que hay que escribir algo sobre Lluís Simarro podría haber hecho una biografía, un ensayo, un libro de no ficción, pero decido porque a mí lo que me gusta es la ficción, introducir esa parte ensayística o divulgativa dentro de un armazón de ficción. Y ahí es cuando salen esas dos ramas, esas dos líneas que se van entrecruzando a lo largo de la novela, la ficción inventada, fabulada, creada, de Mireia y su amiga Neus y todo lo que les ocurre en esa Xàtiva contemporánea, donde están investigando a Lluís Simarro y la historia verdadera, los éxitos profesionales y los claroscuros de Simarro.
La historia surge durante un paseo por el cementerio de Xátiva. ¿Fue casual o ibas buscando algo?
Casual total. Era un día de Todos los Santos, la parte moderna del cementerio estaba llena de gente visitando las tumbas de sus familiares, la que estaba vacía y daba gusto pasearse, observándolo todo, era la parte de las lápidas del XIX. Estaba un poco solitaria que es como suele estar, y al mismo tiempo con ese encanto decadentista que tiene todo ese mundo de los cementerios antiguos. Paseando, casualmente doy con dos lápidas que estilísticamente son muy similares porque se nota que las ha hecho el mismo maestro escultor, pero lo que me llama la atención, es que hay una diferencia de 24 horas entre la muerte del marido y la muerte de la mujer.
Esas 24 horas son el clic porque si yo hubiera visto que morían al mismo tiempo, hubiera pensado que era un matrimonio que murió en un incendio, en un accidente, lo que fuera, pero veo que hay una diferencia de un día y eso es lo que me lleva a investigar en catálogos del siglo XIX para ver quién había sido este supuesto pintor que ponía en la lápida, pintor Ramón Simarro. Y descubro cómo todos los críticos de arte de la época se lamentaban, se rasgaban las vestiduras de menuda pérdida de la pintura valenciana este chico joven, que prometía, que iba a llegar tan lejos y que no le ha dado tiempo a desarrollar su arte porque la tuberculosis se lo ha llevado por delante. Y ahí descubro también la historia de la mujer que también se contaba, con esa retórica tan decimonónica, de trágicamente la mujer también decidió por amor dar su vida y seguir los pasos de su amado, ella se lanza al vacío abrazada a la criatura y solo sobrevive el crío de 3 añitos que será luego Lluís Simarro.
La sorpresa es que para mí la historia de los dos padres ya era de por sí muy potente y muy literaria y eso es lo que me llama en principio, pero luego descubro que la historia del hijo ya es … quién iba a pensar que ese niño huérfano que tenía todas las papeletas para ser desgraciado llega a ser uno de los talentos más brillantes de la modernidad valenciana y española y europea, porque está detrás del Premio Nobel de Ramón y Cajal, cosa que se ha mantenido oculta o borrada de la historia de la ciencia.
Eso me lleva a pensar la cantidad de historias que hay. En un paseo por València, por las calles, las plazas, todos los nombres de los monumentos que te vas encontrando, qué historias habrá ahí detrás para poder escribir novelística en valenciano, basándote en personajes, hombres y mujeres reales de la historia valenciana que son unos perfectos desconocidos para la gran masa. Y detrás quizá hay una gran historia para una serie, para un documental, para un libro.
¿Qué relación guarda Mireia con Cartilla de redención?
Cartilla de redención fue un un ejercicio de escritura que me aportó y me hizo madurar mucho como escritora porque el reto de escribir relato corto y que el relato corto funcione bien, como un artefacto de relojería, como un mecanismo perfecto, es un reto que para el escritor es un taller de perfeccionamiento literario muy fuerte. A mí me impresiona, me impacta, que la gente se lance a escribir novelas sin haber escrito jamás un relato corto, para mí es una cosa inentendible porque creo que la base de la praxis literaria, estoy hablando de narrativa, no en poesía o en teatro, se adquiere cuando uno controla bien esos resortes de la historia, de cómo relatar para que todo funcione como un organismo y esa metáfora del organismo cuando la trabajas en un relato corto aprendes muchísimo, es como un taller brutal de literatura.
Claro que Cartilla de redención ha influido en Mireia. Por ejemplo en ese ritmo que hablábamos antes, en esa búsqueda de la palabra, del adjetivo exacto, sin tener que poner relleno o adorno superfluos, eliminando todo lo que no le aporta al lector y no le conmueve y no le incita a seguir leyendo. También en la estructura, en jugar con ella porque la estructura de Mireia es como de puzzle, una estructura que si tú previamente en tu cabeza no la tienes clara, qué es lo que quieres contar, se te puede ir de las manos y puede ser una incongruencia absoluta. Trabajar esta novela con fragmentos implicaba tener muy cara la estructura de lo que quería contar. Y todas estas cuestiones Cartilla de redención me las aportó.
Cartilla de redención estaba escrita en castellano, Mireia en valenciano. ¿Encuentras diferencias cuando escribes en una u otra lengua?
Yo no me lo noto, no, pero gente que ha leído los dos libros, me destaca, por ejemplo, que en Cartilla de redención parece que hay más artificio o más máscara. No soy castellanohablante, el castellano para mí es una lengua que aprendo fuera del seno materno, de la familia, que la aprendo sobre todo claramente en el sistema educativo y en los libros, porque de pequeña leo muchísimo en castellano y para mí es una lengua que asocio a la literatura inevitablemente porque crezco leyendo a Elena Fortún que tenía además un castellano muy castizo. Entonces, de alguna forma, ese castellano que no es mi lengua materna me sirve un poco para distanciarme de lo que estoy contando, como un distanciador brechtiano.
Y el valenciano es una lengua que me nace más de las entrañas y menos del cerebro. En ese sentido quizá es más transparente hacia quién soy yo, es menos máscara y más verdad y tal vez se escucha más mi voz, la voz de Puri. En castellano quizá se escucha más la voz de una autora versada en literatura, profesora de literatura. Es lo que puedo notar. Estilísticamente, en realidad, al final tampoco hay tanta diferencia porque sigo utilizando la frase corta, una adjetivación muy perfilada y muy precisa, una puntuación muy depurada… En ambas lenguas creo que el estilo es bastante similar, pero quizá la cadencia o el tono o las cosas que digo no tanto.
¿Está prevista la edición de Mireia en castellano?
Estamos trabajando en ello, barajando la opción de sacarla en castellano en alguna editorial en la que en su catálogo encaje este libro, que creo que hay algunas en España a las que le podría funcionar y estamos en trámites con ella.
¿Te gustaría asumir la traducción?
Claro. Siempre que se traduce se hace con la implicación de que habrá seguramente alguna matización, algún cambio o alguna modificación, porque traducir es eso, pero en principio creo que el texto se abre bien a una traducción en castellano. No creo que para él sea una lengua extraña. De hecho, cuando yo empiezo a escribir los primeros párrafos de la historia de los padres de Lluís Simarro, pensando en algún en un relato corto sobre estos señores enterrados en el cementerio de Xátiva, los primeros párrafos eran en castellano, después lo abandono, porque Lluís Simarro me lleva al valenciano.
No habría ningún problema en la traducción y sí, me gustaría hacerla yo, porque de alguna forma conozco los resortes internos de la historia al haberla concebido y muchas veces esos resortes están ocultos a lo mejor para un lector, que el traductor no deja de ser un lector, pero el autor sí que conoce las intenciones al menos que se llevan.
La novela surge de un descubrimiento, un hecho real, se desarrolla en parte en un lugar concreto, Xàtiva, de donde tú eres, pero hay una parte de ficción. En estos tiempos de tanta autoficción, ¿estuviste tentada de seguir ese camino o querías distanciarte?
Hay un exceso gigante en la literatura contemporánea de personas contando sus cotidianidades más prosaicas, que pueden ser la tuya o la mía, y que al final es un tipo de literatura que a mí me interesa mucho menos que la literatura que yo leía de pequeña, y la literatura que yo leía de pequeña era la literatura que me permitía soñar, viajar, evadirme, ser otra persona, salirme de mi vida prosaica y dar un salto hacia otros lugares, otros mundos, otras ideas… Hay un exceso de yo en general en la sociedad, no solo en la literatura, quizá también de alguna manera desencadenado a través del auge de las redes sociales y de esa exhibición constante del ego de uno mismo en tantas plataformas, que a lo mejor ha contaminado también a la literatura.
Hay un poco como esa necesidad cuando uno escribe un libro de contarse a sí mismo, contarse a sí mismo a los demás. A mí ese contarme a mí misma a los demás me parece que se puede hacer a través de la ficción más pura. Alguien que escribe ciencia ficción o fantasía o se inventan una historia desde el realismo, pero que no tiene nada que ver con ellos, también están hablando de sí mismos, porque al final todo nace de tu subjetividad, todo nace de dentro de ti. Yo también hablo de mí misma cuando muestro los temas, las preocupaciones, lo que late dentro de Mireia. Estoy también hablando de mí, pero no necesariamente desde esa primera persona o desde ese juego de espejos de voy a mostrarte mi vida con todas sus miserias y sus dramas (suspira). La verdad es que a mí como escritora no me interesa, me aburre porque supondría estar todo el rato dándole vueltas a mi mismidad y ensimismándome y justamente cuando me acerco a la literatura tanto como escritora como lectora no quiero ser yo la protagonista, quiero aprender, quiero soñar, quiero dejarme llevar, quiero elucubrar ,quiero fabular, quiero imaginar…
¿Cómo fue el proceso de escritura?
Lo que me dio un poco la pauta para construir de una manera coherente, dentro del fragmentarismo, fue el punto de vista. Siempre en Teoría de la Literatura, en Narratología, se habla de la importancia de la focalización. La focalización es la perspectiva desde la cual se narra, desde qué mirada se narra. Cuando explico esto en clase para un alumno que no ha escrito un texto literario nunca y empieza en ese momento a estudiar Filología, es como una frase que se aprende para el examen y la vomita, no tiene mucho sentido, pero cuando te metes en el mundo literario y empiezas a leer muchos textos y a hacer probaturas de escritura te das cuenta de la importancia que tiene la perspectiva, desde donde tú cuentas, porque ese desde dónde lo va a marcar todo. La mirada, desde donde surge la voz, va a darte todos los los escalones, las marcas para narrar.
En ese sentido la encontré en la voz de Neus. Porque Mireia es la protagonista pero se nos escapa entre los dedos como se le escapa a la propia narradora. De alguna manera esa identificación que tiene el lector con la narradora, Neus, me parece muy chula porque a medida que ella va descubriendo, por un lado, las investigaciones de Mireia sobre Lluís Simarro y nos las va a trasladando y luego, por otro, lo que le va ocurriendo a Mireia, toda esa historia oscura como una especie de telaraña que va atrapándolas y que al final pues explota en un final imprevisto, de alguna manera todos somos Neus a medida que vamos avanzando a través de la trama y todos tenemos también dudas, preguntas, huecos que necesitamos rellenar. Neus escribe esta historia para tratar de entender qué es lo que ha ocurrido, lo dice desde el principio, y de alguna forma también nosotros leemos para tratar de entender qué es lo que está pasando ahí. Hay una identificación que me gusta mucho.
Esa mirada de Neus que no tiene todas las piezas del puzzle, ni las va a tener nunca o a lo mejor sí, pero que cuando se pone a escribir desde luego no las tiene, esa falta de piezas para completar lo que es el puzzle de la novela es lo que me ayuda a mí a esa estructura que tiene que ver con el fragmento, con la reminiscencias, con los saltos temporales, las analepsis, con las conexiones que se establecen entre las mujeres histéricas de la Salpêtrière y las mujeres contemporáneas y las trabas los obstáculos que ya se van encontrando para la libertad, las conexiones entre la femme fatal del siglo XIX como proyección de fobias y miedos ancestrales de los hombres y los miedos también y las cortapisas a la libertad de la mujer hoy en día… Todos esos paralelismos que voy trazando a través de la voz de Neus, y que el lector también va estableciendo en su cabeza, fueron naciendo de una manera orgánica cuando yo me ponía en la piel de la narradora.
¿Hay en Mireia cierto homenaje intencionado a los géneros (gótico, thriller, romántico, ciencia ficción, histórico, erótico…) considerados a veces literatura menor?
No te diría tanto intencionado como orgánico, porque en mi caso no puedo entender la literatura y la Historia de la Literatura sin esos géneros que has dicho que tradicionalmente la crítica literaria les ha puesto la etiqueta de menores y los ha condenado a la periferia del canon y no son estudiados en la universidad, no entran en los manuales de Historia de la Literatura. Los géneros tradicionalmente considerados menores son para mí la salsa de la literatura. Sin ellos no nos aficionaríamos a leer porque nadie empieza leyendo a, no sé, Becket, nadie empieza a leer a saco cualquier texto de los considerados mayores, metafísicos. Empezamos a leer a través de los géneros menores, empezamos a leer novelas de aventuras, de ciencia ficción, de fantasía, eso es lo que nos engancha cuando somos chavales y ese poso que se queda como lector te acompaña luego a lo largo de toda tu vida. Aunque luego des paso a lecturas más sesudas y más profundas y puedas estar alucinando con Kafka, el poso que te han dejado esas lecturas de género siempre te acompañan.
Yo vuelvo cada dos por tres a los cuentos de Edgar Allan Poe, a las historias de Arthur Conan Doyle, a la novela gótica, a Otra vuelta de tuerca de Henry James, al Stevenson del doctor Jekyll y Mr. Hyde. O también a toda la literatura inglesa que tiene que ver con las literaturas de mansiones, la literatura de misterio, las hermanas Brontë, Jane Eyre, Jane Austin… Todos los los textos y las autoras de la novela inglesa gótica del XIX que siguen todavía hoy cautivando a las chicas adolescentes, que seguimos todavía viendo adaptaciones al cine de estas novelas. ¿Por qué sigue funcionándonos? Porque tienen unos resortes que siguen apelando a nuestras emociones, a nuestro morbo, a nuestro deseo, a nuestras ganas de saber.
Son textos que recupero porque me engancharon a la literatura, me parecieron tan magistrales en su construcción y en su concepción, han dejado una huella tan grande en la mente y en tantas generaciones de lectores que para mí eso es admirable, forman mucho más parte del imaginario cultural y del imaginario social que muchos grandes textos de referencia que solo se estudian en universidades.
Y todavía son textos que están vivos siglo y medio después. A mí no es que me guste reivindicarlos conscientemente, que también, si no es que como forman parte de ese sustrato mío de lo que me ha hecho feliz en literatura y de lo que me gusta, pues digamos que de alguna manera, incluso inconsciente, les voy rindiendo homenaje en lo que escribo.
Entonces, Mireia es una especie de multigénero en ese sentido, una especie de híbrido porque como has dicho tiene de literatura erótica, de thriller… también de literatura detectivesca o negra, de misterio, tiene incluso elementos cinematográficos como esa ventana indiscreta por la que mira Neus, muchas estampas que son como de cine de terror, y sí, están ahí y no me sabe mal utilizarlos ni rendirle homenajes, todo lo contrario. Creo que si les ha funcionado a los grandes y han seguido leyéndose sus textos tanto tiempo después algo hicieron bien. Pienso por ejemplo en Drácula, que también está muy presente en la novela, el vampirismo, volvemos a Bram Stoker una y otra vez y seguiremos volviendo porque hizo algo muy grandioso. Podemos considerar que es literatura de género, literatura fantástica y literatura de terror, pero ha influido socialmente mucho más que la literatura que se considera del canon.
¿Cómo acotaste el tema de la documentación de la parte de no ficción que trasciende a Simarro y te da pie para hablar de otros temas?
Lo que me hizo acotar las lecturas en documentación fue la fecha de entrega del manuscrito (ríe) porque si no, seguramente, todavía estaría enredada o atrapada dentro del maremágnum bibliográfico que te va llevando siempre de una referencia a otra y que es como las cerezas, que tú vas estirando y al final no sabes dónde ha empezado la primera. De alguna forma que tuviera un límite temporal que era el que marcaba el plazo de entrega del Premi Lletraferit hizo que tuviera que acotar y cerrar y centrarme en la bibliografía selectiva que había ido atesorando, leyendo y subrayando y que ya tenía clara y con eso trabajar.
Por apuntar los diferentes bloques bibliográficos, por un lado tenía todo el tema de la histeria que para mí era relativamente nuevo, no sabía con tanta precisión lo que se había hecho en el hospital de la Salpêtrière, eso lo descubrí investigando. No sabía que eran las lecciones del martes de Charcot, lo aprendí también mientras me documentaba para la novela. La iconografía de la Salpêtrière fue una cosa que conocía, que había visto en algunos libros, pero me metí de lleno en ellas y las empecé a ver para poder describir cómo eran esas fotografías, todas las que podía ver. Y, claro, es un mundo en el que podía haber seguido y seguido, estirando el hilo a cuando estuvo allí Sigmund Freud o como la histeria ha evolucionado en el siglo XX y ahora en el XXI cómo se consideran.
Después estaba el otro mundo, que me interesa mucho desde hace muchos años, que es el de la mujer fatal, el de la femme fatal, y hay un montonazo alucinante de trabajos, artículos, libros… sobre la mujer fatal en la pintura decimonónica, es que es un tema que no solo a mí sino a muchas más personas les fascina, les encanta, se ha escrito muchísimo. Llegó un punto en que yo tenía un archivo en el ordenador con todas las imágenes de mujeres fatales de decadentistas, simbolistas, prerrafaelitas y era una locura.
Por eso digo que para mí fue muy importante saber que tenía que entregar el manuscrito, eso me obligó a centrar esfuerzos en ser productiva, en sacar adelante la novela de la manera más digna posible con el tiempo con el que me permitía presentarme al Premi Lletraferit.
¿Por qué decidiste presentarte al premio?
Fue como algo muy chulo. Estaba un día en el timeline de Twitter viendo lo que la gente decía y vi una una publicación de una chica, no me acuerdo de su nombre, me sabe súper mal, que decía algo así como “Ai, sempre té que guanyar el Lletraferit un home i de València ciutat? Sempre té que anar sobre València i sempre la mirada masculina?”. Y esa chica seguramente no lo sabe, pero en mi cabeza también hizo un clic porque pensé qué pasaría si yo me presento, como mujer, al Premi Lletraferit y también salgo de la ciudad de València, de ese flâneur que va por sus calles, y me voy a una ciudad que todos relacionamos con lo valenciano, con la alegría, con el calor… que es Xátiva y de repente presentó una Xàtiva a la que le doy un poco la vuelta.
Xàtiva acaba siendo un personaje más de la novela. Y como indicas, una Xàtiva menos evidente.
Sí, la Xàtiva de Mireia es casi inglesa, gótica, pasada por el tamiz del misterio, de lo mítico, de lo fantástico, con unas escenografías que se salen de los tópicos como el castillo de Xátiva, que es el gran emblema turístico y visual de la ciudad. Me salgo de allí y nos vamos a otros sitios, a otros territorios. Nos vamos a la Cova Negra, que es uno de los lugares donde se encuentran los restos más antiguos de vida de la Península Ibérica y nos vamos a ese río que pasaba por debajo de la cueva, donde vivían los hombres de la prehistoria. Nos vamos a la ermita de Sant Feliú que es una ermita de origen godo, gótico por lo tanto también. Nos vamos a una casa de campo grande, que es la Casa Sunsi, que existe, que es real y que, de hecho, mucha gente me dice que ahora cuando pasa por allí tiene miedo (ríe). He convertido un lugar que era como alegre, de naranjos, de luz… en un sitio por el que ahora al pasar piensas, hostia, me va a salir alguien por aquí (ríe).
Ha sido jugar a romper con ese costumbrismo, tan típico de la literatura valenciana que siempre ha mostrado esa vertiente más realista del entorno y darle una vuelta de tuerca de vámonos a lo místico, a lo fantástico, a otra forma de ver la realidad valenciana, eso era algo que me gustaba mucho.
¿Cómo conseguiste equilibrar las parte de ficción y de no ficción, no solo porque ninguna se imponga a la otra, si no también porque despiertas el deseo de saber cómo continua la historia en ambas?
Hace unos meses en un club de lectura de Benimaclet, una chica me decía que era tan tremendo lo que iba contando del hospital de la Salpêtrière que los fragmentos de ficción le servían para relajarse y mira que no son para relajarse porque son intensos, pero como sabía que eran ficción…, pero los otros que realmente habían pasado, los cuerpos de esas mujeres atrapadas en ese hospital, le ponían taquicárdica.
Sabía que la parte de ficción tenía como esa dimensión trepidante, adictiva, pero lo que no podía imaginar es que la reacción de los lectores iba también a ser tan proclive hacia la parte de no ficción. Ha funcionado muy bien esa combinación de ir salteando entre la vida de Simarro, lo que pasaban en el hospital de la Salpêtrière en Francia a finales del XIX, Charcot, la histeria… y luego la historia de ficción de Mireia. Se ha ido trenzando en la mente de los lectores de una forma que también la parte de no ficción, que en principio podría ser la aburrida, les ha atrapado e interesado y les ha llevado a investigar sobre el hospital, buscar las fotos, meterse en páginas web de arte para descubrir la historia de las musas prerrafaelitas…
El proceso de esa doble construcción fue bastante natural, orgánico. No he intentado en ningún momento que los fragmentos de una u otra parte fueran más largos de lo que debían ser. De hecho hay fragmentos breves, intensos, y ya está, se quedan así y adelante, y cambiamos a otro fragmento y punto.
Sí han quedado fuera muchas cosas de la parte de no ficción que a lo mejor eran menos interesantes o menos potentes. No pasa nada aunque me costó investigarlas y llegar a ellas, pero van fuera porque no funcionan bien o no atrapan al lector o a lo mejor en ese momento decae la trama y la gente la pierdes, pierdes al lector. Siempre tuve la máxima, tanto en la parte de ficción como la de no ficción, de que fueran fragmentos como de combustible, de encender un fuego, luego otro, eso era lo que guiaba ambas líneas. No sé si lo he conseguido, pero el resultado es que para mi sorpresa la parte de no ficción a la gente no se le ha hecho en ningún momento ni pesada, ni farragosa y les ha interesado tanto como la historia de Mireia que tiene su morbo y engancha.
A lo largo de la novela aparecen (como ya ocurría en Cartilla de redención) referencias artísticas y culturales, ¿buscabas con ellas esa reacción que comentas que han tenido algunos lectores de querer conocer y ampliar información sobre lo que se habla?
No lo buscaba, es que yo soy así en el sentido de que a mí me gusta mucho cualquier cuestión cultural. Cualquier cuestión humanística, histórica o literaria me interesa. Me gusta mucho establecer en mi cabeza conexiones interartísticas, lo literario me lleva a pensar en lo cinematográfico, los cinematográfico en lo musical, lo musical en lo pictórico… me gusta mucho ese diálogo y como me gusta lo practico como un aficionada, como quien hace Literatura Comparada por placer y punto. Y eso lo llevo al terreno cuando escribo literatura porque a mí como escritora me divierte hacer esas conexiones, me lo paso bien.
De alguna forma, no sé, me salgo un poco también del corsé de la literatura, de lo literario y me voy por otros vericuetos. Esta es una novela muy visual en el sentido de que hay un trabajo muy grande a partir de imágenes y de fotografías. Me gusta mucho el arte, la expresión plástica, lo paso muy bien cuando estoy hablando del arte desde la literatura, lo gozo, lo disfruto, y no sé si eso lo contagió también a los lectores. Por algunos sí lo sé, sé que eso les ha llevado a buscar y a investigar.
El otro día, una lectora, me enseñó lo que había hecho con el libro. Cada vez que aparecía una referencia buscaba la imagen, la imprimía, la recortaba y la pegaba. Había hecho como un álbum de cromos de Mireia, había como desplegables en cada página, cuando me lo mostró me quedé flipando. ¿Cómo voy a tener la intención de que alguien haga eso? Para mí es una sorpresa absoluta. Yo me lo paso muy bien haciendo esas referencias artísticas o históricas, pero de ahí a pensar que haya gente que se vaya a buscar la fotografía de Susan Sontag y se la pegue en el libro… Me pareció precioso y ahí te das cuenta de que la literatura también puede tener una dimensión divulgativa o didáctica, que desde luego no es para mí la primera porque yo lo que busco siempre es que la gente lo pase bien, disfrute, se enganche a la lectura, provocarle un efecto, una emoción, pero que luego la gente también aprenda, investigue, se documente, es muy chulo, es muy bonito.
En el club de lectura de La Nau Gran, señoras y señores de 70 años se habían abierto un grupo de WhatsApp para ir poniendo todas las imágenes que iban apareciendo en Mireia. Son cosas que no me puedo esperar, pero que me alegran mucho porque de alguna forma Mireia lleva a otros libros, a otras aventuras literarias, a otras aventuras artísticas, es un libro que desborda, que se sale de sus márgenes y puede que luego alguien decida leerse Drácula o El retrato de Dorian Gray porque aparece en Mireia.
¿Cómo convives con todo esto, con lo extraliterario que está ocurriéndole al libro?
En España, solo uno de cada mil autores vende 3.000 ejemplares del libro que saca, uno de cada mil, un 0,1% . Me referiero a libros en castellano. Y a veces con editoriales muy potentes, con un montón de presupuesto detrás. Entonces que Mireia haya vendido 3.000 ejemplares es un poco alucinante porque esto ha pasado aquí, con un libro en valenciano, con una distribución que se suscribe prácticamente a tres provincias de toda España, es que no está ni en Amazon, ni se puede comprar en Catalunya.
Esta especie de boom de 3.000 ejemplares de Mireia es que es muy fuerte, ¡y en valenciano! Está el obstáculo de la lengua, el de la distribución, el de que no soy una autora famosa, ni conocida, ni referente, ni nada… Que todo esto se ha producido porque el texto funciona y gusta, este efecto lo han construido los lectores. Es cierto que Drassana hace un trabajazo brutal, pero ellos mismos reconocen que llegan hasta donde llegan, no son Planeta ni Tusquets.
Es como ir rompiendo barreras pequeñitas, como cuando mucha gente en redes dice que es el primer libro que leen en valenciano. Así es como se consigue ampliar los lectores, si te quedas únicamente con la gente súper comprometida y súper concienciada con el valenciano eso son fabes contades, no trasciende. El éxito de Rafa Lahuerta con Noruega fue que lo leyó la gente que leía en castellano porque aquí, en el País Valencià, la gente lee en castellano, su triunfo entonces fue que mucha gente que desde hacía años, igual desde el instituto, que no había leído un libro en valenciano de repente decía que quería leerse este. Y no estoy comparando Mireia con Noruega, ni muchísimo menos.
¿Todo esto que le ha pasado, y le está pasando a Mireia, pesa a la hora de ponerse a escribir algo nuevo?
Sí, claro, inevitablemente. En cierta manera, si esto ha funcionado bien la expectativa es si lo próximo funcionará o no funcionará. Esto siempre siempre lo hablo con Paco (Cerdà, escritor, periodista y pareja de Purificació, no necesariamente en ese orden), uno siempre le dice al otro que lo próximo puede no funcionar. Y entonces el otro le contesta que cómo no va a funcionar, claro que sí, ya verás. Pero siempre, ambos, compartimos esa prevención, esa parálisis ante lo que puede pasar.
Los libros son muy imprevisibles. Hay libros maravillosos que luego no encajan y se quedan ahí un poco muertos y eso siempre impone, pero al mismo tiempo también es un acicate, una especie de punxeta, que está ahí como pinchando, de a ver si lo puedes hacer aún un poquito mejor, el reto, la competición hacia uno mismo que es algo chulo.
¿Y ya has empezado a escribir algo?
De momento no he escrito nada de ficción. Me ronda por la cabeza ya un argumento, historia, personajes, la trama, me va rondando y con un tema además también potente. Pero esto es como cuando haces un puchero, vas tirando los ingredientes y está toda la mañana chup chup. Ahora estamos en el proceso de ir acumulando ingredientes y a ver qué pasa cuando se ponga a cocer.