El currículum de Roser López Espinosa (Granollers, 1980) es de los que hay subrayar con atención. Ha bailado con Àngels Margarit, Cesc Gelabert, Iago Pericot, Pere Faura y el cineasta Isaki Lacuesta, entre otros. Con Trama, la pieza ideada y coreografiada por ella, que le trae a Dansa València (17 de abril, 20h, Teatre Principal), obtuvo el Premio a Mejor Coreografía 2019 en los XXII Premios de la Crítica. El montaje, en sus propias palabras, «se propone como un concierto, con sus diferentes voces, afinaciones y notas discordantes. Somos un grupo. Una banda. Una panda. Entrelazamos cuerpos y relaciones para trazar una partitura física de interdependencias y confianza mutua. De acuerdos y disensiones, de equilibrios compartidos, desórdenes y nudos gordianos. De cuerpos que se repliegan sobre sí mismos y acciones que se despliegan en movimientos colectivos. Es una partitura sobre el grupo, sus aristas y sus derivas».
En «Trama» el contacto físico en las coreografías está muy presente y es muy importante. ¿Cres que la situación que vivimos por la pandemia le ha dado una nueva lectura (sin abandonar la original) al montaje?
En Trama, la coreografía se basa en la idea de entramados de cuerpos y de relaciones. Los bailarines se sostienen, se entrelazan, se lían en un gran enredo de cuerpos que se mueve sin cesar, se apoyan, se ayudan a volar. El contacto físico es la base del trabajo en esta pieza. La pandemia ha puesto de manifiesto lo crucial que es el contacto entre las personas, porque nos ha privado de ello y lo hemos echado muchísimo de menos. No hay nada que reconforte como un abrazo, como el contacto, como la piel.
En tu web se puede leer sobre «Trama» que «se propone como un concierto, con sus diferentes voces, afinaciones y notas discordantes. Somos un grupo. Una banda. Una panda».
Jugamos con los diferentes significados de “concierto”. Por un lado, está el concierto musical, donde los diferentes instrumentos y voces se afinan, se organizan y harmonizan para ir todos a una, ya sea con sonoridades harmoniosas o con acordes disonantes, que pueden ser fantásticos. A la vez, la idea del concierto nos permite jugar con un imaginario como de banda de rock, con una cierta actitud un poco canalla, con un toque sugerente, picos de energía, etc. Por otro lado, concierto también significa acuerdo, es llevar diferentes puntos de vista a un sitio común. Y crear un cierto orden entre los elementos, no desde la homogeneidad, sino manteniendo la singularidad de cada miembro del equipo. Los bailarines de «Trama» son una pandilla.
Al hilo de la pregunta anterior, ¿qué importancia tiene la música en el montaje?
El imaginario musical y las ideas de tejer/tramar son claves en la pieza. Para la creación de la música, jugamos con una sonoridad rockera, con las ideas de afinar y entrelazar, y para algunas escenas jugamos con algunos ritmos un tanto complejos. Por ejemplo hay una sección de la pieza con un ritmo basado en la secuencia Fibonacci, ideal de la “perfección”, y en la que nosotros jugamos a un “supuesto desastre”. Mark Drillich, el compositor, trabajó con nosotros a lo largo del proceso creativo.
¿Cómo nace la idea de «Trama»?
¡Tramar abre tantas posibilidades! Te lleva a la noción de tejer, también a la de idear y a idear algo un punto canalla. Aquella pregunta de: “¿qué estás tramando?”. Uno de los ejes de trabajo en los que investigo desde hace tiempo es la idea de entramados de cuerpos, de anudar cuerpos, de “hacerte un lío” con las diferentes partes del cuerpo o con otros cuerpos, y encontrar infinidad de caminos posibles para salir del reto y levantar el vuelo. Con el quinteto de «Trama» trabajamos estas premisas con partituras físicas complejas y también con mucho juego. La interdependencia, la confianza mutua, las acciones compartidas, el replegarse sobre uno/a mismo/a, los desórdenes, los movimientos colectivos… nos hablan de un grupo, de un pequeño tejido social, y de cómos nos relacionamos. «Trama» es una partitura sobre el grupo, sus aristas y sus derivas.
Repasando la ficha artística de la obra habría que hablar de una creación conjunta (tú firmas concepto y coreografía, los bailarines aparecen como creación, Roberto Provenzano como colaborador en la creación, Marta Galán Sala en la colaboración en la dramaturgia, Špela Vodeb como asesor de movimiento acrobático…), ¿cómo ha sido coordinar todo ello? ¿Cómo fue el proceso creativo?
«Trama», como la mayoría de mis piezas, es fruto del trabajo en equipo. Yo parto de unas ideas e intereses iniciales para cada proyecto, creo un marco conceptual y dirijo proponiendo tareas físicas a los bailarines. Y las resolvemos investigando juntos, imaginando con el cuerpo y creando sinergias. Cada bailarín ha sido clave dando forma a la pieza, que sería totalmente distinta si la hubiéramos creado otro equipo, porque trabajamos con los potenciales y singularidades de cada uno. Por otro lado, en cada pieza incluyo retos nuevos y en este caso me apetecía trabajar elementos acrobáticos de más dificultad, así que contamos con la ayuda de una acróbata para aprender ciertas técnicas con ella. Este has sido uno de los proyectos en los que he trabajado con más colaboradores. Y al final vas seleccionando materiales, componiendo, y refinando el trabajo. Cada pieza es trabajo de equipo: dirección, bailarines, compositor, iluminadora, diseño de vestuario, equipo técnico, etc.
Es una pieza de una fuerte fisicalidad que conlleva una gran exigencia para los intérpretes. ¿Cómo se trabaja en los ensayos?
En los ensayos nos gusta concentrarnos, ser rigurosos en la técnica y a la vez jugar mucho. Sudamos mucho y también reímos mucho. Trabajamos la escucha, la sutileza y la sensibilidad dentro del equipo para crear la confianza que requieren algunos materiales, sobretodo los más acrobáticos y los más complejos. En «Trama» hay diferentes paisajes físicos y emocionales, y como intérprete te los vas haciendo tuyos a base de revisitarlos. Cada uno con su textura física, su viaje emocional y las diferentes relaciones que se establecen con los demás. Y cuando estás sobre el escenario haces el viaje con todo eses equipaje.
En «Trama» la precisión está muy presente. ¿Significa eso que todo aquello que puede aportar la imperfección (no entendida como una rémora, sino como una característica más del ser humano) queda excluida o se incorpora de alguna manera en el resultado final?
En realidad, hay muchos momentos en «Trama» que realzan la belleza de la imperfección y de un supuesto desorden. Pero justamente hemos creado esos supuestos desórdenes a base de engranajes físicos muy complejos, casi de relojería. Por ejemplo, con la idea de los nudos Gordianos, ese nudo de cuerpos (casi) imposible de deshacer y que, sin embargo, funciona porque lo sostiene un deseo compartido dentro del grupo. Hay un gran lío de cuerpos, como una bola de nieve, que me sigue maravillando de que se puede mover de esa forma, es de lo más sofisticado que he coreografiado nunca. O los momentos en los que los cuerpos casi se desvanecen pero desprenden una alegría contagiosa, y me conmueve que podamos trabajar las acrobacias desde esa tonicidad física y esa emoción tan bonita. Hacemos un trabajo de alta exigencia física, con precisión y rigor, pero a la vez lo hacemos con mucha ternura y mucho sentido del humor.
¿Cómo vives las representaciones de «Trama» sin participar bailando en ella?
Dirigir desde fuera te da más perspectiva y para esta pieza necesitaba esta distancia y ese tiempo, porque hay muchos elementos en juego y no alcanzaría a todo. Eso no quita que como bailarina haya mucho momentos en que me encantaría estar bailando con ellos. Pero son un equipazo y durante las funciones disfruto mucho viéndoles, son unos intérpretes fantásticos y me fascinan.
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