Primera sesión de Sección Oficial en La Cabina y muy buenas sensaciones. Los tres mediometrajes giraban en torno a las relaciones entre dos personas, con muchas dudas sobre el futuro de una de las partes. También coinciden en su faceta de inmersión en sus vidas, capturando un momento y dejándoles después con sus existencias. An arabian night, del libanés Pierre Mouzannar funciona como una coreografía en perfecta comunión con varias partituras. No es gratuita la mención a la música porque acaba convertida en el motor, bien engrasado, que vehicula la narración. La película nos cuenta la noche anterior de un joven británico antes de partir como soldado hacia Irak. La pasará en un club de tenis, con el bedel, que casualmente conoce muy bien la zona a la que viaja. Melancolía y desasosiego caminan de la mano de los dos protagonistas, con traumas que no han cicatrizado e intentan combatir con Jagermeister. Mouzannar, en la que es su ópera prima, se da un festín visual, con distintos soportes de imagen, virando de la simple observación a la psicodelia narcotizada, sin caer en el efectismo ni renunciar en ningún momento a contarnos su historia.
Dos chicas son los personajes principales de My World in Yours, de la sueca Jenifer Malmqvist. Shams y Stella, que así se llaman, mantienen una relación sentimental. Desde el principio, la cineasta nórdica opta por radiografiarla desde distintos puntos de vista, sobrevolando siempre (sea cuando practican sexo o cuando una de ellas sacrifica su almuerzo por la otra al no llevar suficiente dinero) la fortaleza de su amor. Son como pequeñas píldoras que ayudan a trazar no solo la afectividad que les une, sino que, también, sirven para que el espectador vaya componiendo quiénes son, donde están y cuál es su entorno. Todo muy a la manera del incipiente cine indie americano de inicio de los 90, con la dosis justa de realidad y frescura. Pero, eso sí, dejando alguna grieta abierta a los problemas. El subtexto de la cinta denuncia algunas situaciones actuales como la realidad que vive la homosexualidad en algunos países o los obstáculos y precariedades que sufren los inmigrantes (una de las chicas es palestina), sin olvidar lo que mejor plasma la película, lo frágil que puede ser la vida, lo efímero que, a veces, resulta la tranquilidad en pos de la incertidumbre que nunca descansa.
En Aloma i Mila también nos cuentan la historia de dos chicas, pero no son pareja. Se conocen casualmente (una trabaja en una tienda de cerámicas de la Nacional 340 y la otra en un camping) y juntas parece que buscan su destino individual. El mediometraje es una explosión para los sentidos, en la que no faltan coreografías hipnotizantes, colorido para acabar con la carta Pantone, belleza plástica, elementos kitsch como unos sanfermines con toros de mentira en el Camping Playa Tropicana, decadencia muy bien iluminada, un karaoke en el que cantan La tortura de Shakira y pocos, pero precisos diálogos, que sirven de contrapunto al país multicolor. Tuixén Benet agita todo su curriculum (Les Sueques, Les filles Föllen, su experiencia en publicidad…) para centrifugarlo y reflexionar sobre los miedos, el amor, el instinto maternal o la soledad, siendo tan efectiva con la palabra como con la imagen como cuando graba los movimientos de las dos protagonistas frente a objetos inertes, inmóviles. Una de ellas dice: «Vivir una vida con rabia es lo peor que te puede pasar». Y de eso, de evitarlo, tiene mucho este film.
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